Y es lo cierto que la afortunadamente longeva vida de Francisco Ayala y sus particulares experiencias personales van a situarle en muy distintos lugares sociales, históricos y espaciales. Ayala va a ser un joven escritor que forma parte del mundo literario madrileño en los años veinte y treinta; un joven académico que se acerca a la sociología y se relaciona con Ortega y Adolfo Posada y que amplía estudios en Alemania; también será letrado de las Cortes en la II República y catedrático de Derecho Político. La guerra civil le arrojará al exilio: a Argentina, primero, donde se convierte en profesor de sociología y vive el peronismo; posteriormente será testigo y analista del extraordinario momento histórico en el que Puerto Rico se erige en Estado Libre Asociado a los Estados Unidos de América y formará parte del ya mítico ambiente intelectual del campus de Río Piedras puertorriqueño; pero también ejercerá, después, de profesor de literatura española e hispanoamericana y crítico literario en Estados Unidos, situación que le llevará a recorrer la gran potencia de universidad en universidad; y, por último, jubilado ya, regresa a la España nuevamente democrática, donde asume su responsabilidad intelectual publicando libros y artículos en distintos periódicos. A grandes rasgos, son éstas las posiciones y los lugares que habita Ayala, son los presentes desde los que escribe y con los que se compromete desde los años veinte hasta la actualidad. El presente de Ayala es, podría decirse, la realidad histórico-social del siglo XX, observada desde la España de Primo de Rivera, de la II República y de la guerra civil, desde la Argentina, desde Brasil y Puerto Rico, desde los Estados Unidos, y, finalmente, desde la España democrática.
Es esta responsabilidad intelectual la que se esconde detrás de las abundantes y valiosas páginas que Ayala nos ha legado1. Es, por decirlo así, el común denominador de sus escritos, bien sean ensayísticos, sociológicos o literarios.
II. EL PENSAMIENTO DE AYALA
1. LOS AÑOS DE FORMACIÓN. LA ADQUISICIÓN DEL «ENFOQUE SOCIOLÓGICO»: 1925-1936
España, en el primer tercio del siglo XX, experimenta un proceso de crecimiento y modernización que conlleva un incremento notable de la esperanza de vida al nacer (de 34,8 años en 1900 a 50 años en 1930) y una significativa reducción de la tasa de analfabetismo (del 55 por ciento al 27 por ciento en 1930) Juliá, 1999: 43-50). En Madrid, ciudad en la que se instala Ayala con su familia en torno a 1918, la población casi se duplicó desde 1900 a 1930 (pasó de 539.835 a 952.832 habitantes). La modernización del país se vio acompañada de un florecimiento extraordinario de la cultura española en este primer tercio de siglo, que se ha llamado, en ocasiones, segunda Edad de Oro o Edad de Plata.
En este período convivían varias generaciones de intelectuales: la escuela krausista (que aglutina a dos o tres generaciones; cfr. Laporta, 1974, y Díaz, 1989), la generación del 98, y la de 1914 con Ortega y Gasset a la cabeza. Y será a partir de los años veinte y treinta cuando se vaya incorporando una nueva generación, que en literatura es conocida como generación del 27, y que en sociología se puede llamar «generación de la Guerra». Será a esta última generación a la que pertenezca Ayala, junto a varios intelectuales muy valiosos como Enrique Gómez Arboleya, Enrique Tierno Galván, J. L. Aranguren, Salvador Lissarrague, Luis Sánchez Agesta, Francisco Murillo, Julián Marías, José Medina Echavarría o Luis Recaséns Siches, por citar algunos2. Dentro de este variado grupo, Ayala pertenece a la terna de sociólogos que tuvieron que exiliarse como consecuencia de la derrota del gobierno legítimo republicano en la guerra civil, los llamados por Arboleya (1982 [1958]) «sociólogos sin sociedad»: Ayala, Medina y Recaséns.
En 1925, gracias a la publicación de su primera novela, Tragicomedia de un hombre sin espíritu , Ayala se integra en la vida literaria madrileña, y participa a partir de entonces en numerosas tertulias, tan frecuentes en aquel primer tercio de siglo: la del café de la Granja del Henar (encabezada por Manuel Azaña), la del café del Pombo (en torno a Gómez de la Serna), la tertulia de lo que quedaba del grupo ultraísta alrededor de Cansinos-Assens y, sobre todo, la tertulia-seminario de la Revista de Occidente , gracias a la cual entra en contacto personal e intelectualmente con Ortega y Gasset.
Tras la publicación en 1926 de su segunda novela, Historia de un amanecer , Ayala empieza a interesarse por las vanguardias, tal y como quedará plasmado en el giro que dan sus producciones intelectuales a partir de esta fecha. Se ha señalado con frecuencia la importante influencia que tuvieron Ortega y Gasset, su tertulia, su revista y su libro La deshumanización del arte (1998 [1925]) en las vanguardias españolas (Buckley y Crispin, 1973; Amorós, 1980), así como su influjo en la sociología de los llamados «sociólogos sin sociedad», (Abellán, 1998; Castillo, 2001). En el caso de Ayala, literato y sociólogo, esta influencia inicial será doble. Las nuevas producciones de ficción de Ayala, El boxeador y un ángel [1929] y Cazador en el alba [1930], serán, pues, vanguardistas, y lo que vemos en ellas es, en general, un deslumbramiento optimista ante el descubrimiento de la modernidad. Aparecen los deportes, el movimiento y lo sensual, los nuevos oficios y las nuevas relaciones sociales, y, sobre todo, el cine. Es en este momento de fervor moderno cuando ve la luz el primer ensayo sociológico de Ayala, Indagación del cinema (1929), muy importante en varios sentidos. En primer lugar porque es, en realidad, una colección de ensayos y artículos fragmentarios muy variados que giran en torno a un tema común (el cinematógrafo) editados en formato de libro. Esta manera de acercarse a un objeto de estudio va a ser muy característica del modo de hacer sociología de este autor. Veamos las palabras del propio Ayala: «Pero no he compuesto —al contrario: he hecho trizas— un libro de cine. Un libro que hubiera podido ser sistemático, enterizo, de una pieza. Pero que ha quedado reducido a un manojo de tirabuzones de celuloide; convertido en algo que —como la cabeza de una medusa— no tiene por dónde agarrarse; que puede escurrirse, deshilachado por la actualidad» (Ayala, 1929: 17). Estas «trizas» son los distintos acercamientos abiertos y fragmentarios que le llevan a analizar el cine enfocando sucesivamente muy distintos ángulos: estudia la dimensión social del cine (la intención popular, la capacidad de crear actitudes sociales; se señala la importancia de los «héroes» que aparecen en la pantalla); explora el tema de la propaganda y la información, y aunque se muestra atento a los posibles riesgos que podría suponer un objeto social como el cine, en esta época de modernidad y optimismo, se deja llevar por la maravilla técnica que permite ofrecer «una presencia exacta de los sucesos, de los acontecimientos que sacuden al mundo» (Ayala, 1929: 69). Idea que enlaza con otra de las constantes de la sociología de Ayala, que hemos denominado Ley de Unificación del Mundo3 y es que gracias al cinematógrafo los Estados-nación se van erosionando, ya que es tanto una prueba como un elemento impulsor de la internacionalización del mundo moderno.
Este modo fragmentario de acercamiento a un fenómeno se ve completado con una unidad superior a la que se refieren todo el conjunto de los epígrafes y subepígrafes, que no es otra, en este caso, que la constatación temprana por parte de Ayala de la estrecha vinculación del cine con el mundo moderno: el cine es al mismo tiempo resultado de la sociedad moderna, vibrante, ágil, instantánea; imagen de la sociedad moderna; así como un nuevo elemento central en la propia sociedad cuyas consecuencias sociopolíticas apenas se empezaban a vislumbrar.
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