5.No admitir en el Partido Comunista español a quien no estuviera completamente de acuerdo con las bases establecidas.50
Dentro de su seno surgió pronto la discordancia, separándose una minoría para formar la Unión de Cultura Proletaria, si bien poco después se reintegraron al partido. Era el comunista un grupo minoritario de escasa importancia política y sindical, que únicamente poseía cierta implantación social en Asturias y Vizcaya. Su situación por tanto, en el momento del pronunciamiento militar, era todavía precaria.51 Intentó crear un «frente único» con otros sindicatos de ideología similar, basándose en siete puntos fundamentales:
1º.Contra toda propensión de la clase patronal de reducir los salarios.
2º.Contra la prolongación de la jornada de trabajo.
3º.Por la destitución de Martínez Anido, Arlegui y Regueral.
4º.Amnistía de todos los presos políticos.
5º.Abolición de la pena de muerte.
6º.Por el término de la guerra y abandono del protectorado de Marruecos.
7º.Lucha contra el paro y conseguir el socorro a los parados, por el Estado.52
El Partido Comunista, junto con los anarquistas, manifestó su repulsa a la actuación de Primo de Rivera y solicitó al Partido Socialista que se unieran a ellos para luchar contra el Dictador, pero hicieron caso omiso.53 Poco después, entraron en un periodo de clandestinidad y con los anarquistas organizaron resistencia contra el régimen militar mediante un manifiesto llamado «Comité de acción contra la guerra y la dictadura», en el que proclamaron la defensa de los derechos individuales y colectivos, pero esta actitud fue más simbólica que eficaz.54
El Partido Socialista adoptó una posición de neutralidad ante la Dictadura, obedeciendo en buena medida a las decisiones acordadas en el Congreso de diciembre de 1919, donde se refrendaron posiciones de moderación, dejando a un lado su postura antirrégimen. Allí se decidió la permanencia en la II Internacional (14 010 votos contra 12 497). Renunciaban, de ese modo, a participar en la Internacional Comunista, optando por un socialismo moderado y reformista.
En el II Congreso Extraordinario, celebrado el 19 de junio de 1920, se trató de nuevo una posible adhesión a la III Internacional, pero con una serie de condiciones. Primero, que se reconociera al Partido Socialista su autonomía de táctica ante la lucha de clases; segundo, su derecho a realizar sus propios congresos y acuerdos; en tercer lugar, que se tendiera a unificar a todos los partidos marxistas, como postulaban el Partido Socialista francés y el Partido Socialista alemán. Por último, el socialismo español debía continuar su labor en los ayuntamientos, diputaciones provinciales y en el Parlamento, al igual que en otros organismos de carácter social. Sin embargo, las veintiuna condiciones para pertenecer a la Internacional Comunista (Komintern), impedían que el Partido Socialista pudiese tener la autonomía que solicitaba.
El 21 de abril de 1921 se celebró el III Congreso Extraordinario, donde se continuó tratando la unión de los socialistas españoles a la III Internacional. Se analizaron los informes realizados por los delegados socialistas enviados a la URSS. Así, Fernando de los Ríos efectuó una valoración muy negativa de la situación política en Rusia, pues quedó impresionado de la falta de libertad en aquel país, criticando duramente la dictadura implantada por el partido soviético. Sin embargo, el otro miembro socialista delegado, Daniel Anguiano, justificó situación política desarrollada en Rusia por considerarla provisional. Finalmente, el Congreso acordó apartarse de modo definitivo de la organización moscovita, por 8808 votos contra 6025,55 adoptando con ello una tendencia socialdemócrata, como propugnaba el presidente del Partido, Pablo Iglesias.
En aquellos momentos, la división de la clase trabajadora resultó evidente, aún más tras la escisión de militantes del Partido Socialista para constituir el Partido Comunista, en 1921. Este hecho repercutió de manera muy desfavorable en las relaciones del socialismo español y el resto del movimiento obrero. Se produjeron duros enfrentamientos tanto verbales como físicos por parte de los comunistas hacia los socialistas y a la inversa, aunque en menor medida.56 Así, desde las páginas de El Comunista criticaron duramente a los principales dirigentes socialistas por mantenerse en la II Internacional. A modo de ejemplo, citaré lo que opinaban los comunistas de Francisco Largo Caballero:
Cuando habla, insulta; cuando calla, envenena el ambiente con su silencio; cuando mira, pronostica denuestos. Acusa con reticencia y silencios de refinada hipocresía y maldad. Jamás es sincero…Utilitario, egoísta cree que le ha llegado la hora de cosechar. Odia a los revolucionarios rusos, y piensa en una caída del régimen soviético.57
Las pésimas relaciones perduraron en el tiempo y, del mismo modo, el diario El Socialista, manifestó su censura hacia los comunistas:
Por sistema, nos hemos negado, en cambio, a discutir con los comunistas. Ni influyen en la opinión ni cuentan para nada con la organización obrera y sería hacerles demasiado honor citarles en nuestro diario.
Para proceder así, tenemos dos razones: una, que a los de buena fe, a los que nos censuran creyendo honradamente en los métodos bolcheviques, no se les podrá convencer sino con el ejemplo de nuestra actuación y de nuestra pureza de intención; y otra, que a los de mala intención, agentes a sueldo de Moscú o de la burguesía, que de todo ha habido y hay en las filas separatistas, ni los queremos atraer ni queremos relaciones de ninguna clase con ellos.58
Nos encontramos con un movimiento obrero debilitado, desorganizado y en litigio interno, situación fácil para el régimen dictatorial. Además, Primo de Rivera ordenó a sus gobernadores civiles que exigieran el cumplimiento del real decreto de 10 de marzo de 1923, donde se recogían unas rigurosas medidas de control sobre las organizaciones obreras, principalmente de comunistas y anarquistas.59 La CNT, tras ratificar en Granollers, el 30 de diciembre de 1923, y en Sabadell, el 4 de mayo de 1924, su doctrina ácrata, quedó prácticamente fuera de la ley como central sindical. Sus locales de reunión fueron clausurados, se suspendió la publicación del diario Solidaridad Obrera y sus dirigentes fueron detenidos. Pudieron subsistir como sociedades obreras, pero totalmente aisladas sin sindicato.
El Partido Comunista quedó reducido a la inactividad total, y aunque uno de sus dirigentes, Óscar Pérez Solís, intentó reorganizarlo, fue encarcelado antes de llevar a cabo este propósito. Según José Bullejos, el Partido no admitió el acuerdo de respeto mutuo que le ofreció el Régimen; su postura durante el gobierno de Primo de Rivera fue, por tanto, de franca rivalidad.
El Partido Socialista se decantó por posiciones socialdemócratas y mantuvo una actitud de neutralidad hacia el sistema dictatorial, como analizo en capítulos posteriores.
En definitiva, el pronunciamiento militar no encontró eficaz oposición de las fuerzas políticas y sociales, ni de aquellos políticos que habían sido desplazados del poder, que permanecieron de modo pasivo y algunos hasta complacientes ante el Régimen. No fue preciso ningún acto represivo para apaciguar cualquier conato de disturbio; la sociedad permaneció inmóvil a pesar de que se establecía un gobierno autoritario. Quizá en aquellos momentos, el deterioro de las administraciones del Estado no propició otra alternativa. Además, las ideas democráticas no tenían raíces tan profundas en la ciudadanía, ni en la clase política española, como para luchar por un gobierno representativo originado de la voluntad popular. Se configuró un régimen dictatorial para dar respuesta a una situación política desesperada debido a la decadencia del sistema de la Restauración. Pero lo paradójico es que quienes contribuyeron a implantar el régimen autoritario fueron los que, con su gestión directiva negligente, hicieron naufragar las instituciones del Estado y con ello el sistema parlamentario.
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