Fuera del ámbito científico, en cambio, el voto unánime argentino elige la palabra concha (o sea: caracola) para referirse a las partes privadas de la anatomía femenina, y –desde ya– resulta llamativo que para nombrar una zona corporal humana se utilice una palabra alusiva al mar y no a la tierra, que es donde se desarrolla la mayor parte de nuestra actividad. Sin embargo, esta curiosa elección de vocabulario estaría justificada por ciertas características que hermanan a vaginas y caracolas de manera asombrosa.
En principio, las conchas marinas tienen una textura exterior rugosa y una textura interior suave y rosada, tal como tienen las vulvas. Pero, además, una caracola es cualquier estructura que protege el cuerpo de un ser vivo, y podríamos pensar, entonces, que el saber patriarcal homologa la vagina al útero, a aquella estructura que protege al embrión cuando ocurre un embarazo. Por otro lado, la humedad, la blandura y la viscosidad del molusco que habita una caracola son fácilmente comparables a la humedad, la blandura y la viscosidad del ambiente vaginal. Pero, también, las conchas marinas habitan las profundidades del mar, lo misterioso, lo oscuro, lo desconocido para los simples mortales. ¿Podríamos suponer, tal vez, que las conchas humanas todavía representan para el varón promedio un mundo igual de profundo, misterioso, oscuro y desconocido?
En cualquier caso, lo más llamativo de la vagina es que también puede llamarse cachucha , chuchi o pochola en nuestro país y champa , chichi , chimba , chocha , choro , chumino , loncha , cuchumina , micha , perrecha, pucha , churruca , chepa y panocha en otros países hispanohablantes. Con melodiosa elocuencia, el sonido /ʧ/ (el de las letras cy hcuando aparecen juntas en castellano) se repite en los sinónimos de vagina como una marca distintiva, casi como un mantra religioso. ¿Por qué será?
Según el emblemático diccionario de María Moliner (1998), el sonido que representan las letras cy hjuntas “… es en alto grado expresivo o imitativo: es decir, forma palabras que no son o no son sólo, representativo-objetivas, sino que expresan una actitud afectiva o intencional del sujeto (sirven, sobre todo, para despreciar o para llamar) o imitan o sugieren un sonido, un movimiento, etc .”. ¿Qué denota, entonces, el sonido /ʧ/en nuestra cultura vaginal? ¿Es una inocente onomatopeya que imita o sugiere el chapoteo que producen los genitales y sus fluidos durante la penetración? ¿Es un invento masculino para llamar/invocar a una vagina? ¿O esconde una actitud despectiva como ocurre con las palabras cháchara , chirusa y chuchería ? Evidentemente, este no es un tema para tomar a la chacota y, sin embargo, la palabra cuchufleta –que en Argentina es otro modo de nombrar a la vagina– significa broma o chanza . ¿Cómo es posible que la concha sea un chiste, un chasco, y esté para el cachetazo?
A pesar de que esta parte del cuerpo femenino es una de las más mencionadas en el vocabulario erótico regional, la vagina no constituye la parte más sensible del cuerpo de la mujer ni la más susceptible de goce para ella, ya que cuenta con pocas terminaciones nerviosas. Por el contrario, las partes íntimas más importantes para el disfrute femenino son el clítoris y la vulva y, sin embargo, en nuestro idioma no existen sinónimos populares para estos vitales sustantivos. En general, bajo la designación concha se pretende aludir a todas las partes íntimas accesibles de la mujer , sin necesidad de distinguir entre clítoris, vulva y vagina.
De todos modos, lo más llamativo en este terreno es la ausencia de nombres familiares para las áreas sexuales externas femeninas. ¿Por qué será que el castellano premia con innumerables sinónimos al sector genital interno, al de menor sensibilidad y –por lo tanto– al menos importante para la mujer en términos de disfrute? Si de disfrute se trata, el órgano ultra gozoso es el clítoris, gracias a sus más de 8.000 terminaciones nerviosas sólo en su diminuta parte exterior. Pero, ¿qué significa clítoris ? Según la incierta etimología disponible, el kleitoris griego es un pequeño monte o –mejor aún– una llave (como key en inglés o clé en francés). A través de la lengua, entonces, confirmamos que esta pepita de oro femenina se alza visible por encima del horizonte corporal (es un monte) y sirve como herramienta para abrir los portales del placer (es una llave). Aun así, todavía no parecemos divisar con claridad su ubicación geográfica ni su importancia estratégica.
La palabra vulva , por su parte, deriva del latín volvere (que significa envolver ) y hoy en día designa a los labios mayores y menores que abrazan (envuelven) al pene durante el coito. Pero esta palabra describía originalmente al útero, al órgano que contiene (envuelve) al feto durante la gestación, de modo que no sorprende que haya quienes –por extensión– llamen " vulva " a la vagina, dadas su ubicación cercana y su capacidad envolvente (del pene, claro).
Como vemos, entonces, la palabra vulva y la palabra vagina –pese a que designan territorios identitarios típicos femeninos– remiten con su etimología exclusivamente al mundo masculino (envuelven y envainan al pene), como si la entrepierna de la mujer fuera para los varones una simple colonia de ultramar en la cual ellos pudieran desembarcar a voluntad.
Así, nos encontramos con que el clítoris, la vulva, la vagina y el útero todavía no establecieron sus fronteras exactas en la psiquis popular ni en el discurso sexual. Aunque podemos separar con absoluta precisión pene de testículos, aún no somos capaces de identificar con claridad las distintas zonas femeninas y sus diferentes funciones. Porque fueron varones auto-referenciales quienes bautizaron a las cosas y también a las zonas erógenas, el vocabulario sexual vigente no considera todavía a los genitales femeninos como una fuente de placer para ellas, sino como una útil cavidad donde volcar los fecundos fluidos de ellos. Este hecho lo confirman los diccionarios al informarnos que una cachucha es tanto una vagina como una vasija pequeña , y comprobamos así que la vagina sería solamente un recipiente pequeño, un recibidor minorizado. ¿Recibidor de qué? De semen.
En línea con todo lo anterior, nos encontramos con que la palabra genitales significa fecundo , relativo a la reproducción animal y propicio para un nuevo nacimiento . Esta definición y su esencialismo procreativo nos confirman que el pene y los testículos sí serían genitalia (y merecerían, por lo tanto, ser mencionados en el discurso sexual patriarcal), pero la vulva y el clítoris no entrarían en esta categoría porque no cumplen ningún papel en el acto de fecundación, razón por la cual el patriarcado no encuentra motivos que justifiquen su enunciación y divulgación.
Si nos alejamos un poco de las partes más “ pudendas ”1 pero siempre hablando de sexualidad, nos encontramos con el pecho , esa palabra que sirve tanto para designar pectorales bien de macho como senos bien de hembra. Quizá porque la sílaba /pe/–con su sonido /p/eyaculador– remite a lo masculino y la sílaba /ʧo/–con su sonido /ʧ/despectivo– recuerda lo femenino, o tal vez porque todas las personas lucen pezones y cierta protuberancia en el área, pecho es una palabra ambigua en materia de género. Sin embargo, los hombres han sabido inventar apodos exclusivos para esta zona femenina, aunque con una clara distinción: tetas o lolas para las mujeres delgadas “ decentes ”, y gomas o globos para las exuberantes, para aquellas mujeres infladas/inflamadas/encendidas, que despiertan en ellos más deseo y –por psicología inversa– resultarían “ indecentes ” ante sus ojos.
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