Abigail continuó colocando los palillos en el centro del hogar mientras negaba con la cabeza.
—No tienen ninguno disponible en el andrónicus —explicó—. Tengo que esperar a que se muera alguna de la zona.
Amanda soltó una risa nasal al escuchar la franqueza y naturalidad con la que Abigail hablaba de algunas cosas.
Se le borró la sonrisa cuando la sirvienta divisó a Callum y se encogió asustada.
—Tranquila, vuelve a estar infectado —esclareció, apretando los dientes—. Veo que estás informada sobre lo ocurrido con mi siervo.
—Sí, señorita. Menudo susto haberlo tenido en la casa así, despierto. A usted la hirió, ¿verdad? —Abigail se puso de pie y ojeó a Callum con desconfianza.
Amanda suspiró.
—Abigail, ¿sabes la bebida nocturna que se le da a los siervos?
—Pa’ dormir bien, sí, señorita.
—¿De qué está compuesta?
—Es un tónico de vino, señorita. Recomendación de la doctora. Algunas mujeres también lo toman cuando contar ovejas no funciona. —Abigail soltó una risotada con eso último.
Amanda nunca se había planteado la costumbre de dar dicho tónico tras la cena a los hombres de la casa, era algo que había crecido viendo.
—¿Quién prepara los tónicos en esta casa?
Abigail frunció el ceño, confusa ante su pregunta.
—Normalmente lo hace Delia. Ella los prepara y Peter los lleva al comedor —explicó la mujer, extrañada, pero sin atreverse a preguntar por sus motivos para querer saber todo eso.
Peter era el siervo de Delia, y hubiera sido muy fácil para Mary interceptar al hombre de camino al comedor y añadir el contenido del antídoto a la copa de Callum. Amanda estaba casi segura de que había sido así como había ocurrido. Delante de sus narices.
—¿Puedo ver la botella?
—Claro, señorita —respondió Abigail retirándose hacia la despensa. Regresó con una botella de Wincarnis de tamaño medio. La etiqueta aseguraba que se trataba de una cura para numerosas afecciones como la anemia, el insomnio, la depresión y la confusión mental, de ahí que las comerciantes lo hubieran puesto de moda como tónico para siervos, asegurando que serían más rápidos y espabilados de tomarlo a diario.
—Voy a llevármela —anunció y Abigail se limitó a asentir en silencio, no sin cierta desconfianza reflejada en su rostro. Solo las siervas discretas lograban trabajar en las mejores casas del pueblo y la cocinera lo sabía.
Se dirigió a la habitación de Callum y cerró la puerta tras ellos. Estaba todo como lo habían dejado antes de fugarse al bosque.
Amanda se plantó frente a Callum y descorchó la botella del tónico medicinal. Un fuerte hedor a alcohol mezclado con una amalgama de especias invadió la estancia.
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó alzando la voz mientras inhalaba el interior de la botella, procurando aislar el olor del alcohol de todo lo demás—. Parece que noto algo de cilantro, cardamomo y… ¿menta? ¿Tú qué crees, Callum?
El muchacho continuó, impasible, frente a ella. Desde que se infectara, ya nunca respondía a preguntas sobre su opinión.
—Aspira —le indicó Amanda algo irritada, pegando la abertura de la botella a su nariz—, ¿recuerdas si el que te servían olía diferente?
Nada.
—¡Maldita sea, Callum! —Estalló y se le cayó de las manos, derramando el dulce líquido rojizo por el suelo. Se agachó para levantar la botella y se quedó mirando el charco que se había formado como si la hubiera hipnotizado. Se sintió como si estuviera hecho de su sangre y eso explicara porque se sentía tan débil. Alzó la vista hacia el muchacho, que seguía mirando la pared como si nada, y se le humedecieron los ojos—. ¿Cómo se supone que voy a ayudarte si no colaboras? ¿Cómo voy a hacer esto sola?
Pero el nuevo Callum tampoco respondía a preguntas complejas, ni a las retóricas, ni a ninguna que requiriera cualquier tipo de pensamiento independiente.
Estaba sola.
Sola con la cáscara vacía de su compañero.
2
—¿Amanda? —La voz de Isolda la sobresaltó y la obligó a cerrar el libro que estaba inspeccionado en busca de pistas. Su madre tenía la costumbre de guardar notas entre los libros de sus estanterías y, aunque había cientos de tomos y le llevaría siglos revisarlos todos, Amanda no sabía qué más podía hacer. Mary se negaba a darle información y en el andrónicus le habían dejado claro que no sabían nada del experimento y mucho menos del antídoto. Había revisado los archivos de la biblioteca de periódicos antiguos, había leído todos los artículos que había encontrado relacionados con la enfermedad, pero ni rastro de la cura.
Su prima se asomó por el quicio de la puerta y la observó con ojos de lechuza.
—¿Qué haces ahí? Sabes que Mary no aprueba que entremos en su despacho.
—No está aquí, ¿verdad? —refunfuñó, irritada con el susto que le había dado. Siempre esperaba a media mañana, cuando su madre estaba en mitad de su jornada en el ayuntamiento para revisar su despacho.
Isolda entró en el despacho y le echó un vistazo a Callum antes de sentarse en la silla junto a la de él.
—¿Sigues enfadada por lo de tu siervo?
Amanda bufó ante la estupidez de la pregunta. No era una niña a la que le habían quitado su sonajero, era una mujer en duelo por la pérdida de otro ser humano; pero en la mentalidad de sus familiares, como la de la mayoría de las mujeres, no veían personas en los siervos y por consecuencia no reconocían la vida ni la ausencia de esta dentro de ellos.
—¿Quieres algo?
—Oh, qué mal humor tienes —protestó Isolda de morros—. ¿Qué estás haciendo con los libros de tu madre, de todas formas?
—Les quito el polvo.
Isolda frunció el ceño ante su respuesta.
—¿Crees que soy tonta?
—¿Quieres que responda o es una pregunta retórica?
La joven hizo una mueca para mostrarle lo poco divertida que le parecía. Después le echó un vistazo de reojo a Callum.
—¿No tenías miedo, Amanda? Cuando estaba despierto, quiero decir.
Le hubiese gustado responder con un no tajante, pero lo cierto es que sus días junto a Callum estuvieron plagados de miedos y dudas. Miedos en su mayoría inducidos por su educación repleta de prejuicios. El miedo era un buen combustible para los prejuicios.
En lugar de responderle, Amanda sacó otro libro y se lo entregó a su prima.
—Mira a ver si hay notas entre las páginas.
Isolda arrugó la nariz observando el libro como si fuera una araña de patas peludas, pero acabó por aceptarlo y hacer lo que le pedía.
—¿Qué se supone que estamos buscando?
—Cualquier cosa que encuentres entre las páginas, muéstramela —le indicó, tomando varios libros de la estantería y dejándolos sobre la mesa. Abrió uno por las solapas con las hojas hacia abajo y lo sacudió. Después pasó sus dedos por sus páginas para despegarlas entre sí—. Callum busca notas entre las hojas de este libro —ordenó, entregándole otro al muchacho. Necesitaba aligerar el proceso.
Callum estornudó con el polvo que desprendió su tomo y Amanda se le quedó mirando un momento. Sabía que era solo un reflejo, pero llevaba más de una semana sin verle moverse de forma natural y no como un autómata.
Se tragó el nudo que se le formó en la garganta y se giró hacia la estantería para que su prima no viera que se le habían humedecido los ojos.
—¿Cómo es…? Ya sabes…, ¿la intimidad con un siervo despierto? —preguntó Isolda mientras ojeaba el segundo ejemplar.
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