Mónica Elena Couceiro - Ansiado rescate

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Clara, totalmente decidida a abandonar su vida anterior como la doctora Frers, enfrenta los desafíos de su necesaria transformación para rescatar a su padre de quien lo mantiene secuestrado bajo perversa extorsión. Para ello, deberá transitar un arduo y complicado camino que la trasladará desde lo fáctico conocido a lo fantástico que siempre creyó irreal, permitiéndose descubrir y dejar salir las potencialidades que, sin saberlo, siempre habitaron en ella. Ese difícil camino le permitirá reconocer que aún en el horror y la maldad siempre se oculta una razón, siendo ese hallazgo el que abrirá sus ojos al entendimiento y aceptación de su realidad. A pesar de las dificultades y las pérdidas, encuentra la fortaleza necesaria para enfrentarlas cuando reconoce y acepta que el verdadero motor de la vida está en asumir que más allá de todo siempre habrá un nuevo comienzo.

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No sabía qué hacer; caminaba de un lado al otro pensando qué debía hacer para poder hablar con Cristina. Sabía que no podía entrar por sí solo a la casa sin correr riesgos de ser encontrado por el señor Mac Eoinn y no poder explicar lo que estaba haciendo allí. Estaba entrando en desesperación cuando de pronto vio que la puerta de la cocina se abría.

—¿Qué haces aquí muchacho? – escuchó mientras se le helaba la sangre. Dio la vuelta lentamente agradecido de encontrarse con Gertrudis.

—¡Te hice señas de que te alejases! ¿Por qué insistes?

—Es que Héctor me ha pedido que lleve a la yegua de la señorita Cristina para ir al pueblo para buscar al señor Olson por… por…

—Habla muchacho, ¿acaso eres tartamudo?

—No me animo a decirlo por si Héctor se ha equivocado o ha entendido mal la orden del amo Mac Eoinn.

—Ha entendido correctamente muchacho; debes ir a pedir que Olson venga de inmediato y cumplir así la orden del amo Mac Eoinn.

—Pero… entonces ¿es verdad?

—Si muchacho, ama Elena ha muerto. Debes partir urgentemente.

—Pero… es que yo no puedo montar a Altamira sin el consentimiento de la señorita. Ella siempre me ha exigido que nadie la monte sin su consentimiento, y… como usted sabe señora Gertrudis yo soy el responsable del cuidado de su yegua. ¿Cómo puedo entonces ser yo mismo quien desoiga el deseo de la señorita?

—No es momento para molestar a Cristina con este tema no está en condiciones de hablar con nadie, y mucho menos con alguien que no es de la familia.

Esas palabras le dolieron a Pedro en el fondo de su alma, pero no podía explicar a Gertrudis la excelente relación que se había instalado entre ellos, y obviamente, no era el momento para hacerlo.

—Pero… – volvió a insistir.

—Llévate a la yegua bajo mi responsabilidad, si Cristina pregunta o se enoja, le diré que yo te autoricé a hacerlo y te aseguro no habrá problemas.

Pedro permaneció inmóvil en la puerta viendo como la oportunidad de estar cerca de Cristina en esos momentos se le esfumaba de las manos.

—¿Qué estás esperando muchacho? ¡Ve a cumplir la orden que se te ha dado y deja de perder tiempo! Mi señora necesita ser preparada lo más pronto posible para poder descansar en paz.

Viendo que ya no quedaban excusas que justificasen su demora, Pedro agradeció a Gertrudis y se alejó rumbo a las caballerizas para preparar a Altamira, sintiendo el corazón acongojado por no poder acompañar a Cristina en esos momentos de desesperación.

Preparó la yegua de su amada con premura y dejando atrás las caballerizas para cumplir con el mandato del amo Mac Eoinn, levantó la vista hacia la casa viendo a Cristina observarlo desde una ventana del piso superior. Jinete y caballo permanecieron inmóviles bajo una ligera pero persistente llovizna que comenzaba a caer; esperando un gesto, no sabía bien qué, algo en ella que le demostrase que lo había visto. Fue entonces que Cristina, apoyó su mano en la ventana siendo lo que Pedro necesitó para azuzar a Altamira, emprendiendo un potente galope para cumplir con lo que estaban necesitando.

7

Ana estacionó su automóvil un poco más allá del número 248 de la calle Bristol, domicilio declarado en el expediente de recursos humanos de Clara. Eran alrededor de las siete de la mañana, por lo que había mucho movimiento en las calles debido a las personas que se movilizaban para ir a sus trabajos. No vio a nadie salir del edificio durante los pocos minutos que permaneció dentro de su auto mirando si alguien aparecía por la puerta del palier.

El departamento estaba en el piso siete identificado con la letra A, pero no se animaba a bajar y tocar el portero eléctrico temerosa de con qué podía encontrarse del otro lado del teléfono. No fuese a ser que el departamento estuviese ya ocupado por otra persona y eso le provocase una angustia mayor a la que de por sí ya sentía esa mañana.

Con esas elucubraciones estaba cuando por el espejo retrovisor vio abrirse el portón del garaje del edificio y salir a quien supuso sería el portero, ya que llevaba una larga manguera y artículos de limpieza presto a lavar las veredas.

—¡Claro! Es la hora en la que suelen hacerse estas tareas.

Dudó unos instantes, pero decidió descender y conversar con él para enterarse si ya habían dispuesto del departamento o si algún familiar de Clara había aparecido. Le preguntaría para saber que podía hacer con sus cosas ya que si había algún familiar podría dejar allí las pertenencias de Clara, pero... si no era así, y alguien totalmente desconocido había ocupado el departamento sería ella quien conservaría las cosas de su amiga.

Convencida de que era la mejor decisión bajó del auto dirigiéndose hacia donde el portero estaba comenzando su día de trabajo.

—Buenos días –

—Buenos días – respondió Juan, – ¿qué necesita señorita?

—Mire… no sé cómo comenzar esta conversación…

Entre sorprendido y preocupado detuvo sus actividades y mirándola a los ojos dijo:

—¿Se siente mal señorita? ¿puedo ayudarla en algo? – ¿necesita que llama a alguien?

—No no, no he querido molestarlo con mis palabras, pero… verá…

A esas alturas Juan ya comenzaba a inquietarse no sabiendo qué actitud tomar ante esa joven mujer que se le había presentado de esa manera y que no lograba expresar lo que necesitaba. Dejando la manguera en el piso, se le acercó entre preocupado y desconfiado, no fuese a ser una trampa para distraerlo y que ladrones se metiesen en el edificio, por lo que se alejó inmediatamente de ella y dijo:

—si quiere llamo a la policía – creyendo que si se trataba de un hecho potencialmente delictivo la joven desestimaría el intento.

Al escuchar sus palabras Ana se dio cuenta que no estaba generando ninguna buena impresión en ese hombre sino todo lo contrario, ya que podía leer en sus ojos la desconfianza por lo que inmediatamente se dijo que debía ser clara.

—Verá, mi nombre es Ana Seller; soy la secretaria del Instituto de Historia antigua y medieval de la Universidad donde trabaja… trabajaba la doctora Clara Frers.

—Ah – expresó aliviado, – discúlpeme señorita, pero su cara me hizo asustar – encantado de conocerla. ¿Cómo anda la doctora Frers?

Ante esas palabras Ana quedó de una pieza no sabiendo cómo proseguir con la conversación. ¿Acaso este hombre no sabía nada de lo ocurrido; ¿o, mejor dicho, de lo supuestamente ocurrido? Por suerte, Juan evitó que Ana no supiese cómo proseguir la conversación pues inmediatamente agregó:

—¿Cómo le están yendo las cosas por Irlanda a la doctora? La extrañamos un montón mi esposa Laura y yo, pero nos alegramos mucho que esté trabajando tan bien en la Universidad Nacional de Irlanda. ¿Dónde era que estaba? – dijo mirando sin ver, como tratando de encontrar en su memoria un nombre que había olvidado.

—Galway – agregó Ana.

—¡Cierto; Galway! – respondió.

—Entonces…

—¿Si? – preguntó Juan; – ¿Entonces… qué señorita Seller?

—Entonces… ustedes la están esperando.

—Por supuesto que la estamos esperando. Ella se comunica con nosotros todos los meses. Bueno, en realidad se comunica con los señores Thomas, sus vecinos, y a través de ellos sabemos que está muy bien y que fue contratada por este año para trabajar allí. Mi esposa se ha ofrecido a mantener limpio el departamento, pero la señora Thomas le dijo que no se preocupe, que ella se encargaría.

—¿Los señores Thomas?

—Sí, el doctor Fermín Thomas, y su esposa Marta, quienes viven en el piso de arriba de la doctora Frers. Ellos se hicieron muy buenos amigos y le están cuidando el departamento.

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