MONSTRUOS ESCAPADOS DE LOS INVENTARIOS
El humor de Perucho muchas veces se instala en el corazón de una doméstica y poco ruidosa normalidad, aunque inmediatamente pasa a fusionarse, de forma natural, con la aparición nada rutinaria de lo fantástico. Ya se trate de sus bestias fantásticas imbuidas del vicio de la erudición o de sus feroces plantas maravillosas que solo quieren suplantar a un bebé, Perucho nunca deja de ironizar con las fuentes y versiones sumamente móviles y desconcertantes de la «normalidad», lo real, lo plenamente civilizado, casi humano, lo puesto en duda por las costumbres y las inamovibles leyes de la ciencia como algo verosímil y «terrenal». Es decir, aquello no exactamente terrorífico, pero que, salido de la norma, se convierte rápidamente en «monstruoso». El estupor por parte de sus lectores de ficciones proviene a menudo de la perfecta instalación de sus criaturas maravillosas en el mundo dócil de las prácticas cotidianas. Monstruos, vidas imaginarias que, al describirlas armado de todo un solemne aparato de puntillismo y burocratismo biográfico, a veces llegan a parecer casi rigurosamente normales; de ahí su escandalosa monstruosidad. En El libro de los monstruos, otro de los «raros» más fascinantes que ha dado la literatura del siglo xx, el escritor italoargentino J. R. Wilcock, descubría lacónicamente a uno de estos seres: «Es cierto que, como todos los mamíferos, tiene dos ojos, una nariz, una boca y, en alguna parte, cuatro extremidades». Obsérvese la terrible e inquietante imprecisión que se encierra detrás del concepto «en alguna parte». Por su parte, Stephen Jay Gould, el célebre paleontólogo e investigador de la teoría de la evolución, dijo de forma divertida en su ensayo Los monstruos útiles: «En las décadas anteriores a Darwin los anatomistas médicos franceses instauraron tres categorías: falta de partes (monstres par défaut), partes de más (monstres par excès) y partes normales en los lugares equivocados».
Para no ser menos, el premio Nobel Elias Canetti llegaría a nombrar una ausencia específica en todos los bestiarios tradicionales, la de los animales «que faltan»: «Las especies que no han aparecido porque el progreso del hombre se lo ha impedido». Asimismo, la introducción que el escritor —y gran amigo en vida de Joan Perucho— Carlos Pujol hizo para su Bestiario fantástico enlaza perfectamente con el espíritu de fantasía libre e imaginación desbordante que siempre caracterizó a este gran creador. Pujol sería de las personas que con más cariño y perspicacia, con más complicidad, entenderían su obra. Con un escueto y perfecto diagnóstico, presentaba el Bestiario de Perucho: «Donde el zoólogo acaba su inventario de bichos, empieza la labor del poeta». ¿Qué separa la labor de un observador sensible y amante de la naturaleza como era Perucho de, por ejemplo, la labor de un naturalista también sumamente sensible y exquisito como fue el escritor Gerald Durrell? Pues, sencillamente, la insumisión, la rebeldía. Esa rebeldía que se añora en bestias demasiado domesticadas también se echa de menos en los pragmáticos catalogadores —o aburridos catapultadores— del mundo animal. Como dijo Carlos Pujol en su día, con Perucho tenemos que refugiarnos «en el voluptuoso placer de tomar el pelo al prójimo con todos los requisitos de la cultura».
Cada uno de los animales o monstruos de Perucho muestran cualidades casi humanas, que los hacen frágiles y entrañablemente «adoptables». Sus monstruos de papel tienen su propio carácter, sienten arrebatos y pasiones, y padecimiento, como los humanos. Ya en Els balnearis este autor participaba al lector la delirante división practicada por Izaak Walton entre peces castos y lujuriosos: cuando el fogoso sardo no encuentra consuelo en las aguas, sale de ellas en busca de cabras… Sin embargo, en la dulce y seráfica serie de Gàbia per a petits animals feliços, Perucho nos mostrará a estos tiernos monstruos de la naturaleza como más entrañables, más dignos de ser adoptados en cualquier hogar que nunca: cantan, lloran, se esconden, vigilan, sueñan, suspiran ruidosamente, hablan sin parar, buscan protección, curiosean. Se meten en los cuartos de baño, en la colada, en las habitaciones con calefacción, en los jardines, en las capillas, o, si no, en la famosa reserva de animales de Albinyana, broma que Perucho hacía con frecuencia refiriéndose a su querida casa de campo de Tarragona. Por su parte, Cunqueiro no se había quedado atrás en el campo de lo imaginario y de la ironía, y con su saludable y habitual buen humor había comentado algunos pasajes «desconocidos» y sin embargo muy cotidianos, junto a algunas características sorprendentes, de sus animales fantásticos. En aquella ocasión era un dragón de su novela Las mocedades de Ulises: «Tenía el rostro humano, y herido mortalmente por la lanza de san Miguel Arcángel, por el ojo derecho vertía una lágrima azul. El marinero Basílides comentó que a lo mejor tenía familia y dejaba menores». Porque ¿dónde duermen su sueño eterno estos monstruos de difícil acomodo e instalación? Aunque el destino y el fin de estas legendarias malformaciones quede sin aclarar demasiado en la mayoría de los casos, con pistas confusas y desconcertantes, sí sabremos de algunos de estos fines, como el del monstruo Canuto, que «rompió la cuerda a la que estaba atado, y marchándose a los Pirineos, se hizo salvaje». O del melancólico desenlace que el tiempo depara al indefenso Calígrafo: «La invención de la mecanografía debió ser fatal para el Calígrafo. Circulaba por las calles sin ninguna clase de ilusión. Triste y desamparado, recordaba los tiempos idos, los bellos abecedarios de antaño. Nadie enseñaba ya caligrafía».
FIEL A LO FANTÁSTICO Y ANTIRREALISTA
Fiel siempre a sus principios estéticos y a su poética, la terca idea y espíritu literario de lo fantástico y antirrealista que resistió en Perucho, inmune a las tentaciones, vicios de la época, tendencias, imposiciones y dirigismos de mercado, no hizo más que afirmarlo a lo largo del tiempo como creador y otorgarle prestigio internacional. En 1994 el crítico neoyorquino Harold Bloom le citaría en su obra más conocida, El canon occidental, lo que supuso un notable espaldarazo para un autor de culto como ya era Perucho, con un circuito muy establecido de seguidores y especialistas devotos de su obra. A comienzos de los años ochenta su difusión entre jóvenes autores de aquellos días como Juan Manuel Bonet, Julià Guillamon, Jose Carlos Llop, Andrés Trapiello, Luis Antonio de Villena, Àlex Susanna o César Antonio Molina, aparte de críticos y escritores de otras generaciones que con frecuencia habían analizado y prologado obras suyas, como es el caso de Pere Gimferrer, Antoni Comas o Carlos Pujol, o maestros y amigos admirados como Carles Riba y Martín de Riquer, se había establecido ya plenamente. En 1986 la revista Pasajes, de Pamplona, dirigida por el escritor Miguel Sánchez-Ostiz, le dedicó un número monográfico en el que colaboraron todos los autores citados, a excepción de Comas, que había fallecido unos años antes.
La obra de Perucho, singular y de una notable alergia por el mimetismo ambiental, siempre lucharía contra el uniformismo corrosivo de las tendencias y de las modas, tanto experimentales en cuanto a estructura y lenguaje como realistas y naturalistas en cuanto a temas planos y de escasa opción para la imaginación, el humor y la fantasía. También a sus personajes les gustó sobrevivir a contracorriente, en momentos o atmósferas muchas veces, si no declaradamente hostiles, sí poco propicios para los caminos emprendidos en solitario, con enorme y valiente independencia. En su novela Historias naturales, de 1960, como se dice, «los personajes buscan la poesía desde presupuestos racionalistas, en ambientes dispuestos a rechazar el milagro».
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