Gerardo Álvarez Escalona - Del barrio al estadio

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Este libro ofrece un camino alternativo: comprender las bases sociales del espectáculo deportivo, representado en la formación y en la gestión de la competencia, la construcción de infraestructura deportiva especializada y la creación de las estrategias de información de los medios de comunicación, de la mano de las narrativas de lo que sucede en el fútbol, dentro y fuera de la cancha. A partir de ello el autor revisa la construcción de las identidades (urbanas, regionales y nacionales) y los elementos que le han dado forma a través de cuatro clubes, dos de Lima (Alianza Lima y Universitario) y dos del Callao (Atlético Chalaco y Sport Boys), además de la selección nacional.

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Sin embargo, pese a los evidentes esfuerzos por normar los asuntos administrativos, hubo problemas que continuaron durante largo tiempo. Algunos clubes se presentaban sin uniforme59 y fueron frecuentes las quejas por la demora en la entrega de las listas de los jugadores y el retraso de los clubes en el pago de las cuotas a la Liga, que los amenazaba con separarlos de la asociación si no cumplían con este pago60. Este sería un déficit que la Liga Peruana arrastraría durante toda su existencia.

La segunda meta que se puso la Liga Peruana fue organizar la competición. Para ello dio las siguientes medidas. En primer lugar, a raíz del número de clubes, se tomó la decisión de crear dos divisiones y se estableció que aquellas instituciones que habían logrado mejores resultados durante el año anterior pertenecerían a la Primera División, mientras que los otros jugarían en la Segunda División. En la Primera División estuvieron Lima Cricket and Foot Ball Club, Association Foot Ball Club, Miraflores Sporting Club, Jorge Chávez Nº 1 del barrio el Carmen en Barrios Altos, la Escuela Militar de Chorrillos, Sport Alianza, Sport Inca y Sport Vitarte. En la Segunda División estuvieron Sport Lima del jirón Quilca, Carlos Tenaud Nº 1, Carlos Tenaud Nº 2, Atlético Grau Nº 1, Unión Miraflores, Jorge Chávez Nº 2, Atlético Peruano, Sport Libertad Barranco y Sport Magdalena (Cajas, 1949, p. 203; FPF, 1997, pp. 53-54)61.

En segundo lugar, eligió como sistema de competición el que enfrentaba entre sí a todos los clubes de cada división y asignaba una puntuación según el resultado logrado. Los partidos solían jugarse en el terreno de Santa Beatriz y, en otras pocas ocasiones, en el campo del Ciclista Lima ubicado en un terreno cercano. Se realizaban habitualmente durante los fines de semana, especialmente domingos, y en los feriados por celebraciones cívicas, fiestas religiosas y conmemoraciones patrióticas. Se establecieron horarios definidos. Los partidos solían empezar alrededor de las nueve de la mañana y concluían al oscurecer, hacia las seis de la tarde. Usualmente, los encuentros iniciales eran entre los equipos infantiles y juveniles, y luego jugaban los equipos de reserva. Posteriormente se jugaban los partidos de Segunda División y finalmente, los de Primera División. De este modo se pasó de un juego practicado o visto ocasionalmente a la constitución de una competición en la que existían fechas, horarios y lugares establecidos con anterioridad, dinámica que se repetía semana a semana. Ello permitió que el público se acostumbrara a ver hasta un máximo de siete u ocho partidos en un día, y no un único partido los fines de semana. Por este motivo, afirmamos que se empezó a crear, de un modo incipiente, una competencia en serie62.

Este sistema de campeonato llevó a un cambio en el significado e importancia del juego, no solo entre los jugadores sino también en el público. En 1912, los parámetros de la concepción «olimpista» estaban en boga y, según estos, la búsqueda de la victoria no era lo más importante. El sentido de practicar un deporte era jugarlo y se justificaba por sí mismo. No existía ninguna otra proyección o intención más allá de la que le habían encontrado las élites modernizadoras: los beneficios para la salud, el desarrollo de la capacidad física y la construcción de una ética fundada sobre valores como la lealtad, la decisión, el respeto y el cumplimiento de las normas. En una palabra, era una ética basada en la idea de lo «decente». Sin embargo, con la aplicación de un sistema de competencia que premiaba al victorioso con dos puntos y castigaba al perdedor sin recibir ninguno, se alteró la noción «olimpista» del juego. La búsqueda de la victoria empezó a tener importancia, porque con ella se lograba una calificación que le permitía al club no solo mostrar que era mejor que sus oponentes, sino también que, si sumaba una mayor cantidad de puntos al final del torneo, se coronaba ganador y demostraba que era mejor que todos los otros clubes. Esta interpretación estaba en franco conflicto con la idea «olimpista» del fair play (juego limpio), que afirmaba que en el fútbol —y en el deporte en general— lo importante no es ganar, sino participar.

Este régimen pronto puso en evidencia que todos no estaban en capacidad de sostener la competencia; tal es el caso de la Escuela Militar y Lima Cricket. A poco más de mes y medio de iniciado el torneo, la Escuela Militar envió un documento a la prensa que decía: «La Escuela Militar deja de pertenecer a la Liga y pide que no se publiquen los resultados que aparece con 1 punto lo que trae desmedro a la imagen de la Escuela. No participar en los matches ni las tablas»63. La Escuela Militar marchaba en último lugar en la tabla de la Primera División de la Liga. Incapaz de sostener la competencia y con un único punto como calificación que simbólicamente afectaba su prestigio como institución, se olvidaba de la idea «olimpista» de participar y competir, ante todo. Es así que decidió desafiliarse de la Liga para no regresar jamás. Lima Cricket ganó el torneo de 1912 y repitió el triunfo en 1913, pero resultó último en 1914. Antes de pasar por la deshonra de ir a jugar a Segunda División, eligió desafiliarse de la Liga Peruana y, al igual que la Escuela Militar, no volvió más. Alcanzó a jugar algunos encuentros más antes de desactivar su selección de fútbol en 1915. La reorganizó en 1920, pero sin volver a participar en la Liga ni competir con ninguno de los clubes que la formaban ni con los clubes que pertenecían a otras asociaciones64.

El debilitamiento de los valores «olimpistas» encontró otro factor de erosión. El sistema de campeonato establecía de antemano los partidos por jugar, así como el lugar y la fecha. En consecuencia, entró en desuso el intercambio de cartas que enviaba un club para invitar a jugar a otro bajo la idea de desafío. Los valores olímpicos ya mencionados perdían importancia porque no era necesario establecer la comunicación epistolar que incluía los saludos y la reverencia habitual, imprescindible para una comunicación entre caballeros. En su lugar, dichas cartas se reemplazaron por simples documentos administrativos que solo ofrecían información puntual: coordinar el horario del encuentro, informar de los jugadores que iban a participar y definir las disposiciones básicas del juego.

La Liga Peruana había nacido como impulsora de los valores propugnados por el «olimpismo», el que estaba inserto en la visión internacional que consideraba a los deportes como un medio útil para el desarrollo moral y físico de los hombres, y que en el ámbito local se había traducido como un esfuerzo pedagógico y civilizador sobre todo de la élite65. Sin embargo, en su afán por impulsar el juego y difundir sus valores, la Liga colocó al fútbol en abierta contradicción con sus postulados iniciales. Pero no de todos. Así pues, probablemente de modo inconsciente, mantuvo uno de los postulados secundarios del olimpismo que se tradujo rápidamente en una característica distintiva de las asociaciones de fútbol: la apertura democrática, la que convirtió a las asociaciones en espacios de encuentro interclasista, inusual en la época. La convocatoria y la participación recayeron sobre clubes de toda procedencia y condición social: los socios de clubes de la élite se reunían con los socios de clubes formados por profesionales liberales, inmigrantes ingleses, empleados del Estado, empleados de servicios, pequeños comerciantes, propietarios de tiendas de abarrotes, obreros y artesanos. Es cierto que la élite mantuvo el control burocrático de la institución, pero buscó la incorporación y la adscripción abiertas y, al menos en el papel, en igualdad de condiciones entre todos los grupos sociales.

Esta apertura inusual en la época coincide con las reivindicaciones políticas que hubo ese año, claves en la historia política y social del siglo XX peruano. Paralelamente al nacimiento de la Liga y la preparación de los torneos de Primera y Segunda División durante los meses de febrero a mayo de 1912, se organizaban las elecciones presidenciales, programadas para mayo. El exalcalde de Lima Guillermo Billinghurst lanzó su candidatura, que encontró apoyo entre los sectores medios y populares. Nacido en Tarapacá, provincia perdida durante la Guerra del Pacífico, participó en el ejército peruano en ese conflicto bélico. Estos datos biográficos le confirieron gran notoriedad ente los sectores populares, pero el tribunal electoral rechazó su postulación y le impidió participar. Las masas urbanas creyeron que la medida buscaba apoyar al hacendado Ántero Aspíllaga, candidato del Partido Civil, y respondieron con el boicot contra la elección, liderado por estudiantes universitarios y obreros. Fueron tres días en los que la violencia recorrió las calles de la capital, a través de marchas de protesta, enfrentamientos entre seguidores de los líderes políticos en campaña, agresiones a los informantes de la policía y contra la policía misma, saqueos y destrozos de la propiedad pública y privada, todo lo cual dio como resultado varios muertos y heridos (Torrejón, 1995, pp. 318-331). Finalmente se volvieron a realizar las elecciones con la participación de Billinghurst, quien fue electo presidente; con ello, se inició el primer gobierno populista en el Perú, interrumpido abruptamente por el golpe militar de 1914 (Gonzales, 2005, pp. 195-212; Mc Evoy, 1997, pp. 403-405).

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