Procesos co-evolutivos y formación en psicología
Con base en la metáfora del ciclo vital, las propuestas sistémicas han venido planteando transformaciones que obedecen a movimientos de los sistemas humanos, tanto internos como externos. En el transcurso de estas transformaciones se realizan ajustes que permiten un mejor desenvolvimiento de acuerdo con las exigencias biológicas, psicológicas, afectivas y sociales/relacionales. Esto ha llevado a usar la metáfora de las etapas o momentos dentro del ciclo vital como manera de organizar las comprensiones sobre las distintas formas de funcionamiento de los sistemas y sus integrantes, en relación con diferentes contextos a través del tiempo.
Al comprender los procesos de desarrollo, las perspectivas sistémicas proponen una aproximación que tiene en cuenta las versiones centradas en el desarrollo individual, y para ello plantean que la familia, como un todo, se mueve en un proceso co-evolutivo en el que los cambios individuales se conectan con las transformaciones más amplias del sistema (Minuchin, 1974; Hernández, 1997). Este proceso se entiende a su vez como epigenético, por lo que se asume que dichos procesos co-evolutivos se organizan en etapas —definidas, desde luego, por un observador—, y cada una de estas supone el cumplimiento de tareas que consolidarán las bases para las etapas posteriores. Sobre esta idea, tomando como préstamo esta metáfora del ciclo vital y sus etapas, se propone plantear comprensiones acerca del proceso formativo de los estudiantes de psicología, además de algunos retos que deben afrontar cuando dicho proceso los lleva a elegir culminar su formación profesional en el campo de la psicología clínica.
Usualmente, cuando el estudiante inicia la práctica profesional (noveno semestre), comienza a confrontarse con el nuevo papel y los nuevos modos de acción que este conlleva. Basados en las posturas ligadas al constructivismo, y especialmente al construccionismo social, diferentes autores (Anderson, 1999; Fishbane, 2001; Payne, 2000, Gergen, 1992) han venido planteando que la identidad no es estática, sino que cambia continuamente, y que, además, nuevas dimensiones del self emergen en la participación dentro de diferentes escenarios. Dichas dimensiones novedosas no pueden visibilizarse fuera de tales contextos interaccionales (p. ej.: la dimensión identitaria de ser abuelo solo puede hacerse visible cuando se empieza a desempeñar este papel). Hay un primer ajuste identitario con el ingreso a la universidad, ya que, aunque se sigue siendo estudiante, se cuenta también con un rango más amplio de libertades, que llevan a organizaciones distintas y más autónomas del tiempo, contando además con otras actividades propias de las construcciones sociales sobre la vida universitaria.
Posteriormente, siguiendo con la extrapolación de la lógica del ciclo vital al contexto educativo, podría plantearse que la llegada a las prácticas —correspondientes al último año de carrera— representa una nueva etapa en el proceso co-evolutivo de formación universitaria en psicología. Continuando con la analogía familiar 1 1 Si bien en sus inicios el enfoque sistémico se centraba en la familia frente a sus comprensiones sobre lo humano, la perspectiva contemporánea se enfoca en los procesos que ocurren en sistemas amplios, dada su naturaleza ecológica y compleja. 2 Para White (1994, 2002a, 2002b), las conversaciones o prácticas internalizadoras constituyen el efecto de las tecnologías de poder. Desde este tipo de prácticas, se asume que las características propias de procesos de relación sean ubicadas e identificadas dentro de las personas, como si se tratara de rasgos constitutivos. Otro ejemplo de estas prácticas serían los “síntomas” y los diagnósticos psiquiátricos. 3 En ocasiones, esto puede ser un isomorfismo que surge del sentirse cuestionados por el supervisor y los miembros del equipo de supervisión, en casos en que las relaciones en el contexto no sean generativas y se centren en la descalificación. 4 Se ha planteado que la supervisión clínica puede ser entendida como isomórfica de las acciones de intervención, en cuanto se centra en las relaciones entre interventores y consultantes, abordando al terapeuta en sus prejuicios, historias, significados, formas de interacción, etc. (Niño et al, 2015).
, así como otros miembros deben hacer ajustes frente al cumplimiento de las tareas evolutivas, docentes y practicantes también se transforman en sus relaciones, para favorecer el desempeño de estos últimos en el contexto de las prácticas. No es lo mismo relacionarse con el estudiante en el aula de clase que en la supervisión.
Desde esta articulación de las lógicas del desarrollo con el proceso formativo, es válido plantear que el último año de carrera corresponde a una etapa distinta de los semestres anteriores, dado que estos se enfocaban en procesos teórico-académicos, mientras que las prácticas apuntan al trabajo con diferentes realidades humanas, que buscan conexiones con la teoría. Así mismo, la invitación de las prácticas a posicionarse como psicólogos plantea una cercanía a las posibilidades del mundo laboral y, por ende, a un momento diferente de la historia de vida: la posibilidad de la desvinculación (Cancrini y De la Rosa, 1996).
De este modo, es pertinente comprender que, sumados a los retos de la práctica, por la edad en la que suele llevarse a cabo esta tarea, el practicante debe continuar con su proceso de búsqueda de autonomía, aspecto que necesariamente remite al proceso co-evolutivo con la familia de origen, que facilita la salida del hogar, la entrada al mundo laboral y la posibilidad de hacerse cargo de la propia vida de manera autónoma. La familia, por su parte, debe brindar el espacio para que el joven construya esta autonomía, transformando sus límites, reorganizando sus formas de relación, etc. El proceso de desvinculación no es individual, sino que involucra a todos los miembros del sistema.
Otras maneras de transformación identitaria vienen por vía de la re-construcción del pasado desde los procesos autorreferenciales promovidos por las resonancias (Elkaïm, 2000) de las historias de los consultantes con la propia vida del practicante. Al conectarse con los relatos de los consultantes, el practicante puede revisar, en su propia narración, situaciones y formas de relación similares o abiertamente distintas, que invitan a hacer cuestionamientos sobre la propia postura. Esto lleva, en ocasiones, a asumir perspectivas diferentes (emergentes) y nuevas significaciones de los acontecimientos, así como de las formas actuales de relación con otros significativos. Estas confrontaciones pueden ser aprovechadas como movilizadoras de procesos de crecimiento personal, que a su vez pueden redundar circularmente en formas generativas de conversación en los procesos de intervención. En ese orden de ideas, son frecuentes los relatos de los practicantes que aluden a cómo un consultante les recuerda a uno de sus padres y los motivos de consulta los remiten a situaciones similares con sus propias familias. Estas resonancias suscitan procesos de reflexión que cuestionan sus propias posturas y modos de relación con sus familiares, al posicionarlos ahora como observadores.
Por consiguiente, más que limitarse a la co-construcción de habilidades clínicas, conceptuales y epistemológicas, la supervisión se enfoca también en el proceso de re-construcción o actualización identitaria. El supervisor comprende que el practicante está “descubriendo” novedades en el sí mismo, ligadas a las emergencias implicadas en las relaciones con los sistemas consultantes, con sus compañeros, con su sistema familiar, con el supervisor y consigo mismo. Por esto es importante dirigir parte de las reflexiones en el contexto de la supervisión a las re-comprensiones que el practicante hace de sí mismo.
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