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Colección Sulayom
San José, Costa Rica
Primera edición, 2020.
© Uruk Editores, S.A.
© Carlos Villalobos
ISBN: 978-9930-595-14-5
San José, Costa Rica.
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Impresión: Publicaciones El Atabal, S.A., San José, Costa Rica.
«No existen fenómenos morales, sino una
interpretación moral de los fenómenos».
Nietzsche.
Primera epístola a los santalucenses
Hermanos:
Les escribo para que todos sepan la verdad y se arrepientan, y para que sepan que fue el Cocodrilo Leviatán el que desplumó el alma en pena de los yigüirros [1] [2] Olla de carne. Plato tradicional costarricense preparado con carne de res y verduras.
que seguían a la santa Osejo. Les escribo para que conste, ahora y por los siglos de los siglos, que ni los benditos musgos que le crecían a la Profeta pudieron evitar esta maldad. Los perseguidores de la verdad me acusaron de un delito que no cometí. No recuerdo haberlo cometido. El perverso Leviatán, el enemigo, guio los pasos de los que fueron a declarar contra mi buen nombre. Cuando la policía llegó a buscarme a la iglesia, por suerte, yo no estaba ahí. Había cruzado la frontera y durante diez años he andado errante sin que nada ni nadie supiera de mí. Me protegió el santo espíritu de la Profeta Osejo. Me salvó la fe clemenciana que ahora vengo a predicar.
He vuelto. La justicia ya no me busca porque pasó el tiempo y prescribieron las calumnias que pesaban sobre mí. He vuelto como el hermano pródigo. He vuelto a esta Santalucía ingrata para dejar claro que soy inocente. También he venido para buscar al Elegido, al hermano Juanelí. He vuelto para decirle que sigo creyendo en la luz de sus palabras. He vuelto para que ustedes, los santalucenses, también venzan al Cocodrilo que los ha enceguecido y que juntos veamos de nuevo la llama de la verdad que predicó en vida la santa Abuela de las ricas ollecarnes [2]
Fui testigo de las palabras de Juanelí y puedo dar fe de que es verdad cada milagro que se narra en estas santas escrituras. Yo soy el apóstol Jacharrata, el que anduvo con él, el escribano de sus sermones, el inocente.
Hermanos, estas revelaciones habrán de convertirse en un libro de gozo. Daré testimonio de esta única verdad y cuando encuentre al gran líder pondremos de nuevo la piedra que dejamos abandonada. Yo sé que él también tuvo que salir huyendo, pero supe que regresó a Santalucía hace poco. El hermano Juanelí está acá de nuevo. Yo sé que está preparando el terreno para el anuncio final de la última verdad. Cuando lo encuentre volveremos a fundar esta iglesia que tanto necesita Santalucía y tanto, la sed de los que buscan la verdad. Les escribo para que estén preparados. Pronto vendrá el tiempo en que todo lo que digo será revelado. Ay de aquellos que no acepten este misterio.
El mundo pronto se convertirá en clemenciano y habrá excursiones santas a esta tierra, como aquellas que ocurrieron cuando la Abuela estaba viva. Que los santos musgos que tenía la Profeta Clemencia Osejo en sus benditas postas bendigan esta misión y los bendigan a ustedes, hermanos santalucenses.
Hermanos, oren por mí, para que encuentre pronto al gran líder. Oren para que prediquemos otra vez en las paradas de buses, en los bares y en los parques. Oren para que sigamos anunciando las nuevas esperanzas en pleno desamparo y nuevos amparos en plena desesperanza, como antes de las acusaciones, como si nada terrible hubiera pasado.
Ahora lean con devoción el primer sermón del Elegido y dejen que su alma beba de la gracia y se emborrache de este gozo.
[1]Turdus grayi, zorzal pardo, ave nacional de Costa Rica.
[2]Olla de carne. Plato tradicional costarricense preparado con carne de res y verduras.
Homilías de gozo
Primer sermón
Más vale valiente vieja,
que joven y pendeja.
Proverbio clemenciano
Amadísimos hermanos, por aquel tiempo, a mi Abuela la Profeta todavía no le habían salido aquellos horribles musgos en el cuerpo. Todavía Abuela y yo vivíamos en la vieja casona de los grandes milagros. Por aquel entonces recibíamos peregrinos de todo el mundo. Venían a llenarse de buenas vibras; venían, hermanos, a arreglar desarreglos y, sobre todo, a comer las ollecarnes que solo la anciana sabía preparar. Una vez satisfechos reposaban tres días y tres noches. No estoy mintiendo. Se los juro. En verdad lo digo. Los visitantes quedaban como resucitados y por eso la anciana fue conocida por aquel entonces como la Resucitadora de Santalucía. Algunos, por mala fe, le decían la Gran Reputeadora. Pero esos son los que dicen falsedades, hermanos míos, esos son los pecadores, los seguidores del Cocodrilo Leviatán, el enemigo.
Abuela la Profeta, hermanos clemencianos, tenía fama más allá de las fronteras. Por eso los peregrinos, con gran devoción, llegaban de todas partes. Llegaban del sur, del norte, de abajo; llegaban, hermanos, incluso de los polos y el desierto y hasta hubo unos locos que afirmaban ser de otros planetas. Yo sé, hermanos, que esto no era verdad, pero quién sabe qué es cierto y qué no en este mundo de pesadillas. Lo cierto es que no comían carne y hablaban extrañas lenguas; pero eso sí, hermanos, en cuanto olían la carne con verduras –yuca, ñampí, chayote y tacacos– que preparaba Abuela la Profeta, les entraba una tentación tan irresistible que, en verdad lo digo, no podían evitar la tentación. Y he aquí, queridos hermanos, que entonces por obra y gracia de la ollecarne se convertían en clemencianos. Había que verlos devotos de aquella comilona, chupándose los dedos, que si no fuera porque yo sabía que aquello eran cosas de mi Abuela la Profeta y yo sabía que ella estaba enchufada con el que todo lo puede, hubiera pensado que eran posesiones leviatánicas. Hoy, hermanos, tengo claro que la ollecarne con la posta, la costilla y las verduras, son como el maná de la fe clemenciana. Dichosos serán por siempre los que coman de esta carne.
Y sucedió entonces que algunos de los peregrinos se quedaban jugando ajedrez, dominó, damas chinas, güija y de vez en cuando, alborotados por el calor de Santalucía, colocaban una botella en el patio y girándola para señalar víctimas –o cómplices– al azar, hacían, hermanos, una ceremonia nudista que no quiero contar aquí porque este lugar es sagrado. Otros, menos viciosos, solían echarle monedas a una rocola con discos de rock and roll y armaban tremendos bailes que a veces duraban cuarenta días y cuarenta noches. Hasta que Abuela la Profeta, furiosa por el escándalo, cogía la escoba de barrer el patio y los echaba a escobazo limpio de la casa mientras les hablaba diciendo: «salid todos de esta casa porque esta casa es el espacio de mi cuerpo. Alejaos todos de este sitio porque este sitio es el sitio de mi sangre». Y los peregrinos, hermanos míos, con la cabeza cabizbaja, se iban yendo uno a uno, con el alma desinflada.
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