Juan Andrés Piña - Mitos y Leyendas del pueblo mapuche

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Mitos y Leyendas del pueblo mapuche: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro recopila los mitos y leyendas de origen mapuche más importantes que se conservan hasta hoy. Más de cincuenta fascinantes relatos en torno a acontecimientos extraordinarios, fantásticos y trascendentes relativos a lo cósmico, a la creación y destrucción del mundo y del ser humano, donde intervienen dioses y semidioses. Narraciones que combinan elementos reales y comprobables con otros maravillosos e imaginarios: por qué un lago del sur es salado, de dónde proviene el nombre de una flor, cómo se extinguió un volcán o de qué manera un espíritu poderoso ayudó a la comunidad.
En estas páginas no solo se habla de lugares o personas específicas que los protagonizan, sino de un mundo mágico y a veces remoto, poblado de espíritus que colaboran con la gente o se enfrentan a ellas. También de seres humanos que consiguen una profunda relación con la naturaleza, al punto que terminan transformados en piedras, ríos o árboles.
Grandes creadores de los epew (cuentos), los mapuche fueron consolidando allí un vívido universo poblado de seres fantásticos; animales monstruosos, ríos y mares que cobran vida; entes sobrenaturales que conviven con la gente, flores y árboles sanadores; brujos y chamanes, ánimas tutelares, diluvios, terremotos y maremotos que cambian la fisonomía del lugar y volcanes indómitos habitados por espíritus que transforman su entorno.
Estas lecturas ayudan a comprender la cosmovisión de un pueblo que ha sido base de nuestro crecimiento como nación. Muchos de estos relatos tienen influencias de la cultura occidental, pero adquieren un renovado fulgor y fuerte originalidad marcados por el particular entorno geográfico, las costumbres y rituales mapuche y su coherente religiosidad.

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Pronto estaban anegadas todas las tierras bajas, pero el agua seguía subiendo y cubría las colinas y los montes. Luego hubo solo algunas cumbres prominentes que sobresalían. Cai-Cai era tan poderoso que logró cubrir también toda la cordillera nevada.

Más eficiente era, sin embargo, la magia aplicada por Ten-Ten, pues era capaz de elevar los cerros que llevan su nombre. Por mucho que se esforzara Cai-Cai, no le fue posible alcanzar con sus aguas esas cumbres. Había, eso sí, otro peligro: al subir, estas se acercaban demasiado al sol, y el calor de los rayos quemaba cada vez más. Solo era posible salvarse de ser abrasado colocándose una fuente de greda sobre la cabeza, y aun a pesar de esta protección el calor era sofocante y casi insoportable.

Reconocida por Cai-Cai su incapacidad de imponerse, hizo que la lluvia cesara y las aguas comenzaron a bajar otra vez. Un hermoso y gran arcoíris se desplegó por todo el cielo. Lentamente se restableció la normalidad.

Muy pocos lograron salvarse, sin embargo, de esta catástrofe. La mayoría de los animales fueron transformados en piedras. Y en cuanto a los seres humanos, todos aquellos que no alcanzaron la cumbre de un cerro Ten-Ten, fueron alcanzados por las aguas y se transformaron en peces.

Los que sobrevivieron repoblaron las tierras del sur y así continuó la vida del pueblo mapuche.

Hasta hoy, los mapuches tienen un vívido recuerdo de este diluvio, por lo cual casi siempre se encontrarán en sus rukas algunas fuentes de greda para ser usadas si se repitiese una invasión a la tierra por el mar, como ha ocurrido ya tantas veces en los maremotos, aunque en forma menos intensa que aquel que evocan sus antepasados.

La leyenda de Ten-Ten (o Tren-Tren) y Cai-Cai (o Kai-Kai) es en la actualidad la más difundida y conocida referida al pueblo mapuche y tiene varias versiones. Según algunos historiadores, el relato se habría basado en la introducción de la religión cristiana durante el periodo de la guerra entre los mapuches y los soldados españoles. Así, los misioneros habrían relatado, como enseñanza, del diluvio universal que acaeció cuando Dios quiso castigar a los seres humanos por su mal comportamiento. Sin embargo, ello no es seguro, porque el testimonio histórico dice que en realidad fueron estos misioneros quienes escucharon narrar la leyenda. Como sea, posee suficientes elementos propios del imaginario religioso mapuche como para que tenga una fuerte originalidad. Ello se ve avalado por ciertos descubrimientos científicos que afirman que no hubo un solo diluvio en el planeta, sino muchos en distintas épocas y en diversos lugares, y es muy posible que también haya afectado a nuestros pueblos originarios.

El nacimiento de las cosas

La Vía Láctea nació de una mujer Arriba en el cielo azul vivían - фото 7

La Vía Láctea nació de una mujer

Arriba en el cielo azul vivían antiguamente dos deidades femeninas una buena - фото 8

Arriba, en el cielo azul, vivían antiguamente dos deidades femeninas, una buena y la otra mala. La mala rabió mucho cuando se enteró de que su enemiga esperaba un hijo. Como ella no tenía ninguno, se llenó de ira.

Estuvo muy atenta al nacimiento del niño y en el primer momento en que este se separó de la madre, lo robó. Inútilmente la deidad buena lo buscó por todo el Cielo; pero no logró encontrarlo, a pesar de que les preguntó a las estrellas.

En la llamada Cruz del Sur — Pünonchoike , que significa “impresión de la pata del avestruz”— no estaba el pequeño. El avestruz no lo tenía oculto bajo sus alas; no estaba acostado en la piel negra y tampoco lo encontró en el corral donde estaban los animales nuevos. ¿Estaría en el pozo? ¿Lo tendría alguna estrella guardado allá en lo alto? Ninguna de las numerosas estrellas sabía nada.

La madre envió a todas partes esas hachas de piedra brillantes que pasan silbando rápidamente por el aire, y también le pidió ayuda al caminante Orión. Las rojas bolas de fuego volaron e igualmente le ayudaron los cherruves, que son los cometas de barbas rojas y con colas, que corrían de un extremo del cielo al otro y miraban dentro de los volcanes. Sin embargo, ninguno vio rastro alguno del niño. “Pobre de mí”, decía la madre a la que, además, había comenzado a dolerle el pecho y se lamentaba y lloraba: ¿Es que acaso su buena y abundante leche no estaba destinada a su hijo? ¿Dónde estaba oculto?

Mientras se retorcía de un lado a otro, miró hacia abajo, a la Tierra, y vio allí mucha miseria y desgracia, vio hambre y enfermedad, vio muerte. Un grito llegó hasta ella: había muerto en ese momento la madre de un recién nacido que ahora se encontraba desnudo y desamparado. No había ni una sola persona cerca del niño.

Entonces vio cómo un puma que pasó por ahí decía: “No te comeré porque eres pobre. Cuando nacen mis hijos ya traen al mundo una cobertura abrigadora. Mi leche sacia su hambre y cuando tienen frío yo les abrigo con mi piel y les doy calor. En cambio, ¡qué desamparado están los seres humanos recién nacidos!”.

Un cóndor pasó volando y se posó al lado de la criatura que sollozaba. Y dijo: “Ay, pobre hombre nuevo. No te destrozaré, porque eres más pobre que mis hijos. Ellos traen consigo un vestido de plumas cálido; yo les tengo preparado un nido bien mullido y abrigador y también les traigo buenos alimentos. Tú estás solo y desnudo. No serás tú quien les sirva de alimento a mis hijos”.

La zorra corría tras una liebre y la alcanzó justamente donde estaba el niño. Ella dijo: “No te haré nada a ti, liebre, porque tú también eres madre. Mira qué pobre es una criatura sin madre, sobre todo el hombre recién nacido. Niño varón, a ti tampoco te haré nada”.

Y así, muchos animales ansiosos de cazar una presa se acercaron, pero no le hacían daño al niño que gemía, porque todos pensaban en sus propios hijos.

Entonces, cuando el pequeño desamparado comenzó a llorar desesperadamente de hambre y de frío, la deidad femenina bajó del Cielo a la Tierra, lo tomó en sus brazos y voló con él a la estrella donde vivía. Allí le dio calor al niño y lo acunó amorosamente. De inmediato, la boquita hambrienta bebió y tragó con tanta premura la leche que sonaba como si chasqueara la lengua. ¡Qué buena es la dulce leche materna! Y como las deidades del Cielo son mucho más grandes que las mujeres de la Tierra, el niño encontró más leche de la que podía beber y pronto se quedó dormido.

Cuando al rato comenzó a dolerle intensamente el otro pecho, la deidad lloró y se lamentó: la dulce leche le corría por el cuerpo y lo teñía de blanco. Súbitamente dijo: “Seguramente en la Tierra hay muchos niños que tienen sed y hambre. A ellos les daré mi buena leche”.

Y así comenzó a exprimir sus pechos, de modo que la leche se elevó en altos chorros y luego formó un arroyo en el cielo, donde cada gota se transformó en una estrella, y todas ellas brillaban y centelleaban: había nacido así lo que para nosotros es la Vía Láctea.

En la espiritualidad mapuche, el Wenumapu es el Mundo (o Espacio) de Arriba (el Cielo), donde residen Nguenechén y los espíritus y las fuerzas positivas que las personas necesitan para vivir. La Wenu Lewfü (Río de Arriba) o Rüpü Epew (Historia del Camino) se refieren a lo que nosotros llamamos Vía Láctea, esa galaxia espiral donde se encuentra nuestro sistema solar. En la visión mapuche, la Vía Láctea (Rüpüepewün) constituye un ordenamiento de elementos luminosos que están relacionados entre sí, formando parte de una simbología gobernada y dirigida por los espíritus superiores. Su objetivo es entregar luz y predecir el efecto positivo o negativo de los sucesos naturales y sobrenaturales. Desde el punto de vista de la leyenda, la Vía Láctea era un campo de cacería de ñandúes, en el que estos eran perseguidos por cazadores, representados por estrellas, que les arrojaban sus boleadoras, simbolizadas por Alfa y Beta Centauro, y acumulaban sus cuerpos y plumones en dos montículos: las Nubes de Magallanes.

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