“Un miembro respetado que abusa de su posición de confianza, para manipular a otra persona, invoca “instrucciones” de Dios que no pueden ser cuestionadas” ( O&H ).
En segundo lugar, está la relación de poder personal entre los involucrados. En las relaciones, quienes ostentan autoridad y la forma en que ésta se utiliza es muy importante. La discusión sobre el poder será retomada a lo largo de este libro, ya que es fundamental para este tema.
En resumen, al igual que con otras formas de abuso, el abuso espiritual puede sucederle a cualquiera y cualquiera puede coaccionar y controlar a otro. Sin embargo, no le sucede a todo el mundo, y el hecho de estar en un contexto cristiano no hace que el control coercitivo sea más o menos probable.
Cada uno tiene su propia historia
Hay diferentes historias y relatos de abuso espiritual y a lo largo de este libro haremos referencia a algunos de ellos; asimismo, compartiremos citas de nuestra reciente encuesta. Sabemos que algunas personas han experimentado un control extremo, mientras que para muchas otras ese control ha sido más sutil. Por lo mismo, no hay una sola historia que nos represente a todos, por lo que buscamos incluir una gran variedad de vivencias en este libro. Estamos extremadamente agradecidos con aquellas personas que han tenido el valor de compartir sus testimonios y reconocemos el costo personal que tuvo hacerlo. Solo a través de este intercambio podemos realmente comprender este asunto de una mejor manera. Las historias nos proporcionan una base sobre la cual podemos construir modelos de comportamiento y culturas cristianas en el futuro que sean mejores y más sanas. Este primer relato ilustra el tipo de desafío que abordaremos en este libro.
La historia de Steve
Comencé a participar en una iglesia por primera vez hace unos cinco años. Era una de las más amigables a las que había asistido. Las personas parecían muy interesadas en mí y me sentí como en casa. Era como una gran familia. Pensé que pertenecía y que era realmente bienvenido. Era, ciertamente, lo que había estado buscando en una iglesia.
Durante un tiempo fui feliz y no fue hasta que llevaba un par de años que la situación empezó a cambiar. Dentro de la iglesia se hacía un gran énfasis en estar presente en todas las reuniones. Nos dijeron que esto era porque nos ayudaba, y que si faltábamos nos perderíamos. Una noche no pude asistir a una reunión porque no me sentía bien. Al día siguiente recibí una llamada del ministro preguntando por qué no había estado en la reunión. Le expliqué que no me sentía bien. No pareció muy contento con mi respuesta y me dijo que me habrían cuidado si hubiera ido. Le pedí disculpas y le dije que estaría en la de esa noche. Cuando colgué el teléfono no pude entender por qué me había disculpado por estar enfermo, pero igual me cuestioné y me pregunté si podría haber ido a la reunión después de todo. Decidí que debía tratar de asistir a todas las reuniones en el futuro.
Durante un tiempo todo siguió bien y me empecé a involucrar más en la vida de la iglesia. Con el tiempo comencé a dirigir el trabajo con el grupo de jóvenes. El ministro me dijo lo talentoso que era con la juventud y cómo la iglesia había estado rezando por contar con alguien como yo. Me hizo sentir bien y feliz de poder ayudar en este grupo. Pasé mucho tiempo con el ministro y su familia, y fui parte de muchas cosas en la iglesia. Pasaba la mayor parte de mi semana ahí, pero estaba feliz de hacerlo. En retrospectiva puedo ver que las personas recibían un trato especial cuando se involucraban más y a menudo eran vistas como “espiritualmente especiales”. Ahora puedo ver que este “ser especial” se usaba para que la gente siguiera haciendo lo que la iglesia quería que hicieran y para que otros se esforzaran más en involucrarse.
En ese momento me sentía parte de la iglesia y tenía un gran sentido de pertenencia. Sabía que las decisiones no se discutían y que con cierta frecuencia la gente se iba y, cuando esto ocurría, se hablaba mal de esas personas. Sin embargo, en ese momento creía lo que decían de la gente y pensaba que su salida era culpa de ellos y así continué siendo feliz.
Todo iba bien hasta que organicé un viaje a un concierto cristiano con el grupo de jóvenes. El ministro me llamó y me dijo que debería haber pedido permiso para organizar el evento. Le contesté que lo había hecho porque estaba a cargo del trabajo con los jóvenes. Él se enojó mucho conmigo y me respondió que yo causaba problemas, y que mi actitud no ayudaba. Incluso sugirió que no era un buen modelo a seguir para los jóvenes. Me recordó que yo no estaba a cargo y que todas las decisiones sobre los jóvenes debían pasar por él, me citó la Biblia sobre ser sumiso a los líderes y colgó el teléfono.
Quedé devastado. Se suponía que el viaje ayudaría a los jóvenes. Me dolió mucho lo que dijo sobre mí y mi influencia en los jóvenes. Más tarde lo llamé para conversar sobre lo que me había dicho y era otra persona. Descartó mis preocupaciones y dijo que no se había enfadado en absoluto, que solo estaba cuidando de mí y que le preocupaba que yo estuviera trabajando demasiado y quería asegurarse de que descansara. Por eso quería que consultara las cosas con él para asegurarse de que no me autoexigiera demasiado. Nuevamente terminé disculpándome y diciéndole lo agradecido que estaba por su apoyo.
Al terminar esa llamada telefónica quedé muy confundido. Me sentía muy culpable y pensaba que quizás había malinterpretado la situación y que el ministro me estaba tratando de ayudar. Es extraño mirar hacia atrás y pensar que me culpaba a mí mismo. Pensé que había algo malo en mí que me hizo malinterpretar lo que me dijo. Ahora me doy cuenta de que el ministro tenía la habilidad de hacerte pensar que tú lo habías malentendido y que tú eras el responsable, cuando en realidad era al revés y él tenía la culpa.
Después de esto las cosas siguieron bien durante algunas semanas y realmente traté de comportarme adecuadamente. Una noche uno de los jóvenes se me acercó y me pidió un consejo sobre un tema que le preocupaba. Lo escuché y le di algunas sugerencias de cosas que podía hacer. Al día siguiente, mientras charlaba con el ministro mencioné la conversación que había tenido con el joven. El ministro se enojó mucho y me dijo que se suponía que tenía que consultar todo con él y que no tenía permitido dar consejos. Me volvió a recordar la necesidad de someterme a los líderes y me señaló que llevaba un tiempo sintiendo que Dios quería que yo descansara del trabajo con los jóvenes, ya que necesitaba un respiro. Le dije que no quería, pero cuando llegué a casa me había dejado un mensaje telefónico diciéndome quién sería mi reemplazo. Me pidió que le entregara toda la información sobre los jóvenes a esa persona. Desde entonces muchos me han dicho que el ministro habló mal de mí y dijo que no era apto para el trabajo con los jóvenes, que había tratado de apoyarme, pero que por el bien de ellos había tenido que dejarme ir.
Luego de que me obligaran a renunciar ya nada fue igual. Se me hacía difícil lidiar con la situación cuando los jóvenes me preguntaban por qué los había dejado, porque se les dijo que había sido mi decisión. Me resultó difícil aceptar que el ministro señalara que Dios le había dicho que yo tenía que renunciar. No sabía cómo argumentar en contra de eso. Me pregunté por qué Dios se lo había dicho a él y no a mí, pero muchos en la iglesia pensaban que Dios hablaba directamente con el ministro y, por lo tanto, no cuestionaban lo que él decía.
También empecé a ver que gran parte de lo que ocurría en la iglesia era controlado, algo que también me costó aceptar. Me di cuenta de que el ministro tomaba todas las decisiones. Sabía que no podía seguir en la iglesia, tenía que irme. Llamé al ministro y le expliqué que me iba. Se enojó mucho y me dijo que lo estaba traicionando a él y a la iglesia, y que no estaba bien que me fuera. Que Dios no me bendeciría si me iba. Según él me costaría mucho acostumbrarme a otra iglesia. Le dije que tenía que irme y me colgó el teléfono. Poco tiempo después vino a verme y me dijo que Dios tenía planes para mí y que debía quedarme y resolver mis problemas. Le dije que no eran MIS problemas y que necesitaba irme. No volví a la iglesia después de eso.
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