Cuando su deseo se materializó, apenas unos días después, notó una chispa pequeña, un débil fogonazo que prendió durante los primeros meses de relación, cuando las ganas de descubrirse y de amarse eran más fuertes que la certeza de que no estaban hechos el uno para el otro.
Antes de marcharse para siempre, recorrió el apartamento, sorteando las cajas que había dejado apiladas en el pasillo, abriendo todas las puertas en busca de más recuerdos… Pero nada. Solo acudían a ella situaciones de la vida cotidiana cargadas ahora de culpa, pena y desilusión por los sueños no cumplidos y por el daño que había causado.
Habían pasado dos años desde que decidieron vivir juntos. Durante ese tiempo, ninguna discusión, ningún reproche. Al principio, Violeta pensó que era muy afortunada y que Saúl era el hombre ideal: atento, culto, guapo, educado; y aunque tardó poco en darse cuenta de que no lo amaba y de que nunca sería del todo feliz a su lado, pensó que el tiempo se encargaría de poner el amor en su sitio.
Después de retirar las cajas, abrió la gaveta del recibidor con el propósito de dejar las llaves y se sorprendió al encontrar allí su carta de despedida, perfectamente doblada por la mitad, como la había dejado ella hacía apenas unas semanas…
Querido Saúl:
Llevo días dándole vueltas a esto, tratando de encontrar la mejor manera de explicarte que no puedo seguir así, pero creo que no la hay. Sé que pensarás que soy una cobarde, o algo peor, por no atreverme a decírtelo en persona, y tendrás toda la razón al hacerlo. Estuve a punto de hablar contigo esta mañana mientras desayunábamos, pero en el último momento me faltó el valor. Ya sabes que nunca he sido una persona valiente. ¿Recuerdas cuando me bajé del Dragon Khan, justo cuando la atracción debía ponerse en marcha? Durante la hora y media de espera, en la fila, no fui capaz de darme la vuelta. No supe reaccionar hasta que me vi allí sentada, a punto de que aquella montaña rusa pusiera mi cuerpo del revés. Así es como me siento ahora, Saúl. Al borde del abismo. Estoy perdida hace demasiado tiempo y ya no quiero arrastrarte más conmigo ni hacerte perder la vida en una relación que ni yo misma sé adónde va. Por eso, tomé la decisión de irme hoy de casa. Te lo dije el otro día cuando hablamos: contigo todo es muy fácil. Eres el hombre más comprensivo del mundo, siempre pendiente de mí y de todos. Eres el tipo de hombre que cualquier mujer desearía tener a su lado. Cualquiera que no sea una tonta como yo. Te quiero muchísimo y siempre lo haré. Sabes que haría cualquier cosa por ti; incluso darte un riñón si te hiciera falta. Pero con mi corazón no funciona así: no puedo obligarlo a amarte como tú mereces. Y me siento fatal por ello.
Ahora mismo necesito pensar, pero te llamaré pronto. Vendré el sábado a recoger mis cosas y creo que es mejor que no nos encontremos en casa.
Por favor, no me odies. Lo siento, de corazón.
Violeta
–¡Maldita lluvia! No puedo creerlo… –se lamentó Violeta consternada mientras contemplaba paralizada cómo sus acuarelas de flores se cubrían de agua, flotando en un charco de lodo.
Antes de reaccionar y agacharse a recogerlas, estuvo tentada a salir corriendo. La imagen era demasiado dolorosa. Le había llevado semanas terminar el encargo y justo esa tarde que debía entregarlas… pasaba esto.
Había salido con tanta prisa de casa que olvidó cerrar del todo la cremallera de su portafolio, dejando vía libre a las flores pintadas para que escaparan caprichosas en busca de agua fresca.
Llegaba tarde a su cita y sabía que Malena, la directora editorial, odiaba que la hicieran esperar. Pero, ahora, eso era lo que menos le preocupaba.
Violeta rescató una a una las láminas sosteniéndolas de una punta y sacudiéndolas delicadamente. Aunque las había rociado con un spray fijador en casa, el exceso de agua había corrido los colores formando figuras abstractas de tonos marrones.
–¡Mierda! –gritó llena de rabia mientras protegía bajo su abrigo el portafolios con las láminas intactas y hacía malabarismos con el paraguas para que el resto no siguiera mojándose–. ¿Cómo pude ser tan tonta?
En ese momento, un joven con impermeable negro pasó velozmente a su lado y pisó la última que le quedaba por recoger. Al ver la cara de desesperación de Violeta, y el puñado de papeles mojados que sostenía entre sus manos, comprendió enseguida lo que acababa de suceder y se inclinó para disculparse y ayudarla a levantarse.
Pero Violeta no veía la mano tendida de ese chico. Su mirada se había quedado clavada en la última flor mojada y pisoteada. Estaba manchada de lodo y no había ni rastro de la belleza del trazo firme y delicado de su autora, la perfección con la que usaba la luz y las sombras, y la combinación exquisita de los colores que hacían sus obras tan reales que casi amenazaban con salirse del papel… Aun así, la reconoció enseguida, los chorreones de tinta lila la delataban: era la violeta.
Violeta se sintió como su flor: mojada, pisoteada y destrozada. Y entonces, se derrumbó. Como una niña invadida por una pataleta, cedió a la gravedad de las circunstancias. Lloró amargamente, sin tapujos, cubriéndose la cara con las manos, sin reprimir los sollozos que escapaban de su boca. No le importó que el joven se marchara con cara extrañada, como quien contempla a una loca, ni las miradas curiosas de la gente que pasaba apresurada con sus paraguas de colores. Lloraba por sus flores y por ella misma, lloraba porque había fracasado una vez más y le quedaban pocos cartuchos que quemar.
Hacía años que había dejado atrás la facultad de Bellas Artes y aquel era el primer encargo serio con el que se enfrentaba. Durante un tiempo, había compaginado su trabajo habitual de teleoperadora con los encargos que la editorial le hacía: hasta el momento cosas pequeñas, proyectos sin importancia a la altura de cualquier principiante. Álbum de flores había sido su primer reto serio. Su nombre aparecería en la portada y sus flores ilustrarían preciosas fábulas y citas de un conocido autor. Había firmado incluso un contrato por una cantidad nada desdeñable; así que, reuniendo el valor necesario, había dejado su empleo gris para dedicarse de lleno a su gran pasión.
Estaba aterrada porque no podía permitirse perder ese contacto y temía la reacción de su editora. Pero haciendo acopio de sus últimas fuerzas, metió las flores mojadas en una bolsa de plástico y se levantó dispuesta a enfrentarse a su suerte.
Las flores habían decidido suicidarse a dos pasos de la entrada del ferrocarril. Así que, Violeta corrió a refugiarse de la lluvia, dejándose engullir por la boca del metro. Ya sentada en el vagón, secó sus lágrimas y extrajo las láminas destrozadas de la bolsa. Solo contó cinco de las treinta que llevaba en su carpeta… Por suerte, el resto se había quedado dentro.
Pensó que, tal vez, Malena se apiadaría de ella y le daría unos días más. Al fin y al cabo, llevaba consigo la prueba del accidente, que descartaba la versión de cualquier excusa. Aunque también sabía que las fechas de imprenta eran casi siempre inflexibles y que podía pagar caro su descuido no recibiendo nuevos encargos. Hasta ese momento, siempre había cumplido puntualmente, pero… ¿y si ahora que se había decidido a dar el salto le fallaba el trabajo? ¿Qué haría?
Al llegar, Violeta se dejó impresionar, una vez más, por el edificio de mármol blanco de la editorial, que se alzaba orgulloso en Tres Torres, uno de los barrios más ricos de Barcelona. Entró en el hall y, tras saludar a la recepcionista, se coló rápidamente en el elevador. Estuvo a punto de soltar un grito al verse reflejada en el espejo, pero pensó que sería más útil aprovechar los cinco pisos de trayecto para arreglarse el pelo y limpiarse un poco la cara con un pañuelo.
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