Tuve conciencia de que yo no pertenecía aquí, de que mi espacio y mi identidad social no era la de esa clase media burguesa española que podía permitirse tomar drogas y meterse todo tipo de cosas en el cuerpo. Si a mí me pasaba algo, estaba totalmente sola. No me podía meter un pinchazo de heroína y quedarme tirada en una cuneta como los hijos de burgueses para que alguien de mi círculo me rescatara. Tenía un compromiso con mi familia que me había ayudado a venir, no podía meterme caballo (heroína) y tirarlo todo por la borda. La movida madrileña en ese sentido perteneció a una burguesía muy concreta y los que no eran burgueses, la mayoría se morían. En ese momento, tal como entró la apertura sexual, entraron las drogas. Y el sida, que también me lo podría haber cogido, porque había un despertar sexual en el que no teníamos ningún tipo de precaución. Tengo muchos amigos que murieron y yo tuve en ese sentido mucha suerte. También tuve un aborto, cuando aquí en Madrid estaba prohibido, y me fui a Londres como hacían todas las españolas.
En España en esos años era muy difícil hacer cine sin tener dinero. Todos los chilenos que conocí y que pasaron por acá, trabajaban temas relacionados con el exilio y eran apoyados por instituciones europeas, especialmente en Francia, Littin, Patricio Guzmán, Raúl Ruiz… Una de las razones por las que yo cuando jovencita quería estudiar cine era porque fantaseaba con ser la primera mujer en Chile que fuera cineasta. Pero desconocía las pocas mujeres mayores que yo que ya estaban dando sus primeros pasos. En Finlandia estaba Angelina Vázquez a quien después conocí cuando se vino a vivir a Madrid; en Francia conocí a Valeria Sarmiento; en Chile un par de veces estuve con Tatiana Gaviola, que era como de mi misma edad y hacía temas más de video arte; con Gloria Camiruaga coincidí en Madrid cuando con otras amigas organizamos el primer encuentro de mujeres cineastas y videoartistas. Queríamos encontrarnos para pensarnos en una dimensión propia y de ámbito iberoamericano. Años después, ya en los noventa, las muestras de cines de mujeres empezaron a proliferar por todas partes del mundo. Al final para mí si no se subrayaban otros aspectos de carácter más feministas o transidentitarios me dejaban de interesar. Y empecé a frecuentar muestras de cine o creación audiovisual en las que se abría el ámbito experimental, video arte, queer o disidencias y fronteras.
Cuando tuve la nacionalidad española quise irme. Tenía pendiente el cine, que había sido mi principal motivo para migrar. Habían pasado diecisiete años, entre el 77 y el 93, en los que yo había sido una sobreviviente, trabajaba y estudiaba, lo cual dificultaba o ralentizaba mi proceso de “profesionalización”. Hasta que no tuve papeles no pude dar pasos severos. Cuando conseguí un trabajo estable, con buen salario, e incluso vacaciones pagadas, pude contratar un abogado y sacar mis papeles, sacarme ese problema de encima, y el año 93 ya teniendo la nacionalidad me fui a Nueva York por tres meses.
Recuerdo haber grabado una manifestación del orgullo gay, el Gay Pride, en la Quinta Avenida donde se hizo un minuto de silencio por los enfermos del sida, fue algo brutal y enormemente emocionante. Recuerdo ver pasar unos buses turísticos por el desfile, donde en la parte de arriba iban todos los enfermos de sida que sabían que iban a morir. Fue algo espeluznante, y fue el primer orgullo que grabé (luego perdí la cinta, usé una cámara prestada además). Esta experiencia me produjo un click. Ahí se me produjo toda la conciencia en relación a la crisis del sida, la movida queer, en un escenario muy real, no en los libros y teorías que después vinieron. La gente habla hoy de lo queer como quien hablaba de marxismo. Pero yo aterricé en lo queer en ese momento en Nueva York, no sé bien cómo conocí a una chica puertorriqueña que me alojó en su casa del centro del Village por un mes y medio, y con ella fui a esa manifestación del orgullo. Me enseñó muchas cosas del activismo. Ella formaba parte del centro Lambda, que se dedicaba al estudio y la asistencia a personas lesbianas y gays (en esa época no eran visibles tantas identidades como ahora, habían menos personas trans fuera del armario, sobre todo trans masculinas). Ese viaje a Nueva York fue una especie de iniciación para mí. Tomé conciencia de lo queer a través de las voces latinas, había un grupo de lesbianas latinas llamado “Las Buenas Amigas”, y seguían a las autoras chicanas. Para ellas yo era muy española, repelente, y me ponían en cuestión mi forma de hablar, reivindicaban mi chilenidad, el que yo fuera latina. Eso a mí me puso patas pa’ arriba. Ellas se reían de la Judith Butler, para ellas era una profesora blanca y gringa, y se burlaban de mí por seguirla. Eran puertorriqueñas, mexicanas, chicanas, todas súper potentes. Conocían todo de Gloria Anzaldúa, Audre Lorde, bell hooks y a Angela Davis la seguían donde fuera. Era la época en la que en México estaba la “Cocina de mujeres” que eran un grupo de cineastas de los ochenta. Ahí me di cuenta de lo cateto (que es como en España le llaman a la gente inculta, momia y conservadora) que era Madrid y España, porque estas feministas del tercer mundo gringas, estaban súper adelantadas para mí. Entonces quise irme a vivir allí, así que cuando volví empecé a organizar todo para irme. Me inventé una película que quería rodar en Nueva York, cosa que finalmente hice años después, ya que me costó un tiempo, y así entré a este espacio político latino. Estuve primero en San Francisco y luego me fui a Nueva York. Ahí también me vinculé con el feminismo más “institucional y más blanco”, articulado en 1995 en torno al encuentro mundial de mujeres de Beijing.
Antes de irme a radicar en Nueva York pasé por la escuela de cine para estudiar documental, en la Escuela de cine de San Antonio de los Baños en Cuba. Fui a hacer un seminario de verano por tres meses, porque si bien yo había venido a Madrid a estudiar cine, en realidad entré a una facultad de comunicación decadente, mezclada con periodismo. Elegí entonces ir a Cuba para tener una formación más específica en documental y allí realicé un trabajo sobre ese país que me sirvió mucho en Nueva York para conseguir trabajo.
Estuve en Nueva York siete años, de 1993 al 2000, entrando y saliendo. Me fui a Beijing, luego a América Latina, seguía viniendo a España para cobrar el paro, que es el seguro de desempleo, y conseguí rodar la película en Nueva York, pero me vine a montarla a Madrid porque me era más fácil conseguir financiamiento. En Nueva York ya tenía que empezar a regularizar mi situación legal y coincidió con el momento en el que la ciudad se estaba gentrificando y todo se planteaba difícil y caro. La película que hice el 2000 fue con un presupuesto mínimo, es la historia de una psicoanalista que trabaja en la ciudad y pasa su consulta arriba de una auto caravana, una consulta móvil. Algo muy visionario para ese momento. En la película aparecían las Torres Gemelas porque uno de sus pacientes trabajaba por ahí y la psicoanalista lo va a visitar en la calle de su oficina. Él, que era adicto a la cnn y las noticias, termina suicidándose. El estreno en Nueva York estaba organizado para el día 13 de septiembre del 2001, por supuesto que no pudimos hacerlo. Cuando la estrené en Chile fue el momento en el que conocí a todos los cineastas chilenos de ese momento. Estrené Time’s up en San Sebastián y coincidimos con Silvio Caiozzi y con el director del El Chacotero sentimental, y luego también me crucé en Madrid con Andrés Wood, toda esa época de principios del siglo veintiuno, primeros años del nuevo milenio donde las mujeres cineastas chilenas aún no explosionaban como felizmente sucedió después.
Antes de salir de Chile en 1977 hice unos talleres de cine en la Universidad de Chile, los impartían personas muy raras que nos mostraban cosas clandestinamente, eran clases muy informativas. De hecho, en mi equipaje con el que me vine desde Chile (esos equipajes de los que ya no te queda nada, quizá cuatro cartas y un casete que eran como los antiguos podcast), traje tres libros y una revista sobre cine de la que tenía tres números. Me acuerdo que un curador de video arte que pasó por Madrid me dijo que eso era una joya.
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