Lucía Egaña Rojas - Una cartografía extraña

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Este libro es una cartografía de la experiencia del desplazamiento físico incluyendo miradas descentradas y deslocalizadas en torno a Chile por parte de artistas, curadoras y creadoras chilenas residentes, o que habrían residido, en el extranjero. Estas narrativas desbordan la práctica artística, se indaga en un tipo de materialidad sensible y social a la vez, que no tiene por fin el análisis de la producción cultural sino las elaboraciones emocionales de la historia y de la política desde la singularidad que tiene toda posición histórica de una persona. El libro incluye relatos de Cecilia Barriga · Carla Bobadilla · Ángeles Donoso – Ingrid Wildi Merino · Constanza Piña · Claudia del Fierro – Paula Cobo · Alejandra Pérez · Katia Sepúlveda – Fernanda Car vajal · Valentina Montero · Marisa Cornejo – Julia Antivilo · Francisca Benítez y Camila Marambio.

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Mi primera diáspora fue el viaje a España, que tenía que ver con escapar del horror y del color gris militar que había, y también de la dureza social. En 1977 tenía que entrar a estudiar y yo no tenía nada que estudiar allí, donde no había sino represión. No era científica ni ingeniera. Hacer cine era imposible. Mis padres me comprendieron y apoyaron. Y con el argumento de estudiar cine, metí en la maleta todo el resto de huidas de ese país: el escape de lo social, de lo político, del clasismo chileno. No era capaz de darle un nombre técnico a las cosas, era un tiempo en el que ni siquiera las disidencias sexuales se podían nombrar con claridad. Podías tener la intuición de que a ti te gustaban las mujeres, pero el concepto de lesbianismo no lo sabías entender: era una categoría que venía de afuera sin que tú tuvieras ese concepto introyectado. Para mí no existía en ese momento ninguna palabra que pudiera definirme de una forma permanente, para toda la vida, como casándote con ser algo. ¿Soy hetero? No. ¿Soy lesbiana, para toda la vida? No. En esos años setenta el binarismo existía en todo orden de cosas. Creo que al irme de Chile también huía de estos casorios: casarte con ser chilena, casarte con una geografía de la que era muy difícil escapar, casarte con ser algo. En términos de sexualidad sabía ya en ese momento que no me iba a querer casar de la forma en la que se entendía el matrimonio, ese formato no era el mío, lo supe desde muy niña.

En Santiago solo hice el sexto básico, y nada más en cuanto a educación en esa ciudad. Por lo tanto siempre he llevado conmigo una cierta resistencia o subversión conceptual en defensa de lo provinciano. No me gusta la prepotencia que se construye en las capitales, así que en muchas de las que he vivido, siempre encuentro esa resistencia provinciana que constantemente tienen las grandes ciudades, son los barrios y gentes de migraciones de provincia, los que más me gustan. Santiago era de barrios: dependía del barrio donde estuvieras, cómo vivías la ciudad. En la adolescencia viví una etapa en Talca, que era quizá la ciudad más rancia del país, pero eso no fue lo único que determinó la complejidad de esa etapa de mi vida, con tantas contradicciones emocionales propias de una adolescente. Lo peor fue el recuerdo de los prolegómenos del golpe militar observando de cerca la reacción y el cómo se armaba, hasta que se culminó. Contrariamente a ese ambiente tan conservador mi colegio en Talca, que se llamaba Colegio Integrado, era una suerte de extraño experimento moderno en ese entorno, donde se mezclaban ricos y pobres dentro de un modelo educativo más de la onda Paulo Freire. Esto permitía la confluencia de amigos y amigas de un amplio espectro social e ideológico. Cuando sucedió el golpe pude ver a jóvenes llenos de dolor, llorar de pena y desaparecer, y otras y otros celebrar la muerte de Allende y la caída de la Unidad Popular con gritos y expresiones al mejor estilo del fascismo siempre extremo y miserable.

Siempre tuve la sensación de que quedarse en Chile (con todos los respetos por quienes se quedaron), significaba quedarse en un frame, en un encuadre muy cerrado. Necesitaba tener la sensación de que iba a dejar de ser pobre, no quería depender de mis padres, y quedarme en Chile me daba la sensación de que no iba a poder nunca atravesar las clases sociales. Tuve cierta lucidez respecto a la realidad que me tocaría vivir si me quedaba. Solo quería salir del país, pero no pertenecía a ninguna militancia que me facilitara un exilio más protegido. En esa época eran muy pocas las chicas que con dieciocho años se iban a Europa literalmente solo con su maleta. Pensé que viajando iba a encontrar rápidamente un trabajo y que iba a poder mandar dinero a mi familia. Cosas de ser migrante, que se complementan con mi ser exiliada y con mi ser estudiante.

Los primeros trabajos que encontré en España me permitían mandar dinerito a Chile, incluso trabajando de camarera. Así que por un tiempo sostuve el mandato familiar chileno que dice que “siempre tendrás a alguien a quien ayudar”, alguien a quien pagarle la cuenta de la luz, o comprarle zapatos.

Me quise ir para tener más libertad, más autonomía. Y me encontré con un país que estaba efervescente, con muchas cosas que me facilitaban mi estar. Madrid salía de la dictadura, había gran libertad sexual y el movimiento gay y de lesbianas empezaban a cobrar visibilidad ganando la calle e interpelando el espacio político de la izquierda ortodoxa. Pero curiosamente comparando la generación de mis padres con los padres de mis amigas y amigos españoles me demostraba que mis padres chilenos, a su manera, eran veinte veces más modernos y de forma muy clara me espantó como las mujeres comunes y corrientes españolas de la generación de mi madre parecían de otro siglo con una moralidad muy tradicional y reprimida.

En los setenta también de Chile veníamos bastante más despiertos de lo que estaba la gente que vivía aquí en España, donde en mi curso de universidad la mayoría eran vírgenes. Y yo sin haber tenido tanta experiencia ya me había encargado de quitarme la virginidad de encima, no quería tener ese “carnet de identidad”. Así que en España se valoraba lo distinta que yo era, como ser latinoamericana, que en ese momento me hacía una persona más atrevida, atractiva y seductora, sensual, y esos eran instrumentos de poder. Es cierto que yo de alguna forma me podía situar como migrante “blanca”, no tenía muchos rasgos visibles de los pueblos indígenas y esa “facilidad” dada por el color también me permitió acceder al hábitat académico, a la universidad y al mundo del feminismo, cuya práctica viví por primera vez en ese momento. Creo que rápidamente me españolicé, o más bien, me madrileñicé, cuando Madrid empezaba en esa ruptura maravillosa con lo viejo, reprimido y católico. Esa etapa concluye cuando termino la universidad, en la facultad de Imagen. La universidad era malísima en esa época. Cuando terminé la carrera logré legalizar mi situación consiguiendo la nacionalidad española. Y apenas tuve la ciudadanía lo primero que quise hacer fue irme y poder moverme con ese pasaporte a otras partes de Europa y el mundo. Volver a Chile y revisitarlo a finales de los ochenta. El país ya había cambiado y explotaba la gran resistencia a la dictadura y al dictador. Salir de Madrid se me hacía urgente.

Si tuviera que hacer un sumario forense de la época que pasé en Madrid diría: llegué en 1977 a Madrid, en octubre. El año 78 se produce el atentado de Atocha, que es de los últimos atentados de la época de Franco. Iba a las fiestas del Partido Comunista que en ese momento era un espacio muy interesante en el que las personas chilenas éramos recibidas prácticamente con fuegos artificiales. La gente estaba muy interesada en lo que una pudiera contar, sobre todo les interesaba lo que fuera resistencia chilena aunque yo no fuera militante del PC. Los españoles (demócratas y de izquierdas) habían seguido todo el proceso político de Chile y la muerte de Allende y el golpe con una tristeza tremenda. Estremecidos por su paralelismo con el golpe militar de Franco en su Segunda República. ¿Cómo podía yo explicar todo ello?

(Después de hacer esta pregunta, de pronto el teléfono de Cecilia hace un ruido y es Siri, que le dice “lamentablemente no te puedo ayudar”).

En Madrid también me di cuenta de muchas cosas gracias a la Filmoteca y otros espacios de difusión cultural y política de solidaridad con Chile. Yo sabía que en Chile la cagada era bastante gorda, pero no sabía hasta qué nivel. Por ejemplo, pude ver la película de Mattelart, La Espiral (Armand Mattelart, Valérie Mayoux, Jacqueline Meppiel, 1976) a través de la cual tuve acceso a un montón de cosas que en Chile no sabía, fue como meterme dentro de una ola que me dio entera vuelta. La batalla de Chile (Patricio Guzmán, 1975-1979) que pude ver entera, porque se estrenó fuera de Chile. Te dabas cuenta de todo lo que no habías visto o de lo que no habías vivido en primera persona, pero que había sucedido a dos metros de ti, o lo que le pasó a tus amigos de izquierda que habían desaparecido. Cuando vi La Batalla de Chile pensé en tanta gente de mi entorno. Los que fueron derrotados y los que vencieron a costa de la muerte… También me pasaron cosas en otros sentidos, que abrían los ojos y la necesidad de otras libertades. Vi El último tango en París, que fue un evento histórico en España. Colas de gente en la Gran Vía para verla, después de haber levantado su prohibición. Al mismo tiempo empezaba a aparecer el feminismo como debate social públicamente en la prensa. También cobraba fuerza la movida gay en lugares de Madrid y Barcelona sobre todo. Coincidió con que para pagar la universidad trabajaba en un Vips, que era un local nocturno del centro de Madrid, en la calle Fuencarral y ahí llegaba parte de la llamada “movida madrileña” a cerrar la noche. Yo lo observaba en primera línea pero no participaba porque no era fácil entrar si no te drogabas y estabas en una onda relajada que te permitiera perderte de la responsabilidad del trabajo y la sobrevivencia. Para mí no era fácil consumir droga y luego no responder en el trabajo que me daba de comer. No tenía una familia que me protegiera. Tenía una responsabilidad de “movida obrera” que creo que fue otra y quizá más interesante en otros sentidos. La movida sirvió a personas que se convirtieron en personajes del estilo y universo de Almodóvar. Mucho más despolitizados.

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