José Soto Chica - Imperios y bárbaros

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Edad oscura" es el nombre que tradicionalmente se ha venido dando al periodo comprendido entre las grandes invasiones germánicas y la eclosión del Imperio carolingio, un tiempo que supuso
la transformación definitiva del mundo antiguo y el alumbramiento del Medievo. Y aunque las nuevas corrientes historiográficas han cuestionado ese adjetivo, no parece baladí cuando comprobamos una característica esencial del periodo: la ubicuidad de la guerra. Los conflictos bélicos, ya fueran de carácter casi mundial porque enfrentaban a los grandes imperios, o de carácter local, fueron continuos y feroces, desde
Atila y sus hunos y la caída del Imperio romano de Occidente, al avance incontenible de l
a marea islámica, solo frenado
in extremis por
Bizancio y los francos. En 
Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, 
José Soto Chica, profesor de la Universidad de Granada, aúna un exhaustivo conocimiento con la veta de gran narrador ya mostrada en incursiones en la novela histórica, para trenzar un análisis de enorme calado histórico pero que se lee con la agilidad que merece un tiempo y unos hechos excitantes. En este libro asistiremos a la caída de potencias como los sasánidas o Roma, al
final del reino visigodo, a batallas cruciales en el destino del mundo como Poitiers, al nacimiento y disolución de efímeros imperios de las estepas o al alumbramiento de leyendas como el rey Arturo. Sin duda,
Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura,
arroja luz sobre una época poco luminosa y poco iluminada por la investigación.

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Atila condujo a su ejército derrotado a toda prisa hacia el Sena. Lo hizo, sin duda, por la calzada que llevaba desde Aurelianorum a Lutecia y que, justo antes de llegar a Lutecia y al Sena, se desviaba hacia el sur y alcanzaba el río a la altura de Metlosedum (Melun). Lo creemos así porque Atila llevaba mucha prisa y su ejército aún contaba con muchos carros y todo ello determina que aprovechara la calzada mejor y más directa. Además, a su derecha quedaban los inmensos bosques de Bievre que siglos más tarde y muy reducidos ya en extensión, sería llamado «bosque de Fontainebleau», una densa floresta que impedía cualquier movimiento hacia el sur, mientras que a su izquierda se alzaban las duras y belicosas tierras de Armórica. Así que Atila solo disponía de una ruta posible ante sí y debió de cruzar a toda prisa los 88 km que lo separaban de Metlosedum donde, sin duda, entre el 16 y el 18 de junio, cruzó el río Sena quemando tras de sí el puente para tratar de retrasar a Aecio.

No lo logró y la persecución prosiguió. Dos días más tarde y tras pasar por Agedincum (Sens) y llegar a Tricasses (Troyes), Atila fue alcanzado por la vanguardia romana. En ese punto, tras recorrer unos 170 km en cinco días de retirada a marchas forzadas, hostigado continuamente y sin poder dar descanso a sus hombres y caballos, ni abastecerlos de vituallas y forraje, Atila debía de hallarse al borde de la desesperación y su ejército, exhausto, no podía continuar su atribulada huida. De ahí que no pudiera detenerse ni un instante en saquear Tricasses, pese a que la ciudad carecía de murallas y de guarnición, una circunstancia que a sus habitantes les pareció tan prodigiosa que lo atribuyeron a un milagro de su obispo, san Lupo, el cual, por cierto, se mostró muy dispuesto a colaborar con Atila y, en parte como rehén, y, en buena medida, como guía, sumarse a su hueste. De hecho, como manifiesta la Vida de san Lupo , el obispo acompañó de buena gana a Atila hasta el Rin donde fue «liberado» y su buena disposición hacia el rey de los hunos fue tan manifiesta que se granjeó la enemistad de las autoridades romanas, que lo apartaron de su sede. 69

Ese mismo día, 19 de junio, al concluir la tarde, dejando tras de sí Tricasses y subiendo penosamente por la calzada que desde aquí llegaba a Artiaca y al río Albis (Aube), Atila fue consciente de que no podía seguir retirándose: Aecio lo había alcanzado. Tenía que plantear batalla y sabía que lo haría en inferioridad de condiciones.

LOS CAMPOS CATALÁUNICOS

Dos fuentes galas contemporáneas de la batalla de los Campos Cataláunicos, Próspero de Aquitania y la Crónica gala de 452, señalan que la batalla fue en las cercanías de Tricassis. Así, dicha crónica nos dice: Aetius patricius cum theoderico rege Gothorum contra Attilam regem Hugnorum Tricassis pugnat loco Mauriacos […] , esto es: «El patricio Aecio junto con Teodorico, rey de los godos, lucha contra Atila, rey de los hunos en Troyes, en el campo Mauriacus […]». De hecho, Próspero de Aquitania, en una de las copias medievales conservadas de su obra, precisa aún más e indica que fue en el Campo Mauriaco situado a cinco millas de Troyes: «est in quinto miliario de Trecas loco nuncupato Maurica». 70

Pese a ello, muchos autores han querido situar el lugar de la gran batalla mucho más al este, en las cercanías de Châlons-sur-Marne. Esta hipótesis, sin ningún fundamento sólido, se ha hecho tan popular a fuerza de repetirse que la batalla es hoy en general conocida como batalla de Châlons. Otros, atendiendo al otro nombre de la batalla «Campos Mauriacos» y a la similitud del nombre con localidades como Méry-sur-Seine o Méry-sur-Marne, la han ubicado en el entorno de esas poblaciones. 71 Lo cierto es que la única base con la que cuentan los que ubican la batalla cerca de Châlons es que el nombre de la batalla «Campos Cataláunicos» parece hacer alusión a Catalaunum (Châlons) pero he aquí que el término «Campos Cataláunicos» definía una extensa región situada entre el Matrona, el actual Marne y el Sena y que comprendía un área extensísima de varios miles de kilómetros cuadrados que englobaría tanto a Troyes, como a Châlons, Méry-sur-Seine o Méry-sur-Marne. Por lo demás, ya en 366 se había librado una gran batalla en esa región, batalla de Catalaunum y todo parece apuntar a que se libró más cerca de Troyes que de Châlons. En cualquier caso, los testimonios de Próspero y la Crónica gala merecerían más atención de los historiadores. Sobre todo, porque Próspero es muy preciso y porque su ubicación de la batalla, a cinco millas de Troyes, concuerda a la perfección con la lógica militar y con lo que sabemos de los movimientos de Atila y Aecio, condición que, en modo alguno, sucede si ubicamos la batalla cerca de Châlons-sur-Marne, Méry-sur-Seine o Méry-sur-Marne. En efecto, basta con poner las distancias, los accidentes geográficos y las calzadas romanas sobre un mapa para darse cuenta de que fue imposible que Atila cubriera desde Orleans los más de 235 km que lo separaban de las proximidades de Châlons-sur-Marne en tan solo cinco días y antes de ser atrapado por Aecio y de que ubicar la batalla en Méry-sur-Marne, situada a casi 200 km de Orleans, es, asimismo, inviable, porque, si se tiene en cuenta el gran número de combatientes y el curso oscilante del río Marne en la comarca de esa localidad, donde traza dos grandes curvas que dejan encerradas por el curso fluvial dos porciones de terreno con una extensión de tan solo 2,4 km y 1,2 km de anchura, respectivamente, se hace imposible situar allí la batalla.

No, lo lógico es hacer caso de una fuente tan parca, fiel y cercana a los hechos como es Próspero de Aquitania que, además, se ve apoyado por el testimonio de la, asimismo, cercana, parca, contemporánea y fiel Crónica gala , así como por la lógica militar y la configuración del terreno.

En los últimos tiempos, se ha precisado otra posible ubicación más acorde con lo que acabamos de exponer y que situaría el lugar del encuentro a unos 12 km al nordeste de Troyes, en el monte conocido como Montgueux y en el cercano bosque de Les Régales. 72 Pero esta ubicación presenta dos problemas: el primero es que Jordanes no menciona ningún bosque y este, además, hubiera impedido las maniobras que se describen en la batalla y el segundo que Atila no pudo apartarse de la calzada que llevaba de Tricasses a Artiaca, esto es, de Troyes a Arcis-sur-Aube, pues sabemos que aún llevaba muchos carros.

Por tanto, la batalla se localizó a cinco millas de Troyes, como dice la variante conservada del manuscrito de Próspero, pero sobre la calzada y, en este caso, en alguna de las pequeñas alturas o colinas que cruzaba dicha antigua calzada, hoy carretera, y que se alzan sobre la llanura a unos 7 u 8 km de Troyes en dirección a Arcis-sur-Aube. En esa llanura que se va elevando desde Troyes y en alguno de esos pequeños cerros que la salpican, debió producirse, en mi opinión, la gran batalla.

La región que se extiende entre Troyes y Arcis-sur-Aube se caracteriza por ondulantes y suaves llanuras salpicadas de amplias, pero poco elevadas colinas, cuya altitud oscila entre los 30 m sobre el nivel del mar y los 130 m. Esta configuración del terreno, llanuras y amplios pero poco escarpados cerros o colinas, es idéntica a la que describe Jordanes: «El terreno del campo de batalla tenía una ligera pendiente que crecía hasta formar un pequeño collado». 73 Además, como Jordanes no habla de ningún río importante y Atila había dejado tras de sí el Sena, pero aún tenía por delante el Aube, un río que, sin ser tan imponente como el Sena o el Marne, posee un caudal y un cauce importantes, la ubicación que nos ha marcado Próspero de Aquitania, a cinco millas de Troyes, encaja a las mil maravillas, pues el Aube aún quedaría a unos 20 km del campo de batalla. En consecuencia, establecido el lugar y el momento, narraremos ahora la batalla conforme a lo que las fuentes y lo que ya sabemos sobre los ejércitos romanos y hunos nos pueden decir al respecto.

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