El Partido Social Popular apoyó a Primo de Rivera, aunque con discrepancias entre sus dirigentes. Hubo dos facciones: por un lado, la encabezada por Víctor Pradera, que mostró su simpatía hacia el nuevo sistema político, teniendo una buena opinión del Dictador29 y públicamente solicitó al Sindicato Católico su adhesión al Régimen para que pudiera consolidarse como fuerza política y formar parte de un gobierno corporativo y anticomunista. Por otro, la de Ángel Ossorio y Gallardo se mantuvo crítica con la Dictadura, culpó al rey Alfonso XIII de dirigir el golpe militar y opinó que Primo de Rivera había sido un mero instrumento, ya que la mano ejecutora había sido la del monarca.30 La actitud general del Partido Social Popular fue de no poner impedimentos a los militares en el gobierno para que pudieran resolver los distintos y difíciles asuntos que tenía el país.
El Partido Tradicionalista, rama del carlismo, orientado hacia posiciones muy conservadoras, fue claramente favorable a la desaparición del sistema liberal. Su dirigente, Juan Vázquez de Mella, deseó un régimen basado en el sentimiento nacional puramente religioso. Uno de sus principales postulados políticos se basaba en la sustitución del parlamentarismo por un sistema representativo de clases, defendiendo el corporativismo y la soberanía social. En coherencia, alabó muy positivamente la actuación de Primo de Rivera y le ofreció su colaboración, pues ambos resaltaron la idea de patria, tradición y religión como principios inspiradores a la ciudadanía.31
La Lliga, partido conservador y catalanista, mantuvo contactos con Primo de Rivera en la preparación del pronunciamiento militar. El dirigente José Puig i Cadafalch fue muy favorable al establecimiento de un régimen dictatorial;32 incluso como autoridad catalana (asumía el cargo de presidente de la Mancomunidad), acudió a la estación de ferrocarril a despedir al general Primo de Rivera cuando se trasladó a Madrid para desempeñar la jefatura de Gobierno. Mientras, Francisco Cambó se mantuvo más distanciado, aunque también dio muestras de simpatía con la transformación del sistema, pues estimó que la sublevación militar era una garantía para solucionar los constantes conflictos entre la patronal catalana y los sindicatos obreros; el gobierno militar establecería el orden y frenaría al movimiento obrero exaltado, terminando así con las graves tensiones sociales.
A los partidos liberales no les causó sorpresa la insurrección militar, debido a la complicada situación coyuntural que venía desarrollándose en España desde la crisis de 1917. Decidieron no interferir en la actuación de gobierno de Primo de Rivera, pero rechazaron el procedimiento empleado para acceder al poder. Estimaron necesarios los objetivos renovadores en los diferentes sectores sociales y en la administración del Estado, aunque ningún político liberal debía intervenir ni colaborar con la Dictadura.33 Así, Álvaro Figueroa, conde de Romanones, en un artículo publicado en el Diario Universal, periódico de carácter personalista y de su propiedad, reflexionó sobre la inadecuada gestión de gobierno de los partidos conservadores y liberales, subrayando que no habían estado a la altura política ante de los graves acontecimientos desarrollados en nuestro país. Por tanto, hará responsables de la mala gestión a todos los gobiernos del «turnismo», incluido su propio partido; reconociendo así la deficiencia del sistema de la Restauración.34 De ahí su posición, porque si bien rechazó los sistemas totalitarios, incluso participó en movimientos para desalojar del poder a Primo de Rivera. Sin embargo, manifestó en su obra Notas de una vida, una opinión muy positiva sobre Miguel Primo de Rivera.35
Niceto Alcalá Zamora perteneció primero al Partido Liberal del conde de Romanones, y posteriormente al Liberal Demócrata de Manuel García Prieto. Ante la sublevación militar manifestó su oposición y resaltó lo indispensable que era un sistema democrático para España, pero no puso impedimento al desarrollo del nuevo régimen. Estimó que Primo de Rivera podía eventualmente solucionar algunas cuestiones de gobierno, pero su poder sería efímero; ya que dudó que lograra construir un sistema político estable de cara al futuro.36 Alcalá Zamora fue cambiando su postura a lo largo de la etapa dictatorial, convirtiéndose en uno de los más firmes opositores a Primo de Rivera y al rey Alfonso XIII, declarando su afinidad con la Republica.
Determinados sectores del Partido Liberal se mostraron desde un principio mucho más disconformes y rechazaron el régimen dictatorial, como fue el caso de Santiago Alba, quien juzgó equivocado el modo de proceder de los militares, por lo que abandonó España.37Ante la persecución y el procesamiento que Primo de Rivera realizó hacia su persona, acusándolo de apropiarse del dinero destinado a la guerra de Marruecos cuando ejercía el cargo de ministro de Estado, Alba defendió su inocencia. En una serie de escritos, unos publicados en la prensa extranjera, otros enviados a políticos españoles, como el remitido al conservador José Sánchez Guerra o al propio monarca, abogó por su actuación en el Gobierno y por su honor. Así, desde Biarritz, el 18 de septiembre de 1923 publicó una carta en el diario L´Echo de París, negando toda inculpación.38 Poco después, en octubre de 1923, desde Bruselas, Alba mandó una nueva carta a Alfonso XIII, exponiendo el motivo de su marcha y solicitando al Rey que se resolviera su inculpación y procesamiento, apelando a la justicia.39
Otro dirigente liberal, Manuel García Prieto, jefe del gobierno dimitido tras el pronunciamiento militar, se mostró poco enérgico y se resignó ante la voluntad real, declarando al capitán general de Madrid, Muñoz Cobos, la siguiente frase al abandonar el poder: «Ya tengo un santo más a quien encomendarme: a san Miguel Primo de Rivera, porque me ha quitado de encima la pesadilla del gobierno».40 En realidad, García Prieto pudo haberse opuesto al régimen dictatorial, o al menos haber efectuado algún gesto de resistencia, sin embargo no lo hizo y se inclinó a la decisión del monarca y al nuevo sistema.
El Partido Reformista, fundado y liderado por Melquíades Álvarez, constituía una fuerza social y popular, pero no alcanzaba a serlo electoralmente. Su dirigente, defensor de los principios democráticos y laicos, abogó por la reforma gradual del sistema político que acabase con el caciquismo mediante una legislación adecuada que regulase los diferentes sectores de la sociedad española. En el momento del pronunciamiento militar, Melquíades Álvarez declaró al diario francés Le Information, su rechazo a la actuación de Primo de Rivera, exponiendo que él hubiera efectuado de forma legal los cambios políticos que se disponía a afrontar el Directorio Militar.41 Durante el periodo dictatorial, como abogado, defendió en los tribunales a personalidades políticas que fueron víctimas del Régimen y actuó en movimientos contra Primo de Rivera; participando en el manifiesto del frustrado alzamiento de la Noche de San Juan, en 1926, realizado por los generales Weyler y Aguilera contra el Dictador.42
El Partido Republicano Radical, a través de su dirigente Alejandro Lerroux, pronosticó en los primeros días del pronunciamiento militar que este hecho desembocaría en el hundimiento de la monarquía. Motivado por el desgobierno de los partidos dinásticos y simpatizando con Primo de Rivera, se mostró proclive del orden y disciplina que pretendía implantar el nuevo sistema. Pero en realidad Lerroux pretendió crear un frente donde se aunaran las fuerzas de izquierda radicales para derrocar a Alfonso XIII. Sin embargo, sus planes no encontraron ambiente propicio, pues el movimiento que más le apoyaba era el catalanista, y tenía un marcado tinte separatista. Este partido no pudo acotar la etapa dictatorial aunque ya, desde 1926, la formación llamada Alianza Republicana conspiró contra la misma.
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