No te puedes imaginar cuánto te echo de menos. Te quiero muchísimo, y no estamos acostumbrados a estar separados, así que me paso buena parte de la noche pensando en ti, y por el día descubro que mis pies me arrastran (un verbo certero, “arrastrar”) a tu cuarto a las horas en que solía visitarte; al hallarlo vacío me voy, tan enfermo y triste como un amante a quien se le cierra la puerta. El único momento en que me veo libre de esta angustia es cuando estoy en el tribunal, agotándome con los pleitos de mis amigos. Te puedes hacer así una idea del tipo de vida que llevo si encuentro mi descanso en el trabajo y mi distracción en los problemas y las angustias.
Plinio, Cartas , 6.
3. E. P. Sanders, The Historical Figure of Jesus (Penguin Books, 1993), p. 11.
2
La “fe” en
la historia
Durante las últimas 24 horas he tenido que utilizar la fe en una gran variedad de situaciones. Ayer, cuando me desperté, la radio dio la noticia de que en California se habían producido unos terribles aludes de barro. No he visto las fotos, pero me creo la historia: tengo fe en la noticia.
Cuando a mitad del día mi hija me llamó para decirme que había salido a correr y de repente se había sentido realmente enferma en mitad de la calle, también me lo creí. No tenía ninguna evidencia de que me estaba diciendo la verdad, pero aun así salí corriendo a buscarla. Por la tarde, mis mejores amigos, Ben y Karen, tomaron un vuelo en Sídney para regresar al Reino Unido… o eso me dijeron. No les pedí que me enseñaran los billetes de avión ni su itinerario impreso, pero les di un abrazo y un beso de despedida con toda la buena fe del mundo, y les prometí que contactaría con ellos cuando volviera a Oxford en mayo. Me da la sensación de que ellos también me creyeron.
Luego, por la noche (fue un día movidito), había salido a cenar con unos amigos cuando un colega me llamó por teléfono para decirme que la niña de seis años de una familia de nuestra iglesia había fallecido pocas horas antes. Asumí rápidamente mi papel de líder de la iglesia e hice las llamadas pertinentes, envié mensajes y me encargué de los tristes detalles para el funeral.
Cuando me metí en la cama sobre las once de la noche, escuché un podcast y me enteré de algunos detalles triviales (después de la llamada anterior, todo me parecía trivial) sobre el estilo de negociación de Donald Trump en sus últimos debates con los demócratas respecto a la política de inmigración. Esta mañana cuando me desperté seguía creyendo en todo lo que acepté por fe ayer. Y no me siento mal por ello. De hecho, se me ponen los pelos de punta cuando pienso cómo habría discurrido el día si no hubiera aceptado las cosas por fe, si en lugar de eso hubiera exigido ver evidencias tangibles antes de creer lo que me decían los demás.
LA FE COTIDIANA
Supongo que tú (y la mayoría de mis lectores) habrás aceptado por fe lo que he escrito hasta ahora (te aseguro que es cierto, no una ilustración útil de las que se inventan los escritores para añadir un poquito de gracia a sus libros). Pero, ¿por qué me ibas a creer? No nos conocemos. Si nunca has leído nada de lo que he escrito, no soy más que un tipo australiano a quien le apasiona la historia.
Entonces, ¿qué está pasando aquí, cuando digo que puse mi fe en los diversos eventos de las últimas 24 horas, y t ú tienes fe en mi transmisión de esos sucesos? La respuesta es sencilla: debido a una larga experiencia en interactuar con otros en este mundo, hemos llegado a pensar que la mayoría de las veces es prudente poner una buena dosis de confianza en el testimonio de otros, cuando esas personas parecen darnos ese testimonio con buena fe. Tener “fe” te ha funcionado bien a la hora de recopilar información sobre el mundo real, y por ello has llegado a considerar la fe en el testimonio como una vía en la que generalmente puedes confiar para adquirir conocimiento personal.
LA CONFIANZA EN LOS TESTIMONIOS
La confianza o fe en los testimonios es crucial para el conocimiento académico , así como para el personal. Prácticamente todo lo que aprendimos en la escuela o en la universidad lo aceptamos por fe. Confiamos en el testimonio del profesor o profesora porque no disponíamos de un conocimiento directo de ninguna de las materias del currículo. En clase de literatura inglesa, nos fiamos de lo que nos contaron sobre Shakespeare: cuándo vivió, qué obras de teatro son suyas y cuál es la terminología correcta para hablar de los recursos literarios que emplea (soliloquio, doble sentido, etc.).
Lo mismo pasa en la clase de historia. Todos y cada uno de los datos que decimos “saber” sobre la invasión normanda de la Inglaterra sajona en 1066 (incluso la propia fecha) los conocemos solo porque pensamos que era razonable fiarse del maestro y del libro de texto. Incluso en la clase de ciencias, prácticamente todo lo que aceptamos como verdad respecto a la biología celular, la velocidad de la luz, la mecánica cuántica y demás, lo asimilamos (y seguimos haciéndolo) pura y llanamente por fe: la confianza en los conocimientos y en las buenas intenciones de los docentes y de los manuales.
Esto es así incluso entre los científicos profesionales de todas las disciplinas. Los biólogos, por ejemplo, confían en lo que les cuentan sus colegas astrofísicos sobre el cosmos, sin repetir laboriosamente todas sus observaciones ni repasar con detalle sus cálculos matemáticos. De la misma manera, los astrofísicos confían en los biólogos para conocer la mecánica de las células, sin necesidad de acercarse a un microscopio. Esto es tan cierto para mí como lo era para un investigador que viviera en el mundo antiguo. Yo dispongo de conocimiento directo solo de algunas cosas (los idiomas, los textos, los nombres y la arqueología de Judea y Galilea en la época romana), pero por lo que respecta al resto de la historia grecorromana, me fío agradecido de los hallazgos publicados (el testimonio) de otros investigadores. 4
LOS LÍMITES DEL TESTIMONIO Y DE LA FE
Sin embargo, hay ocasiones en que el testimonio humano es imperfecto o malicioso. Alguien a quien considerábamos un experto digno de confianza resulta estar tremendamente equivocado o tener una confianza desmedida y excesiva en sus postulados. Un amigo (o ex amigo) que juraba que algo era cierto resulta ser un embustero caradura. Estas experiencias mellan nuestra confianza, nuestra fe, en el testimonio de otros. Hacen que seamos especialmente sensibles a la posibilidad de que los seres humanos no sean dignos de confianza y que descubramos nuestra propia ingenuidad.
Y eso está bien; incluso es positivo.
Con suerte, estas experiencias nos ofrecen pistas para poder distinguir entre los testimonios fiables y los falsos, haciendo así que la próxima vez seamos un poco menos vulnerables a las mentiras. Es posible que los niños de cinco años se fíen de todo lo que les dicen los adultos, pero los individuos de treinta y tantos, por lo general, han aprendido a ser más cautelosos y buscan instintivamente indicios de mentira. Puede que incluso, inconscientemente, utilicen algunos análisis sencillos para evaluar la coherencia interna del testimonio de alguna persona, y la confiabilidad general de quien testifica de algo (esta es una forma rudimentaria del “método histórico”). Pero en ambos casos (el del niño inocente y el del adulto experimentado) tenemos la necesidad ineludible de depender, en términos generales, del testimonio de otros en nuestra vida. La fe es un puente sólido que lleva al conocimiento.
Читать дальше