Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974) es Doctor en Filología Hispánica y profesor de Lengua Castellana y Literatura.
Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino obtuvo el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en 2016. Como poeta ha publicado Diario de las bestias blancas (Premio Internacional del Poesía Dionisia García, 2008) y Las célebres órdenes de la noche (2016). También es autor de Poesía vertical , edición crítica de la obra de Roberto Juarroz para la editorial Cátedra. Ha publicado reseñas y artículos de crítica literaria en revistas como Quimera o El coloquio de los perros.
Candaya Narrativa, 54
FACTBOOK. EL LIBRO DE LOS HECHOS
© Diego Sánchez Aguilar, 2018
Primera edición impresa: noviembre de 2018
© Editorial Candaya S.L.
Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles
08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)
www.candaya.com
facebook.com/edcandaya
Diseño de la colección:
Francesc Fernández
Imagen de la cubierta:
Francesc Fernández
Maquetación y composición epub
Miquel Robles
BIC: FA
ISBN: 978-84-15934-74-5
Depósito Legal: B 2376-2018
Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura y Deporte
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.
“Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando.”
Warren Buffet
“Cuando colgasteis del árbol al negro
hubiera bastado para hacer la revolución.
Ahora el estupor nos impide calcular
cuál sería vuestro merecido
y nuestro resarcimiento.”
Ana Pérez Cañamares
Portada
Autor Diego Sánchez Aguilar Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974) es Doctor en Filología Hispánica y profesor de Lengua Castellana y Literatura. Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino obtuvo el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en 2016. Como poeta ha publicado Diario de las bestias blancas (Premio Internacional del Poesía Dionisia García, 2008) y Las célebres órdenes de la noche (2016). También es autor de Poesía vertical , edición crítica de la obra de Roberto Juarroz para la editorial Cátedra. Ha publicado reseñas y artículos de crítica literaria en revistas como Quimera o El coloquio de los perros.
Créditos Candaya Narrativa, 54
Citas “Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando.” Warren Buffet “Cuando colgasteis del árbol al negro hubiera bastado para hacer la revolución. Ahora el estupor nos impide calcular cuál sería vuestro merecido y nuestro resarcimiento.” Ana Pérez Cañamares
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
La música del telediario crea en el silencio del salón una sensación de invasión controlada, de apocalipsis cotidiano y consentido. Ya está aquí el mundo, con las estruendosas trompetas que anuncian su venida. El pacto con lo real, pidiendo con histeria que miremos, que saquemos las cabezas de nuestras cuevas. Mi madre me despertaba con el mismo apremio, la misma urgencia ante el acontecimiento de la llegada de un día nuevo, de un autobús que siempre va a escaparse.
El presentador del telediario empieza a hablar con la música todavía acompañando sus palabras, como si estas necesitaran de ese impulso melódico para poder entrar en las habitaciones, en la intimidad múltiple y única de todos los edificios y sus ventanas. Tiene que elevar la voz, mantener un tono fuerte y urgente, subir sus palabras a la cresta de las ondas sonoras de la alarmante cabecera: “El cuerpo ahorcado del presidente de la CEOE. No se descarta la hipótesis terrorista”.
Las imágenes muestran el toro de Osborne desde abajo. Una estructura de hierros, una realidad oculta y magnífica, como una dimensión desconocida recién descubierta. Barras de hierro en diagonal, barras paralelas verticales cruzándose con otras horizontales, de una escala no humana. El reportero está debajo de las vigas: parece pequeño, parece perdido en esa ciudad esquemática de estructuras vacías y enormes a las que nunca había prestado atención cuando veía las siluetas de los toros desde la distancia de mi coche.
Los trabajos corregidos encima de la mesa, como objetos extraños que no me pertenecen de ninguna manera. Mi letra en tinta roja, pequeña y nerviosa, sobre el cuerpo redondo y perezoso de la caligrafía adolescente. Esas correcciones como cicatrices sobre unos cuerpos sin alma, con un alma tan lejana como la mía. La lucha inútil de esas dos caligrafías; la lucha en silencio que mantienen ahí, sobre el papel, mientras se funden en la penumbra.
Envuelto en sombras, como un vagabundo en una manta gris, llega el tiempo del ocio y del descanso, el cambio de turno, sin alegría ni satisfacción, otro paso hacia nada. Martes, ocho de la tarde, eso es ahora. Tiempo de ocio, territorio del presente.
THC 3 miligramos. El sonido del blíster, como descorchar las horas que quedan de este día en una fiesta aburrida y silenciosa.
“Ya casi es miércoles”
A veces hablo sola. Casi nunca en voz alta; eso es una barrera, una línea roja que todavía me reservo. Esa reserva revela que aún creo en el futuro; que hay, en alguna parte de mí, una idea del futuro. Y hablar sola en voz alta está allí, de una forma abstracta pero inevitable, como la imagen de la meta para el corredor de maratón mientras avanza concentrado solamente en respirar, tomar aire y expulsarlo.
La luz que entra por la ventana viene cargada de tiempo, deposita toneladas de presente en las paredes, con esa tonalidad sin nombre que tiene el aire concentrado del anochecer: es el reverso o la negación del color que ha tenido durante el resto del día.
Los policías están debajo del toro de Osborne, como muñecos de uniforme debajo de un enorme juguete ajeno a esa colección, como una composición que un niño hace una tarde aburrida sobre la alfombra del salón de su casa.
“Levántate, quieres comerte una manzana”
Me como una manzana solamente para poder fumarme el cigarro de después de la manzana. Con cada bocado que doy a la fruta pienso en la primera calada que daré al cigarro que me fumaré cuando la termine.
A veces sí digo alguna palabra en voz alta. Un “mierda”, cuando se me cae algo al suelo. Y, cuando pasa, cuando suena la palabra fuera de mi boca, siento el mismo terror que cuando el sonido del plato que cae al suelo lanza su propio graznido. Lo esperaba. Sabía cómo iba a sonar. Pero siempre hay un desajuste, una imposición irreconciliable con la imagen mental. En esa diferencia habita la realidad. Esa voz ajena, que nunca encaja con la voz interior: es el territorio del acontecimiento, de la muerte.
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