William Plata - Vida y muerte de un convento

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Vida y muerte de un convento es un estudio ambicioso, original y riguroso sobre el Convento de Nuestra Señora del Rosario de Santafé de Bogotá, desde su fundación en 1550 hasta su disolución en 1861. El enfoque de la historia social de la religión desde el cual se aborda esta investigación permite que el análisis de la historia del convento se tome como un estudio de caso de una problemática compleja: la interrelación entre la Iglesia católica y la sociedad colombiana.En este sentido, se recorre la historia de Bogotá y la historia de Colombia, observadas desde el claustro conventual que albergó a una comunidad religiosa sumamente influyente en ámbitos como la organización social, el arte, la economía, la educación y la política. No obstante, esta investigación no solo busca identificar en qué medida el convento influyó en su entorno, sino también cómo este a su vez afectó a aquel y determinó su organización, su composición, su estructura y su comportamiento internos, sus ideas y visiones de mundo. Los conventos, como entidades humanas, no son impermeables a los cambios sociales y también evolucionan internamente a la par de estos. Este libro es, pues, un estudio de la estructura y la evolución internas del convento, al tiempo que pretende examinar su ciclo de vida, de acuerdo con los lineamientos propuestos por Raymond Hostie.

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Pero el trabajo no se limitó a la construcción. En más de una oportunidad hubo que hacer reparaciones significativas en muros o techos ya levantados, debido a deterioros producidos por la naturaleza. Así, en 1644 un temblor produjo graves daños en la capilla de la Virgen del Rosario, de modo que fue necesario, para no destruirla, agregarle refuerzos estructurales164. Hacia 1670 el convento sufrió un incendio que destruyó la cocina y otras habitaciones. El prior de la época, Fr. Pedro de Achury, tuvo que gestionar la reparación de tales daños165. A todo ello se añade que la construcción misma no era muy sólida, debido a la ya mencionada falta de personal competente en arquitectura e ingeniería en todo el territorio del Nuevo Reino de Granada166. Así, según un informe de la Real Audiencia, del 6 de marzo de 1709, por estas fechas, la iglesia de Santo Domingo ya estaba sometida a nuevas reparaciones, pues «amenazaba ruina»167.

Figura 9 Plano del Convento de Nuestra Señora del Rosario siglo XVIII Plano - фото 14

Figura 9. Plano del Convento de Nuestra Señora del Rosario, siglo XVIII. Plano hipotético del conjunto conventual al finalizar el siglo XVIII, con su primera (abajo) y segunda iglesia. Fuente: dibujo de Óscar Millán García (Universidad Santo Tomás, Málaga), a partir de interpretación realizada por la arquitecta e historiadora Liliana Rueda Cáceres sobre fuente primaria.

¿Cómo quedó?

El resultado de este largo proceso constructivo fue una de las mejores, grandes y más bellas obras arquitectónicas de la Nueva Granada durante la época colonial. Observadores y cronistas coincidían en afirmar que el Convento de Nuestra Señora del Rosario o de Santo Domingo era «el mayor y más rico» de los edificios religiosos, «con magnífica y muy adornada iglesia», y que, en palabras del cronista Basilio Vicente de Oviedo168, tenía por competencia en esplendor solo al edificio del Colegio de la Compañía de Jesús.

Un convento dominicano o de las órdenes mendicantes, en general, se construía según los siguientes requerimientos y funciones inherentes: la celebración de la liturgia y el oficio divino; la predicación y la confesión, dos actividades fundamentales en las órdenes mendicantes; el estudio; la acogida al visitante y al enfermo; y la sepultura a los muertos.

Los conventos de las órdenes mendicantes, en regla general, se elevaban sobre dos o tres pisos, estructura impuesta por lo exiguo de los terrenos en el medio urbano. Otro rasgo típico de los conventos era su forma cuadrada y elevada, cuyo centro quedaba libre para ser utilizado como jardín o patio. Este diseño tenía como fin impedir la intrusión externa, pero además las salidas furtivas169. Un convento de buenas dimensiones se componía de celdas de dormitorio, sala capitular, aulas, biblioteca, refectorio, enfermería, hospicio para visitantes, recibidor (al lado de la portería) y jardín o patio.

El Convento de Nuestra Señora del Rosario tenía dos grandes cuerpos, tres si se cuenta el edificio construido especialmente para servir de sede del Colegio y Universidad de Santo Tomás. Zamora cuenta que el primer claustro era el «mayor que hay en nuestra religión», el cual se formaba de cuatro corredores altos y bajos, «de famosa arquería» y descansaban sobre ciento ochenta y dos columnas de piedra labrada, con basas y capiteles. Estos corredores servían de tránsito y de entrada a las celdas de los frailes170.

Las celdas contaban con ventanas con reja en hierro, pintadas de verde y con remates dorados. Sobre algunas ventanas estaba el escudo de armas de la orden. Aunque en un comienzo el convento tenía celdas comunes, cuya separación se reducía a un biombo o tabla entre cama y cama, a medida que la comunidad creció y la construcción también, estas se separaron y se aislaron unas de otras, de manera que cada fraile poseía su propia celda a fin que pudiera estudiar tanto de día como de noche. Los estudiantes más brillantes, los profesores y directivas tenían el derecho a una celda totalmente cerrada y aislada de las demás.

En la parte baja se encontraba la portería, la cual tenía, además de la respectiva celda de los porteros, una capilla «bien adornada», dispuesta de manera que permitiera su acceso a cualquier hora de la jornada171. Cuando visitantes externos masculinos llegaban al convento, estos eran acogidos en una pieza particular, situada a la entrada principal del convento. Allí tenían lugar las entrevistas con el fraile requerido y desde allá se accedía a la iglesia o a la sala capitular. Esta última posibilidad era reservada solo a los más ilustres visitantes.

También, en el primer piso, se encontraba un gran refectorio, que acogía a toda la comunidad para el almuerzo y las comidas. Las mesas eran alineadas a lo largo de los muros, de suerte que el medio de la pieza permaneciera vacío. El claustro contaba con dos escaleras en piedra para subir de la primera planta a la segunda. Cada una de ellas estaba adornada con cuadros de santos de la orden.

El lugar central era la sala capitular, de amplias proporciones, que servía, además, para enterrar a los religiosos. La sala capitular era el lugar donde los religiosos tomaban decisiones, donde se reunía el Capítulo o Consejo del convento. Era un lugar particularmente sagrado. En el Capítulo solo podían ingresar los frailes sacerdotes miembros de este. A fin de que toda la comunidad pudiera sentarse y tener al tiempo la vista sobre los oficiantes de la reunión, el lector y el prior, las sillas o los bancos se situaban junto a los muros. Esta disposición necesitaba una sala de grandes dimensiones, según la importancia numérica de la comunidad172.

La sala capitular del convento santafereño contaba con sillería de nogal, y tenía un retablo que contenía la estatua de un gran cristo crucificado, acompañado de María y San Juan, y un sagrario con el Santo Sacramento. Había otros dos retablos adjuntos, el primero dedicado a la muerte de San Francisco, y el segundo, a Santo Domingo. Todas las paredes estaban vestidas de brocateles. En las cuatro esquinas de la sala capitular había otros retablos dorados dedicados a la vida de Santo Domingo173. El patio de ese claustro era una plaza enladrillada. En la mitad había una fuente de agua, «que con el ruido de su abundancia, que arroja por diversos caños, sirve de entretenimiento y alegría con su hermosura a este primer claustro»174. En efecto, la existencia de la fuente era tradicionalmente considerada indispensable para el descanso físico y psicológico de los religiosos175.

Entre el primer y el segundo claustro se encontraba la casa de los novicios, con sus respectivas celdas para los frailes novicios. A ellos se les prohibía el acceso a las celdas de los frailes profesos y a las habitaciones de los profesores. Los novicios no tenían derecho a celdas cerradas. Esta casa tenía su oratorio y contaba con dos pisos. El segundo claustro tenía tres corredores altos y bajos, sobre columnas de piedra labrada, similar al primer claustro. El piso alto servía como vivienda y en el bajo se encontraba la cocina «que es la mejor y más capaz que hay entre las grandes que tienen los otros conventos de la ciudad». También tenía su propia fuente de agua con algunos caños que iban dirigidos a la calle, para «beneficio de la vecindad»176.

El lugar de estudio era el mismo edificio construido para servir de sede del colegio y universidad, ubicado junto al convento, al suroccidente de este. Este contaba con corredores altos y bajos, capilla independiente y «viviendas altas para el rector, vicerrector, colegiales y otros ministros. Tiene tránsito al convento para que vayan a leer los catedráticos, con puertas a la calle para los estudiantes seculares»177. El convento y la iglesia estaban adornados con pinturas y esculturas y retablos de pintores reconocidos local y regionalmente, como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos o Gaspar Núñez de Figueroa, y de autores europeos, como el italiano Angelino Moro178.

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