Malena Silvia Zabalegui - SEXO ORAL, Relaciones carnales entre Sexualidad y Lenguaje

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SEXO ORAL, Relaciones carnales entre Sexualidad y Lenguaje: краткое содержание, описание и аннотация

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Sexo, sexo, sexo. Pensamos en él, fantaseamos con él y alardeamos de él. A veces -incluso- lo hacemos. La sexualidad está tan presente en la vida humana que la consideramos «natural» y no suponemos que haya nada nuevo por descubrir en la materia.
Sin embargo, un análisis de nuestro discurso sexual cotidiano puede revelar aspectos insospechados. ¿Por qué nos importa tanto el tamaño? ¿Qué relación existe entre las malas palabras y la sexualidad? ¿Es posible valernos de la lengua para mejorar nuestra vida íntima?

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Ahora: es interesante notar que, dentro de este grupo de sinónimos, la palabra teta –heredada de la biología– es la que lleva la menor carga erótica. Tal vez sea la proximidad con la zoología la que des-erotiza a esa palabra, pero lo cierto es que tanto la teta como su diminutivo tetilla son sustantivos que comienzan con /t/, un sonido clasificado en fonética como "sordo" porque su articulación exige pasividad en las cuerdas vocales, o sea: ausencia de vibración y –quizá por eso– ausencia de connotación sexual. En cambio, las palabras lola , goma y globo resultan voluptuosas al oído por diversas razones. En principio, estos tres sustantivos ponen el acento en una letra oque –por su redondez– recuerda no sólo al pezón y a la mama, sino a una boca abierta dispuesta a encastrar y succionar. Pero, además, aquellas tres palabras incluyen consonantes etiquetadas fonéticamente como "sonoras" porque exigen la vibración (¿la sacudida?) de las cuerdas vocales. La llibidinosa de lamer (lascivia, lujuria), la mmimosa de mamar (mamá, amor) y la bburbujeante de besar (baba, bombón) se presentan como sensuales arrullos que incitan al deseo: (leer lento, con erotismo) “ lalála ”, “ mamita ”, “ bebota ”.

Resulta oportuno destacar también que los sinónimos de teta que encierran la idea de exuberancia ( goma , globo ) comienzan con la gloriosa g, consonante que suele dar inicio a palabras relacionadas con la garganta profunda, tales como ganglio , gárgara , glotón , golosina , grito o gruñido . Así, los pechos femeninos exuberantes llevarían al varón sexista a asociar gomas y globos con penetración (encastre, otra vez), y –entonces– todas las letras mencionadas ( o, l, m, b, g) y sus sonidos asociados estarían recordándonos la reproducción humana: el ancestral instinto de succión, deglución y alimentación universalmente ligado al pecho femenino, y el coito pene-vagina que asegura la permanencia de la especie en el planeta.

No debe sorprendernos, por lo tanto, que no exista vocabulario erótico para aludir a los pechos del varón , pese a que la infinidad de terminaciones nerviosas con que cuenta el hombre en sus pezones los convierte en una importante zona erógena en potencia. Porque el placer se encuentra tan desestimado en el modelo social patriarcal, el discurso sexual vigente relaciona la natural sensualidad de los pezones exclusivamente al género femenino, al acto de amamantamiento y, por ende, a la reproducción.

Si damos vuelta la lámina del cuerpo humano, la zona donde la espalda cambia de nombre puede llamarse también de múltiples formas: cola o nalgas (en biológica definición mamífera), traste o trasero (por su ubicación en la retaguardia), posaderas o asentaderas (dada su práctica función acolchonada) o simplemente culo . Pero es sólo este último sinónimo el que tiene connotaciones eróticas en Argentina porque es la misma palabra que usamos para hablar del ano (aludido también como culito ) y ya sabemos que los orificios corporales despiertan en el hombre todo tipo de emociones sexistas: se trata de agujeros a través de los cuales el varón puede marcar territorio a la manera de un macho alfa, derramando su simiente e impregnando el orificio con sus espermatozoides, aun cuando un embarazo no sea factible.

Al repasar el vocabulario que vimos hasta el momento, notamos que las palabras que más sinónimos eróticos suscitan son –en general– las que designan aquellas partes del cuerpo humano más directamente involucradas en el coito desde el punto de vista masculino heterosexual patriarcal: pene en erección y vagina a disposición. Es fácil comprender que el hombre primitivo se haya dedicado a nombrar las zonas que mejor respondían a sus intereses ontológicos y que haya ignorado o subestimado a todas las demás, propias o ajenas. Pero resulta muy contradictorio que los sustantivos sexuales más eróticos y juguetones no sean los que se refieren a las áreas de mero placer –como podría esperarse– sino a aquellas partes humanas que a simple vista parecen cumplir una función esencial en el proceso reproductivo: el pene y la vagina. En cambio, las zonas que resultan inútiles para la procreación y que en la cama sólo se prestan –felizmente– para la recreación (tales como el cuello , las tetillas masculinas o el clítoris ) cargan con nombres muy poco lúdicos y no cuentan con ningún tipo de sinónimo. Vayamos pensando por qué.

Examen parcial

En el listado de palabras que escribieron en el juego preliminar, ¿cuánto tardaron en incluir la palabra pene (o algún sinónimo) y cuánto tardaron en incluir la palabra clítoris (en caso de que la hayan incluido)? Si –en términos de histiología y de placer– pene y clítoris son equivalentes, ¿a qué puede deberse esta inequidad?

MATEMÁTICA - Medidas y mentiras

Juego preliminar: Un tema clásico en materia de sexualidad es la cuestión de la importancia del tamaño. Describan brevemente sus sensaciones al respecto.

Desde tiempos inmemoriales, el tamaño del pene se relacionó a nivel popular con la virilidad, la fertilidad y la posibilidad de brindar placer a la pareja. Aunque ya se sabe que la masculinidad y la capacidad reproductiva nada tienen que ver con la longitud de dicho miembro, en gran medida todavía sentimos que cuanto más larga la tenga el hombre , más satisfecha quedará la mujer . Para testear esta hipótesis, resulta apropiado valerse de una ciencia dura : la matemática.

En términos generales, la vagina humana tiene unos 9 centímetros de profundidad, mientras que el pene erecto llega –en promedio– a unos 14 centímetros de largo. (Detengámonos unos segundos acá para que los lectores machos puedan medirse.) Sin lugar a dudas, las cifras mencionadas evidencian que el falo resulta bastante más largo que la vagina, lo cual no sólo no supone ningún beneficio para el dúo de amantes, sino que –de hecho– puede causar gran malestar en la persona penetrada.

Es sabido que, en una primera relación sexual, la invasión del pene suele causar dolor en la mujer , ya que probablemente ella sea joven (su organismo aún no terminó de crecer) y –por supuesto– todavía su vagina no está dilatada por la práctica sexual o la experiencia de un parto. Pero también en mujeres experimentadas y sexualmente activas, en determinada clásica posición –cuando ella está boca arriba y las piernas recogidas acortan la vagina–, la presión excesiva del pene durante la penetración suele comprimir –por ejemplo– los intestinos de ella, y el dolor que provoca tal compresión no contribuye en nada a una atmósfera de placer, en especial teniendo en cuenta que las mujeres necesitan estímulo placentero constante para llegar a un orgasmo. ¿Por qué existirá, entonces, tal desproporción anatómica? ¿Cómo es que vaginas y penes no se adaptaron naturalmente unas a otros (u otros a unas) para evitar el malestar mencionado?

Conviene recordar acá que, cuando el pene no está involucrado en una situación erótica, su tamaño fláccido es de apenas 8 o 9 centímetros de largo, exactamente la profundidad de una vagina. Entonces, ¿por qué el pene no conserva ese tamaño y simplemente se pone rígido para la penetración, en vez de ponerse largo y rígido? Si el pene en reposo tiene un tamaño más cómodo y proporcionado, la desproporción anatómica que genera el pene erecto evidentemente tiene fundamentos relacionados con su capacidad reproductiva. El órgano masculino parece haber sido diseñado para volverse excesivamente largo con dos propósitos fundamentales: a) para que –al entrar y salir de la vagina durante el coito– el pene no se escape por error de su “vaina” y corra el riesgo de eyacular afuera; y b) para que –en caso de eyacular adentro– el semen alcance enseguida el fondo de cualquier tamaño de vagina y asegure así que los debiluchos espermatozoides tengan que recorrer la menor distancia posible y no se agoten en su frenético nado hacia los aposentos del deseado óvulo. Estas características orgánicas de varones y mujeres confirman que el propósito ontológico del acto pene-vagina es la reproducción humana y no el placer compartido entre dos, ya que –a la hora de repartir roles en esta película– no sólo el clítoris no fue convocado al casting, sino que el papel de víctima es siempre para las mujeres .

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