En parte, este libro es una arrojada defensa de la materia misma de la historia, además de ser (espero) una exposición imparcial sobre una vida histórica en concreto. Pregunto: “Jesús, ¿realidad o ficción?”, pero también “¿cómo y por qué funciona la historia como disciplina?”
Estudiaremos manuscritos antiguos y también métodos modernos. Examinaremos el papel de la “fe” o la “confianza” en todos los proyectos académicos, incluyendo la ciencia. También perfilaremos brevemente qué podemos decir confiadamente sobre personajes históricos como el emperador Tiberio, Poncio Pilato, el sumo sacerdote Caifás y, por supuesto, Jesús de Nazaret, todos los cuales coincidieron durante un periodo breve de sus vidas a finales de la segunda década y principios de la tercera de lo que llamamos el siglo primero .
1. Christopher Hitch en s, God is Not Great: How Religion Poisons Everything (Twelve, 2007), pp.114-121. Traducido al español como Dios no es bueno: alegato contra la religión . (Editorial Debate, 2008).
2. “What Life Means to Einstein”, Saturday Evening Post , 26 de octubre de 1929.
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Historia y
realidad
Durante aproximadamente los últimos diez años he llevado colgado de una cadena en el cuello un denarius de plata. En el siglo primero, esta moneda romana equivalía más o menos al salario de un día, aunque hoy vale un poco más. La mía lleva en una cara (el anverso) la efigie del emperador Tiberio, y en la otra (el reverso) la de su madre, Livia. Esto nos dice que la acuñaron en algún momento entre los años 14 y 37 d. C. (según parece, en la ceca de Lyon), dado que las fechas del reinado de Tiberio están firmemente establecidas.
En parte, llevo este trocito de historia romana por motivos sentimentales. Es la moneda a la que Jesús de Nazaret se refirió en una cita famosa (habló del nombre, no de mi moneda) cuando le preguntaron si los judíos de Judea tenían que pagar impuestos a Roma. “¿De quién es esta inscripción?”, preguntó señalando el denario. “De César”, respondieron todos a una. “Entonces dad a César lo que es de César”, respondió él, “y a Dios lo que es de Dios”. Es una respuesta muy astuta, que tiene todo tipo de consecuencias fascinantes para la separación entre Iglesia y Estado. Con el paso de los años, mi colgante antiguo ha provocado algunas conversaciones graciosas, normalmente cuando alguien me pregunta: “¿Qué llevas colgado al cuello? ¿Es un san Cristóbal o algo así?”.
UN PUENTE AL PASADO
Pero también llevo esa moneda por motivos más intelectuales. Para mí es un recordatorio poderoso de que el pasado antiguo es tan real y sólido (o fue otrora tan real y sólido) como ese trozo de metal que pende de mi cuello.
A menudo lo tomo entre los dedos y doy rienda suelta a la imaginación. Quizá entregaron esta moneda a un obrero tras su brutal jornada de doce horas en las minas de ceniza de Nápoles. O quizá un senador se la arrojó a sus músicos después de una ejecución especialmente lograda de “La canción de Sicilo” (todo un éxito en sus tiempos, con un estribillo que decía “disfruta de la vida mientras la tengas”). ¿Qué alimentos compró mi moneda? ¿Cuántas copas de vino bebió alguien a cambio de ella, en cuántas ciudades distintas? ¿Qué sórdidos negocios se pagaron con ella? ¿La robaron alguna vez? ¿Y quién fue el pobre desventurado que acabó perdiéndola en el lodo, de donde alguien la recuperó casi veinte siglos más tarde?
Por supuesto, podemos especular indefinidamente, pero lo que quiero decir es algo más fundamental: el trabajo, las vidas, los amores, la música, la comida, los escándalos y los accidentes del siglo I fueron en cierto momento tan reales como la moneda que llevo al cuello, y tan tangibles como todo lo que olemos, gustamos, palpamos, oímos y vemos hoy.
Mi moneda es una especie de puente al pasado. Sus inscripciones son una evidencia vívida del concepto que tenían los romanos de sus emperadores: las palabras en latín grabadas en los márgenes dicen divi Augusti filius , “hijo del dios Augusto” (el padre adoptivo de Tiberio).
El retrato es poco realista: cada emperador tiene un aspecto totalmente diferente, y según nuestra manera de pensar en su mayoría eran bastante feos. Si buscas “denario emperador Nerón” en Google me entenderás. Tiberio puso a su madre en el reverso de sus monedas, idealizada como la diosa Pax (la paz). Parece un acto de ternura, pero es algo más complejo. Es posible que él le debiera algún favor, porque abundaban los rumores de que ella se había “encargado” de un par de rivales potenciales. Más concretamente, su presencia en una moneda tan habitual subraya lo que dicen todos los escritos antiguos: aquella mujer era una participante de peso en la política de Roma, desde el momento en que se divorció de su primer marido para casarse con Augusto en el 39 a. C. hasta su muerte en 29 d. C. Estas son cosas que podemos afirmar con un alto grado de seguridad.
La historia es real. No hablamos de la Tierra Media o de “una galaxia muy, muy lejana”. Forma parte de la historia de este mismo planeta en el que vivimos hoy. Además, todos nosotros estamos biológicamente relacionados con las personas que vivieron en el mismo periodo (y puede que en el mismo lugar) y a las que estamos estudiando en este libro. Cada uno de nosotros tiene una tátara-, tátara- (repitámoslo unas cuarenta veces) abuela que vivió, trabajó, deseó, se lamentó y se rio en el mismo momento (a finales de la segunda década del siglo I) en que murió Livia, gobernaba Tiberio, Poncio Pilato incordiaba a los habitantes de Judea, Jesús enseñaba a las multitudes en Galilea y el prolífico escritor Plinio el Viejo (23-79 d. C) empezaba la escuela primaria.
LO QUE PUEDE DECIRNOS UN 1% DE EVIDENCIAS
La historia no es solo real: también es conocible . Por supuesto, no totalmente conocible. Probablemente hoy queda menos del 1% de los restos antiguos. Pero ese 1% basta para ofrecernos una visión muy valiosa de las vidas de los hombres y las mujeres del primer siglo. Prueba a hacer este experimento intelectual…
Imagina que unas personas que vivieran dentro de dos mil años excavasen en Londres y encontrasen el 1% de los diarios Daily Mail , un 1% de las estatuas y las inscripciones urbanas, un 1% de los tiques de Marks & Spencer, un 1% de los documentos del Parlamento en Westminster y un 1% de las cartas perdidas en el Centro Nacional de Devoluciones del Correo Real. Aunque para los historiadores del futuro buena parte de la vida en Londres en 2019 seguiría siendo una incógnita, hay muchísimas otras cosas que podrían descubrir fácil y fidedignamente.
Conoceríamos los nombres de bastantes de los líderes de Gran Bretaña y también del resto del mundo. Descubriríamos algunas de las cosas que la gente valoraba y quería recordar. Nos haríamos una idea del tipo de alimentos que tomaban las personas, cuánto costaban las cosas y, en general, cómo se gastaban el dinero los londinenses. Y gracias únicamente a una pequeña selección de documentos gubernamentales y de correspondencia privada obtendríamos una imagen bastante precisa de al menos algunas facetas de la vida en 2019.
Además de estas impresiones generales del Londres del siglo XXI, los historiadores del año 4019 tendrían retratos muy detallados de individuos concretos, algunos famosos y otros desconocidos. Como es lógico, podrían decir muchas cosas fiables sobre el Primer Ministro o sobre la reina, pero solo haría falta que se produjera el hallazgo casual de un puñado de cartas de unos pocos individuos para elaborar un relato detallado, íntimo incluso, de las vidas de los hombres y las mujeres ordinarios de esa época.
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