Beca Aberdeen - La mirada de Callum

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La mirada de Callum: краткое содержание, описание и аннотация

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Callum ya no está. 
Su mente ha desaparecido para siempre contagiada por la bacteria que portan todos los hombres. 
Pero no se ha ido del todo. Su cuerpo sigue ahí, justo frente a ella, recordándole lo maravilloso que fue conocerle, enamorarse de él y lo terrible que ha sido perderle. 
Amanda siente que le ha fallado a Callum. No ha podido salvarle de su sociedad sexista que quiere a los hombres como esclavos. Como si sus pensamientos fueran poca tortura, tiene a Callum justo frente a ella, recordándole a diario que le ha perdido. ¿Cómo puede superar su pérdida si tiene al hombre que ama justo frente a ella?
Pero sus ojos ya no son los mismos. Su mirada ahora está vacía como la de cualquier otro hombre.
¿Qué puede hacer una mujer sola contra toda su sociedad para salvar al hombre que ama? No solo eso… ¿Qué puede hacer ella sola para terminar con una esclavitud sexista que después de conocer a Callum ve como una aberración contra los derechos humanos?
A veces la guerra es la única respuesta.

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Amanda se aclaró la voz antes de responder.

—¿Para qué quieres saber? Tampoco sabes cómo es la intimidad con un hombre infectado. No es que puedas comparar.

Isolda soltó un já burlón.

Amanda se dio la vuelta de golpe y la contempló ceñuda.

—¿A qué viene eso? —inquirió con sospecha.

Isolda puso un morrito haciéndose la interesante.

—Nada.

—¿Isolda? —insistió con tono de advertencia.

—¿Se lo contarás a mi madre si te lo digo?

Amanda negó con la cabeza.

—Hay un par de chicas en el pueblo que te permiten «probar» a sus siervos a cambio de un chelín.

La miró horrorizada.

—¿A qué te refieres con probar?

Isolda esbozó una sonrisa pícara, dejando claro que las sospechas de Amanda eran acertadas.

—Isolda, eso es prostitución —soltó, indignada.

La muchacha rio ante su declaración.

—No digas tonterías, son solo siervos, están para eso. Además, es sano para ellos.

—¿Sano para…? ¡Por dios!, ¡son personas también! —Amanda se llevó la mano a la frente para masajeársela—. ¿Te gustaría que abusaran de tu cuerpo inconsciente?

Isolda la contempló con una expresión resabida.

—Lo dices como si tú no le hicieras lo mismo a él —señaló a Callum y después se sorprendió al fijarse en la expresión de Amanda—. ¿No lo haces?

Negó con la cabeza con una expresión avergonzada. Era muy incómodo hablar de su intimidad con Callum con otra persona, y más con él delante.

—Nada, desde que perdió la consciencia —corroboró ante la mirada atónita de su prima.

—Enfermará si lo mantienes así —vaticinó, cruzándose de brazos.

Amanda tragó saliva.

—¿De qué estás hablando?

—¡Oh, vamos!, todo el mundo sabe que los hombres necesitan aliviarse con asiduidad o caen enfermos.

—¡Estás exagerando! —replicó Amanda, aunque le vino un recuerdo de la noche en la que Callum le pidió que le dejara tocar sus pechos. Después le aseguró que estaba enfermo y que, incluso, podría morir. Amanda sabía que era una exageración, fruto de la ignorancia de Callum respecto al deseo que lo estaba consumiendo. No obstante, él habló de dolor aquella noche. ¿La frustración postergada podía llegar a hacerle daño?

—Lo… Lo consultaré con la doctora —tartamudeó, incómoda. Había creído que cuidaba bien de Callum, pero quizá su peculiar relación ama-siervo tuviera consecuencias negativas para su salud que ella no había considerado.

Isolda puso los ojos en blanco.

—No te entiendo, Amanda —declaró con una mueca—. Se supone que lo amabas, ¿no? Y él te amaba a ti. Entonces, ¿por qué te niegas a algo tan natural?

—¡Porque no es él! —estalló, dando un golpe en la mesa que sorprendió a su prima—. Eso no él, es solo el fantasma de lo que fue…

Isolda alzó una ceja al ver que Amanda rompía a llorar.

—¡Vete!, ¡déjame sola! ¡Tú no entiendes nada!

La chica suspiró, pero se levantó para marcharse.

—¿Sabes lo que dijo Mary cuando te fugaste con él? —indicó antes de salir por la puerta—. Dijo que por culpa de Callum ya no eres la misma y tiene razón. Solías ser templada, y, desde que llegó tu siervo…, bueno, estás de lo más alterada. Apenas te reconozco, Amanda.

Las palabras de su prima le produjeron una profunda desazón. No porque estuviera juzgando su nuevo comportamiento sino por la descripción que había hecho de su yo antiguo. Templada, la había llamado templada, lo que venía a ser parca, obediente, maleable, conformista… ¿Era cierto? ¿Amanda era tan dócil como la pintaban? ¿Cómo iba alguien con esa personalidad a cambiar el mundo? No podría. Por eso aún no había logrado nada porque no tenía el coraje que hacía falta para liderar una revolución.

Se quedó mirando la puerta que Isolda había cerrado tras ella durante no supo ni cuánto tiempo, después se levantó, decidida, y comenzó a tirar de todos los libros de la estantería para revisarlos a toda prisa. No se molestó en devolverlos a su lugar, sino que los lanzaba de cualquier manera al suelo para ir más rápido.

No halló nada, pero cuando terminó con todo el despacho, parecía que había pasado un tornado.

Esa sería ella a partir de ahora. Un tornado que removería cielo y tierra y arrasaría con todo hasta dejar un mundo nuevo tras su paso.

****

Edith Monroe, la doctora de Crawley, vivía en la primera planta sobre la sastrería. Amanda subió por las angostas escaleras de madera seguida de Callum y llamó a la puerta de la mujer a las siete de la mañana.

Edith abrió aún en camisón y con las trenzas despeinadas.

—¿La he despertado? —inquirió Amanda, temiendo que la mujer hubiera estado hasta tarde visitando a algún paciente.

—No se preocupe —la tranquilizó, apartándose para dejarles pasar—. Son gajes del oficio.

Le indicó que tomara asiento en uno de los sofás con una tapicería verde tan desgastada que comenzaba a parecer ocre.

—No le quitaré mucho tiempo —se disculpó Amanda, sentándose con una sonrisa avergonzada—. Solo es una consulta rápida.

Edith asintió a la espera de que continuara.

—Se trata de la salud de mi siervo. —Señaló a Callum y carraspeó sin saber bien cómo formular su pregunta—. No me gusta creerme las habladurías sin consultarlo con una experta, así que he decidido hacerle una visita —carraspeó, nerviosa.

Edith alzó las cejas, pero se mostró impasible, sin duda acostumbrada a todo tipo de asuntos escabrosos relacionados con el cuerpo humano.

—¿Y bien? —La incitó ante su pausa.

—Dicen que los siervos necesitan… Descargarse habitualmente para mantener una buena salud y me preguntaba, en el caso de que sea cierto, cómo de a menudo debe ser —soltó de carrerilla.

Para su alivio la mujer no mostró ni una pizca de extrañeza ante su pregunta. Se imaginó la clase de consultas que le podían llegar a hacer al cabo del día.

—Efectivamente, tales actividades son muy saludables para ambos y pueden ejercerse con la asiduidad que la ama desee.

Amanda tragó saliva.

—Y en el caso de que la Ama no pueda… Eh…, participar por la razón que sea. ¿Considera que es necesario que el siervo sea aliviado en intervalos de tiempo concretos?

Edith se echó hacia atrás y entrelazó los dedos para contemplar a Amanda pensativa.

—Si no siente apego por este siervo puede pedir un cambio a… —comenzó a decir la mujer, pero se detuvo, perpleja, al mirar a Callum. Pestañeó varias veces y después carraspeó.

—Si el problema es que no tiene…, predilección por los siervos en general y no desea tener descendencia, no tiene por qué realizar ciertas actividades con él —propuso la doctora, con tacto.

Amanda suspiró a sabiendas de lo que estaba sospechando la mujer.

Lejos de desmentir, prefirió que pensara eso en lugar de tener que explicarle todo lo ocurrido.

—Si fuera así, si resultara que no tengo interés en practicar ciertas actividades con él y tampoco quisiera tener descendencia… ¿Sería sano para él la completa abstinencia?

La mujer miró de nuevo a Callum, esta vez de forma evaluativa, e inclinó la cabeza hacia un lado.

—Es un muchacho joven y fuerte… Lo cierto es que, a la larga, la abstinencia total puede llegar a tener consecuencias para su salud física y psicológica —admitió entonces—. Existen alternativas, señorita Fairfax. Usted podría prestarlo a otras jóvenes de confianza que le aseguren que lo van a cuidar y velar por su salud o… Eh, aplicar un alivio manual.

Amanda asintió mortificada y con las mejillas ardiéndole.

—¿A cada cuánto recomienda que lo haga? —insistió.

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