Mónica Elena Couceiro - Ansiado rescate

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Clara, totalmente decidida a abandonar su vida anterior como la doctora Frers, enfrenta los desafíos de su necesaria transformación para rescatar a su padre de quien lo mantiene secuestrado bajo perversa extorsión. Para ello, deberá transitar un arduo y complicado camino que la trasladará desde lo fáctico conocido a lo fantástico que siempre creyó irreal, permitiéndose descubrir y dejar salir las potencialidades que, sin saberlo, siempre habitaron en ella. Ese difícil camino le permitirá reconocer que aún en el horror y la maldad siempre se oculta una razón, siendo ese hallazgo el que abrirá sus ojos al entendimiento y aceptación de su realidad. A pesar de las dificultades y las pérdidas, encuentra la fortaleza necesaria para enfrentarlas cuando reconoce y acepta que el verdadero motor de la vida está en asumir que más allá de todo siempre habrá un nuevo comienzo.

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—Gracias doctor, no se preocupe que el día de hoy solo será para revisar. Buenas noches.

—Buenas noches Ana.

Así esperó que Hopkins se retirase y entró en la oficina de Clara. Todo estaba como lo había dejado a la mañana con las persianas levantadas, por lo que al abrir la puerta se encontró con un ambiente ligeramente iluminado por las luces del campus ya encendidas. De todos modos, encendió la luz para revisar con comodidad cerrando así las persianas para que nadie pudiese observar desde el exterior sus movimientos.

Tomando coraje comenzó por su escritorio; en primer lugar, la bandeja donde tenía sus papeles encontrando solo unos pocos, puesto que ella misma le había preparado el portafolios para que llevase todo lo necesario en su viaje a Galway. Al revisarlos decidió que no era necesario retirar ninguno dado que no existían notas personales.

Abrió cada cajón encontrando solo elementos de librería tales como lápices, biromes, resaltadores, papeles de señalización, gomas de borrar, correctores, etc. Nada que perteneciese a la intimidad de Clara, por lo que los dejó juntos en un cajón del escritorio por si la nueva investigadora los necesitaba.

Encontró un paquete vacío de medias, lo que le hizo recordar el día en que Clara había regresado empapada de su almuerzo y tuvo que cambiarse para la reunión con Dumas; fue entonces al placard para revisar si había algo de ropa, encontrando el traje que se había puesto para la reunión. Obviamente Clara había llevado la ropa mojada a su casa para volver a dejar el traje en su oficina para cualquier otra situación en que lo necesitase.

—Debo llevarlo – pensó. – No debo dejarlo aquí, mañana me ocuparé de traer una caja para guardarlo junto con sus enceres personales que como son pocos, un solo viaje me alcanzará, pero…

—¿A dónde lo llevaré? – pensó, era fundamental averiguar qué había ocurrido con su departamento.

Miró su reloj y estaba por cerrar ya el Instituto, por lo que era también tarde para ir al departamento de Clara. Mañana a última hora retiraría las cosas de su oficina para cumplir con el pedido de Hopkins, y temprano en la mañana del siguiente día iría por su casa para averiguar qué sabían de ella.

Cerró la oficina de su amiga, sacó sus cosas de su escritorio y se retiró saludando al guardia que ya se encontraba en la puerta esperando poder cerrar hasta el día siguiente.

6

Pedro se despertó sobresaltado por el zamarreo de Héctor; se había quedado finalmente dormido vencido por el cansancio de todo un día de trabajo y por las horas de vigilia en que vestido, estuvo presto a responder por si Cristina lo necesitaba.

—¡Apúrate muchacho! el amo nos llama. Primero intentas levantarte cuando no debes, y ahora que nos necesitan estás hecho un holgazán. ¡Apúrate!

Pedro intentó levantarse algo aturdido y perdió pie en el intento. Recordó que no había comido en muchas horas y se sentía un poco mareado, por lo que se dirigió a gatas hasta la ventana del ático y desde allí observó la casa principal que seguía en silencio. Solo podía ver al amo Mac Eoinn hablando con Héctor y cómo este, haciendo una reverencia, estaba volviendo a las caballerizas.

Casi se tiró por las escaleras para estar parado a la entrada cuando Héctor abriese los portones para ingresar.

—Aquí estás muchacho. ¡Por fin!

—Debes ir al pueblo inmediatamente.

—¿Qué ha pasado Héctor? ¿La señorita Cristina está bien? ¿por qué estaba el doctor Benton tan temprano? ¿Acaso?…

—¡Deja ya de hacer tantas preguntas! El amo necesita que vayas urgentemente al pueblo a buscar a Olson.

—¿Olson? Preguntó aterrado sabiendo que era el enterrador del pueblo.

—¡Por Dios Héctor! Dime qué ha ocurrido, ¡te lo imploro!

—Ama Elena ha muerto.

—¿Muerto? Pero… ¿cómo?

—Eso no nos incumbe, debes ir inmediatamente al pueblo para avisar a Olson que prepare todo y venga rápidamente. Eso sí, el amo ha dicho que disponga su mejor servicio, el más caro, todos los vecinos de la comarca vendrán y deben ver lo mejor.

—¿Ver lo mejor? ¿De qué estaba hablando Héctor? – ¿Acaso eso era lo importante? ¿Las apariencias? Pedro solo pensaba que debía ver a Cristina, y cuánto antes. Sabía cuánto amaba a su madre por lo que asumió cuan desesperada debía estar.

—Prepara la yegua del ama Cristina, es la más veloz para que puedas llegar al pueblo más rápido.

Al escuchar esas palabras Pedro encontró la oportunidad que estaba buscando para poder ver a su amada.

—Si monto a Altamira necesito el permiso de la señorita Cristina.

—¿Estás loco? ¡La señorita Cristina no está como para ser molestada por tonterías!

—Discúlpame Héctor, pero yo soy quien se ocupa de Altamira y recibo las órdenes de la señorita, y ella me ha exigido que nadie monte a su yegua sin su permiso y no puedo ser justamente yo quien desoiga sus órdenes en este momento.

Héctor quedó pensativo unos instantes que a Pedro le parecieron eternos.

—Tienes razón, no podemos agregar una molestia más en estos momentos. Llévate a Rayo de Sol entonces.

Pedro se sintió desfallecer al ver que la oportunidad que tenía de hablar con Cristina se desvanecía entre sus manos.

—¡Apúrate muchacho! Ve a ensillar a Rayo de Sol.

Pedro se retiró de mala gana hacia el lugar donde se encontraba el caballo tratando de encontrar en su cabeza una excusa para montar a Altamira. Fue entonces en que pensó en algo…

Mientras caminaba y fuera de la vista de Héctor, tomó de unas alforjas un clavo largo y grueso, y al entrar a la caballeriza de Rayo de Sol le dijo:

—Perdóname amigo, más tarde lo arreglaré – y así introdujo el clavo entre la herradura y uno de sus cascos delanteros, con el suficiente cuidado de no lastimarlo, pero con la seguridad que ello obligaría al caballo a renguear. De esa manera lo ensilló y lo sacó de su ubicación teniendo especial cuidado de que Héctor lo pudiese observar.

—Pero, ¿qué pasa con Rayo de Sol? ¿por qué está cojeando?

—No lo sé Héctor, algo le pasa en una pata, me parece poco conveniente que el caballo corra antes de revisarlo. No sería bueno agregar un problema más al amo Mac Eoinn y se enoje con nosotros ¿no te parece?

Pedro sabía que sus palabras harían pensar a Héctor quien de inmediato le dijo.

—Devuelve a Rayo de Sol a su lugar, quítale la montura para que descanse y ve rápidamente a preguntar a la señorita Cristina si puedes llevarte a Altamira.

Pedro lo obedeció con la mayor rapidez posible, aprovechando para quitar la montura a rayo de sol junto con el clavo que le había puesto en una de sus patas de manera de reconfortar al caballo y no dejar evidencias de lo que había hecho por si Héctor decidía revisarlo en su ausencia. Lo hizo a una velocidad como nunca antes había empleado para salir corriendo ante los ojos sorprendidos de su jefe.

Recorrió la distancia que lo separaba de la casa como si sus pies no estuviesen en contacto con la tierra, decidiendo acercarse por la puerta de servicio cuando de pronto, pasando por una de las ventanas de la cocina vio a Gertrudis cerca de una de las hornallas. Golpeó la ventana llamando la atención de la nana de Cristina, quien al verlo le hizo señas de que se alejara.

Pedro no podía hacerlo, debía imperativamente saber lo que estaba pasando. Volvió a golpear la ventana y cuando Gertrudis muy molesta levantó nuevamente la vista le hizo señas que iría por la puerta trasera. Se quedó allí parado esperando que la nana le abriese, pero como pasaba el tiempo y no lo hacía, volvió hacia la ventana de la cocina viendo con desesperación que Gertrudis ya no estaba allí.

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