Empezamos una relación secreta para que no se enteraran nuestros viejos. Yo no estaba tan seguro de la ventaja de ocultarnos, pero quedó así. Nos encontrábamos en mi casa o la pasaba a buscar por la esquina de la suya.
Con el tiempo la empecé a querer a Natalia, con su pelo largo y enrulado y sus ganas de que fuera lacio, sus ojos marrones que querían ser verdes, sus uñas cortas con ansias de crecer y sus caderas anchas que buscaban una forma. Quizás algo que nos unió y de lo que no me di cuenta en ese momento es que los dos éramos huérfanos de madre. Mi madre había muerto en el parto. La madre de Natalia había muerto hacía algunos años, creo que ella tenía quince.
Uno de los problemas eran los cumpleaños y las fiestas, que pasábamos separados. Nos contábamos lo que habíamos comido, lo que habíamos conversado y con quiénes nos habíamos cruzado, y después nos peleábamos muertos de celos hasta que deshacíamos la tensión en la cama.
Natalia estaba en eso del equilibrio entre el yin y el yang que previene enfermedades. A la mañana ella desayunaba cereales integrales y yo tostadas con manteca y mermelada. Al mediodía ella comía una ensalada verde con aceite de oliva y yo prefería una hamburguesa, pastas o un bife. A la noche ella cenaba pescado blanco, pollo o pavo. Yo prefería milanesas.
En todos esos viajes en auto, Roldán nunca habló de su mujer ni de su única hija. Yo lo atribuí a su viudez. Si no hubiera estado con Natalia, habría dudado de que realmente existiera esa familia que no nombraba y que tampoco había presentado. No le creí a mi padre cuando me contó que él había conocido a la esposa de Roldán un día por casualidad en el Petit Colón. Los Roldán venían de un teatro de la avenida Corrientes y mis padres salían del Colón, donde habían ido a ver El tríptico de Puccini. Tuve curiosidad por saber cómo era la esposa de Roldán y a mi padre, que quiso esquivar el tema, se le escapó un… Mucho más joven que él.
Con Natalia tuvimos toda una época de miniturismo. En febrero nos fuimos a pasar un fin de semana a Areco y Semana Santa a San Pedro. Después estuvimos unos días de invierno en Mar del Plata y en septiembre nos fuimos en ferry a Colonia.
Natalia empezó un curso de meditación los miércoles a la noche. Un miércoles volvió y me dijo: me dieron el mantra. Le pregunté cuál era el mantra y me dijo que no podía decirlo, que le habían pedido que no lo dijera.
Otro día me dijo que quería alquilarse un departamento y yo le pedí que se viniera a vivir conmigo. ¿No es un poco rápido?, me contestó. Yo le dije que no, que hacía casi un año que salíamos, que podíamos probar y ver cómo nos iba. Me dijo que no, que ella prefería irse a vivir sola. Dio una reserva por un departamento cerca del mío y me pidió que le saliera de garante del alquiler y lo hice. Al menos firmamos algo juntos, le dije. Por algo se empieza, me contestó.
También en esa época le dije que había que terminar con el secreto y me dijo que todavía no, que tenía miedo a la reacción. Pensé que tenía miedo de la reacción de su padre y me dijo que no, que el miedo era a la reacción de mi padre.
La historia siguió así. Papá me invitó a pasar navidad en el campo de Brandsen. En ese momento ya hacía más de un año que yo salía con Natalia. Yo pensaba llegar el 24 de diciembre a la tarde, quedarme a dormir y volver al día siguiente. Le dije a Natalia que me acompañara para blanquear la situación. Al principio ella no quiso ir, no es buena idea, me dijo, pero le dije que eso de esconderse no era para nosotros, que había que dar la cara y no sé cuántas cosas más. Finalmente la convencí y nos fuimos a Brandsen.
Llegamos a las seis de la tarde, todavía con el sol sobre el horizonte. Me acuerdo de que había sido una temporada de sequía y que hacía mucho calor. Apenas pasé la tranquera paré el auto para que Natalia pudiera ver a lo lejos el monte de eucaliptos y la curva del río que dibujaba el límite del campo. Esa vista todavía me sorprende. Cuando salga de acá quiero pasar una temporada en el campo. Después entramos por el camino de tierra de la alameda de olmos que termina en el casco.
Papá había invitado al tío Luis y a la tía Melia, a mis primos Cata y Feli, y también habían venido los Gramajo, unos vecinos de la zona a quienes yo no conocía.
Cuando papá vio a Natalia, se puso pálido y apenas si le habló. Yo pensaba que a él no le gustaba que yo saliera con la hija de Roldán. Después, Natalia y yo conversamos un rato con los tíos. Tengo un lindo recuerdo de los tíos Luis y Melia. Vivían en una casa en Avenida de los Incas y de chico íbamos a visitarlos seguido. Natalia y yo nos instalamos en el cuarto de cuando era chico.
Esa noche Natalia me reprochó que hubiéramos ido sin avisar. Me dijo que no había sido una buena idea caer así de repente, sin decir que salíamos. Se quejó de que mis primos y los vecinos eran unos estirados. Yo la acusé de tener miedo escénico, de no poder estar con gente distinta a ella. Pero yo sabía que Natalia tenía razón, que todos eran unos estirados como había dicho ella y que había muy mala onda, no sabía por qué. Le dije que descansáramos un poco y que si quería que se duchara, que había buena agua caliente.
Durante la cena perdí la esperanza de que el clima se despejara. Papá y Gramajo solo hablaron de la sequía de ese año en Estados Unidos, del precio del trigo en Chicago, temas que me interesaban pero que sabía que a Natalia no le importaban.
No tenía mucho de qué hablar con mis primos, a quienes nunca veía. Muy lentamente se hicieron las doce, brindamos con champagne, todos nos dimos un beso y finalmente nos fuimos a acostar.
Nosotros nos quedamos despiertos en la cama. El campo me gusta, me dijo, al menos lo que pude ver de lejos, pero no sé. Hay algo que me parece como obvio. Por qué tienen que mostrar esos cuchillos criollos, la platería y la mesa de caoba, todo tan previsible, me dijo. Además, lo único que pude probar del asado fue la ensalada. Suerte que había mucha.
Esa mañana me levanté temprano. Natalia dormía y fui solo a tomar el desayuno. Papá ya estaba levantado.
Vení a desayunar, sentate, me dijo. Tenemos que hablar. ¿Qué pasa?, le pregunté, él nunca andaba con tantas vueltas.
El tema es grave y mejor que te sientes y escuches lo que te voy a decir. No es fácil decirlo, pero es la verdad. No podés salir más con esta chica, me dijo.
—Pero ¿por qué? ¿Estás loco?
No pude decir nada más, ni preguntarle quién era la madre, ni si mamá supo que él había tenido esa hija. Solo me levanté y me fui corriendo a mi cuarto. Desperté a Natalia y le dije nos teníamos que ir. Me preguntó por qué y le dije, nos vamos ahora, o al menos yo me voy. Vos hacé lo que quieras. Me preguntó también si estaba loco y le dije que sí, que me había vuelto loco y que nos íbamos. ¿No te despedís?, me preguntó, no le contesté y nos fuimos.
Apenas tomamos la ruta empezó a llover en un esfuerzo de disipar el calor del verano. No hablamos durante todo el viaje y la dejé en su departamento. Ella lloraba. Yo lloré cuando la dejé.
Después de dejarla en su casa ese día de navidad, no volví a verla ni a hablar con ella por mucho tiempo, hasta que me llamó. Fue para avisarme que habías nacido vos.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.