Desde hace tiempo, este potencial femenino se está estudiando a nivel cerebral.
El interés en profundizar en esta temática no es casual, tiene su correlato con el liderazgo del futuro, ya que el nuevo paradigma involucra dos temas de enorme relevancia: espiritualidad en el mundo de las organizaciones y liderazgo afectivo e inserción social de los sentimientos.
En ambos casos, se necesitan capacidades para las cuales el cerebro femenino parece estar especialmente dotado.
El neuroliderazgo puede conceptualizarse como una conjunción entre las teorías más avanzadas sobre el liderazgo y los últimos descubrimientos de las neurociencias aplicables a estas.
Ello implica, por un lado, el desarrollo de capacidades cerebrales y, por el otro, el diseño de ámbitos que propicien la motivación, la creatividad, la armonía y el bienestar, condiciones propias, según las últimas investigaciones, del cerebro de las mujeres.
Los descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro abren nuevos caminos para analizar las diferencias entre hombres y mujeres. Las más importantes están relacionadas con el procesamiento de la información, que da lugar a estilos claramente diferenciados.
Lo neurobiológico, la cultura y la subcultura
¿Por qué la mayoría de los hombres prefiere los westerns, las películas policiales y las bélicas, mientras que las mujeres se inclinan por los dramas o las comedias románticas?
Sin intenciones de entrar en debates de género, excepto en el caso de los especialistas y cinéfilos, la mayor parte de las pequeñas guerras al revisar la cartelera se desatan porque “él” se aburre si no hay suspenso y acción, mientras que “ella” encuentra esos géneros poco interesantes, a veces demasiado llenos de sangre o vacíos de contenido.
Aunque las excepciones existen, por supuesto, las investigaciones revelan que las preferencias se relacionan con las diferencias notables entre la estructura cerebral femenina y la masculina.
Si bien en las inclinaciones intelectuales y espirituales no es posible trazar ninguna línea.
El compromiso y la profundidad con la que se afrontan los diferentes aspectos de la vida no admiten distinción por género, en la vida cotidiana se observan divergencias interesantes.
Por ejemplo, muchos más hombres que mujeres prefieren ver deportes por televisión, salir de caza o de pesca, leer revistas sobre los últimos avances tecnológicos y engrosar su caja de herramientas cada vez que van al hipermercado.
Del mismo modo, muchas más mujeres que hombres acuden con frecuencia a salones de belleza, consumen revistas de diseño y decoración, estudian psicología en vez de ingeniería, invierten en cirugías estéticas y son receptivas a las ficciones románticas.
En una primera aproximación al tema, puede inferirse que estas diferencias se deben a factores socioculturales, y esto es cierto.
Debido al fenómeno de neuroplasticidad, tanto el cerebro masculino como el femenino se van formando anatómicamente en función de las influencias que reciben del entorno.
Ello explica parcialmente por qué las zonas relacionadas con la agresión son mayores en el cerebro masculino, mientras que las habilidades relacionadas con la empatía, esto es, con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, percibir lo que está sintiendo y sintonizar con sus emociones, están más desarrolladas en el femenino.
En el mundo occidental, los varones se familiarizan con el conflicto desde pequeños cuando se les regalan soldaditos, espadas, dinosaurios o monstruos.
Estas claves culturales van determinando la morfología de su cerebro, ya que cada vez que un niño juega a la guerra se crean los neurocircuitos asociados a ese tema.
Por esta razón son más comunes las peleas a nivel corporal entre varones y, en promedio, los líderes masculinos se manejan con más comodidad cuando las luchas competitivas son feroces, por ejemplo, entre las grandes corporaciones.
Aún así, hay algunas preferencias que aparentemente son innatas y no producto del fenómeno de neuroplasticidad asociado a factores culturales, como se ha creído hasta el presente.
La neurociencia ha corroborado en numerosas investigaciones que existen componentes neurobiológicos que distinguen claramente al cerebro según el género.
Estas diferencias influyen en la percepción, en el estilo y tipo de pensamiento, en la forma de procesar la información (cognitiva y emocional), en la toma de decisiones y en la conducta.
Los resultados de una investigación realizada en forma conjunta por profesores de la Universidad de Londres y de la Universidad de Texas permitieron descubrir que algunas preferencias de juguetes según el género no son producto de la socialización.
Durante el experimento, realizado con simios de 1 a 4 años de edad, se incluyeron juguetes típicos de varones (como camiones, autitos), juguetes típicos de niñas (como las muñecas) y juguetes de género neutro (libros, entre otros).
Mediante una medición del tiempo que ambos sexos pasaban con los distintos juguetes, se observó en los machos una preferencia por los considerados masculinos y en las hembras, por los considerados femeninos.
Con respecto a los neutros, ambos sexos utilizaron la misma cantidad de tiempo.
Dado que, obviamente, los animales no pueden ser influenciados por estímulos socioculturales, se infiere que la inclinación de uno y otro sexo hacia diferentes juguetes puede deberse a diferencias biológicas innatas.
Asimismo, no se descartan razones vinculadas con la evolución, esto es, con las actividades que realizaban en el mundo primitivo (la caza predominaba en el hombre, mientras que la mujer se dedicaba a las tareas relacionadas con lo que en ese tiempo podríamos denominar “hogar”).
Como vemos, todo está inscripto y puede inscribirse en nuestro cerebro.
Lo relevante es que, independientemente del origen de estas inscripciones, a comienzos del nuevo milenio contamos con herramientas de enorme potencial para estudiarlas con un enfoque científico y continuar perfeccionando esta obra maestra que comenzó la naturaleza mediante la implementación de un trabajo sistemático de neuroplasticidad autodirigida.
La inteligencia, según la definición académica, es la “facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad”.
Pero la manera en la que la inteligencia se aplica, se desarrolla y se utiliza no es unívoca.
Esta idea no es nueva. Por ejemplo, en el siglo XVI, mucho antes de que Howard Gardner publicara sus trabajos sobre el tema, Juan Huarte de San Juan, filósofo y médico español, escribió una obra que denominó “Examen de ingenios para las ciencias”.
Allí explicaba su teoría sobre las diversas facultades mentales que poseen las personas, haciendo hincapié en que determinados individuos tenían algunas muy desarrolladas.
Además de calificar el conocimiento en función de su dependencia de la memoria, la comprensión o la imaginación, sostuvo que en cada persona intervienen factores internos y externos y que no todas son iguales desde el punto de vista de su capacidad intelectual.
Dos siglos después, el antropólogo inglés Francis Galton, primo de Darwin, se interesó por la inteligencia creativa y realizó estudios sobre sujetos que se consideraban dotados de genialidad.
Durante sus investigaciones, focalizó en las capacidades que diferenciaban una persona de otra desde una perspectiva biológica y adaptativa.
En su opinión, los seres humanos poseen con varios tipos de habilidades naturales.
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