Mientras se enjabonaba, le vino a la cabeza un sueño que había tenido esa misma noche. La imagen acudió a su mente con precisión y no pudo reprimir una carcajada al recordar el desvarío de su inconsciente.
En su sueño, se encontraba en el despacho de Malena, sentada en el mismo lugar de la tarde anterior. No había rastro de la editora, pero sí de algunas flores sobre las sillas de cebra dispuestas alrededor de la mesa de cristal. Parecía una reunión importante. Todas hablaban al mismo tiempo… Violeta no podía entender lo que decían, pero comprendía que estaban muy enojadas. El jazmín alzaba sus hojas amenazantes y señalaba a la pobre Margarita, cuyos pétalos en vez de blancos se habían vuelto marrones. El pensamiento lloraba amargamente mientras la gardenia trataba de consolarla… La azalea se quejaba a la angélica y miraban de reojo, con desconfianza, a la violeta que, más mustia que viva, gemía en un rincón de la mesa.
–¡Basta! –se atrevió a decir la Violeta de carne y hueso–. Está bien, está bien… No logro entender lo que tratan de decirme, pero sé que les fallé. Prometo que las compensaré.
En ese momento, todas las flores se levantaron y empezaron a aplaudir enérgicamente con sus hojas… al tiempo que iban abriéndose y floreciendo con una belleza asombrosa, ante la mirada alucinada de Violeta.
Mientras el agua corría por su cuerpo desnudo, Violeta pensó que la interpretación estaba clara: sus flores la acusaban de haberlas destrozado y le exigían una compensación. Pero, quizá, ese no era exactamente el mensaje… Tal vez las flores, descontentas con su trabajo, habían decidido autoinmolarse para que ella comprendiera mejor el significado oculto de cada una de ellas y pudiera plasmar de verdad su belleza esencial. En realidad, al reclamar ese derecho le estaban concediendo una segunda oportunidad, para perfeccionar su obra y posicionarse en el mundo editorial como una ilustradora de renombre.
Violeta se sorprendió al ver su cara seria y pensativa en el espejo del lavabo. Estaba algo empañado por el vapor, pero distinguió perfectamente su expresión perpleja, como de quien acaba de descifrar un difícil acertijo, y volvió a reírse con ganas. Definitivamente, estaba un poco chiflada, pero la interpretación de su sueño había conseguido que volviera a ilusionarse con el trabajo que la esperaba. Estaba dispuesta a superarse a sí misma y a dibujar las flores más bellas del mundo. Sí, aquella era la mejor lectura de lo que había pasado y Violeta aceptaba el reto. Pondría su alma y su corazón en aquel encargo.
En menos de diez minutos, arregló la habitación y preparó su bolso de viaje con ropa de abrigo para cinco días. El tiempo empezaba a apremiar, así que escogió algunas prendas y se vistió apresuradamente. El espejo de cuerpo entero aplaudió su elección y Violeta decidió premiarse con un té y unas galletas de mantequilla.
Ya en la tienda de Bellas Artes, hizo un cálculo aproximado de lo que iba a necesitar. Todavía le quedaban algunos tubos de acuarela Taker, así que compró varios tonos de los colores que más usaba, algunos lápices, tres pinceles Da Vinci de distintos tamaños, y las suficientes láminas como para equivocarse unas cuantas veces. Al salir, se compró un sándwich de vegetales en la cafetería de la esquina y aceptó la invitación del sol de ir caminando hasta casa. Tenía más de media hora a paso ligero, pero después de tantos días de mal tiempo y encierro, se resistía a descender a los oscuros túneles del metro. Decidió subir por Paseo de Gracia por si el tiempo se le echaba encima y se veía obligada a tomar el autobús. La temperatura era muy buena para estar casi en noviembre y Violeta disfrutó, como siempre, observando los escaparates y a la gente que bajaba en dirección contraria. Durante unos segundos, se lamentó de su viaje a la sierra castellana. Seguramente allí haría frío y se perdería los últimos coletazos de buen tiempo en Barcelona, antes del invierno.
Una vez en casa, abrió su enorme maletín de madera e introdujo allí todos los utensilios de pintura que había comprado.
Mientras esperaba un taxi para ir a la estación de Sants, releyó una vez más el e-mail de Lucía para confirmar la hora. En el destinatario figuraban cinco direcciones de correo electrónico. La de Víctor y la de Alma eran fácilmente reconocibles, pero las otras dos, escritas con números y palabras que no le decían nada, eran imposibles de resolver. Aun así, supo que se trataban de Mario y Salva incluso antes de leer el mensaje completo. Los seis habían sido inseparables durante la primaria y habían formado incluso un club secreto: “Los seis salvajes”. Desde los diez hasta los quince, se habían reunido casi todas las tardes al salir de clase. No se habían vuelto a ver desde entonces, y Violeta era incapaz de precisar los motivos por los que dejaron de hacerlo si vivían en el mismo barrio. El e-mail imitaba las notas telegráficas en clave que se enviaban de pequeños antes de convocar alguna reunión.
Sábado 30 de octubre, 23 h, Villa Lucero (antigua vaquería). Reunión de Los seis salvajes. Gran celebración 30 aniversario. Feriado puente del 1 de noviembre. Regumiel de la Sierra. Burgos. Se ruega confirmación.
Más abajo, Lucía adjuntaba una persuasiva nota en la que explicaba cómo había encontrado sus direcciones de correo electrónico y los motivos por los cuales los seis debían tomarse unos días de vacaciones y recorrer quinientos kilómetros para reencontrarse.
Queridos Salva, Violeta, Mario, Víctor y Alma:
Soy Lucía Ibáñez. No sé si se acuerdan de mí… Aunque espero que sí, porque yo los recuerdo muy bien a cada uno de ustedes.
El otro día encontré sus direcciones de correo electrónico en la página web del colegio donde estudiamos primaria. No sé si tienen Facebook, Instagram o LinkedIn, la verdad es que no los busqué en redes, me parecía más romántico no saber nada de sus vidas antes de vernos, para que podamos ponernos al día en persona.
Hace quince años nos hicimos una promesa, ¿lo recuerdan? Acordamos que, pasara lo que pasara, volveríamos a reunirnos a los treinta.
Durante este año, todos hemos cumplido o estamos a punto de cumplirlos… Quizá les parezca extraño que después de tanto tiempo les haga esta propuesta; pero ¿por qué no hacemos una celebración conjunta y cumplimos con el pacto que hicimos de niños?
Conozco un lugar idílico, entre Burgos y Soria, en el que podríamos reencontrarnos y pasar unos días muy agradables. Está en plena sierra de pinares. Es un pueblecito llamado Regumiel. Podríamos pasar allí el feriado puente de Todos los Santos. Este año son ¡cinco días! Puedo reservar una casa rural encantadora.
Si se animan, confirmen enseguida y les explico todos los detalles para llegar hasta allí.
Sería tan emocionante volver a vernos después de tantos años…
¡Estoy impaciente por saber si habrá reencuentro de Los seis salvajes!
Besitos a los cinco.
Lucía
Emocionada por el reencuentro, Violeta no lo pensó dos veces antes de responder, de manera escueta:
Confirmado. Violeta.
Después de pulsar “Enviar”, tuvo un momento de arrepentimiento y se lamentó por haber respondido tan pronto, pero ya no había vuelta atrás. Dos días más tarde, tenía un nuevo mensaje de Lucía en el que le explicaba el plan con más detalle. Ellas dos saldrían de Barcelona el sábado a las tres de la tarde y recogerían a Víctor en Zaragoza a las ocho. A las once de la noche se reunirían con Salva y Mario ya en Regumiel. Alma llegaría al día siguiente en el autobús regional.
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