Ángeles Finque Jiménez - La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)

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La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930): краткое содержание, описание и аннотация

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La distancia temporal de la actuación de los socialistas españoles en el régimen dictatorial de Primo de Rivera (1923-1930) permite a Finque Jiménez analizar no solo las razones esgrimidas, sino el impacto y consecuencias de esta participación en la España contemporánea.
Entre la oposición ideológica de unos y el pragmatismo de otros, los socialistas españoles aportaron a las políticas sociales, económicas y laborales, y se consolidaron como fuerza política influyente.
Sin juicios, esta obra es una exposición de hechos extraída del análisis de fuentes documentales que llevan al lector a un momento histórico que se caracterizó por dos posiciones básicas de los dirigentes socialistas ante la sustitución de la Restauración por una dictadura militar:
la negativa a participar en un régimen represor de los derechos fundamentales, y la participación en la Dictadura para mejorar las condiciones objetivas de los trabajadores.
¿Por qué un sector del socialismo se integró de lleno a la participación política y otro se circunscribió a la crítica? ¿Cuál de estas actitudes fue la «correcta»?, ¿o acaso estas contradicciones fueron útiles y complementarias?

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A lo largo de la dictadura, el Partido Comunista intentó en sucesivas ocasiones lograr unidad de acción junto con los socialistas, pero estos siempre rechazaron tal petición. Así por ejemplo, la Comisión Ejecutiva de la Unión General de Trabajadores reunida el 23 de junio de 1925 denegó la solicitud realizada por los comunistas a través del periódico La Antorcha, donde pedían al Sindicato Socialista la creación de un «frente único»; y resolvieron lo siguiente: «Por unanimidad se acuerda no tomar dicha carta en consideración».73 Poco después, el 28 de julio de 1925, el Partido Comunista insistió con una nueva circular que invitaba al socialismo a participar, junto a ellos y otras fuerzas políticas, en una conferencia en Francia, para luchar contra Primo de Rivera, pero los socialistas rechazaron participar. Los dirigentes socialistas no estimaron las invitaciones realizadas por otros grupos sindicales, pues no querían ninguna relación con movimientos extremistas.74

El secretario general de la UGT, Largo Caballero, influyó notablemente en la organización obrera que lideraba. Su criterio prevaleció sobre el de otros dirigentes, desestimando cualquier proyecto de unidad de acción del proletariado. Afirmó que lo que pretendían la CNT y el Partido Comunista era la absorción del Sindicato Socialista. Aludía a que estas fuerzas intolerantes solicitaron a los trabajadores españoles el ingreso en sus filas tildando de «amarillos» a todos aquellos que no lo hicieran. Esto demostraba que el socialismo no podía confiar en dicha unión.75

El Sindicato Socialista ratificó su posición en el XVI Congreso de la UGT celebrado en 1928. En las ponencias de aquel acto se aprobaron los siguientes puntos, que rechazaban la actuación con otras fuerzas sindicales:

1º.Que se incurre en un lamentable error al afirmar que existen en España grandes núcleos de organización obrera con los que puedan entablarse negociaciones a los efectos de la unificación de las fuerzas proletarias que luchan por su mejoramiento.

2º.Que la Unión General de Trabajadores no debe sacrificar ninguna de sus características esenciales en cuanto a táctica se refiere, y mucho menos en aquellas que constituyen su contenido espiritual en orden a la emancipación de la clase trabajadora.

3º.Que la Unión General de Trabajadores no ha puesto en ninguna ocasión dificultades para que la unidad de los trabajadores pudiera ser un hecho, a condición de que todos los que se agrupasen en su seno coincidieran en la apreciación de aquellas cuestiones fundamentales en las que ha de definirse como colectividad debidamente articulada.

4º.En consideración a lo que antecede, el Congreso ratifica lo acordado sobre este particular en reuniones anteriores, y decide que ninguna de las Secciones adheridas a la Unión General de Trabajadores deberá intervenir en aquellos actos que, so pretexto de frente único, tiendan o puedan perturbar el normal desenvolvimiento de nuestro organismo nacional con iniciativas o proposiciones en pugna con la disciplina que imponen las resoluciones de estos y otros Congresos.76

En definitiva, los dirigentes socialistas se alejaron de cualquier coalición con la CNT y el PC, ya que estas fuerzas no tenían el mismo procedimiento para tratar la problemática social o política. Estimaron que no poseían autoridad moral para solicitar unidad sindical al no adaptarse a la disciplina federativa. Los socialistas entendieron que para alcanzar las verdaderas aspiraciones de la clase social que defendían, la unión perfecta debía ser entre el Partido y el Sindicato Socialista. Ambas organizaciones representaban los mismos ideales e intereses, juntas intervendrían en la vida política del país.

Dos posturas enfrentadas

El Comité Nacional del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores trataron de no enemistarse con el régimen dictatorial. Declararon en distintas publicaciones que deseaban evitar que los trabajadores sufrieran las consecuencias negativas de un enfrentamiento. Precisaron que otra postura no resultaba efectiva, pues retornar al sistema político anterior no era factible. En tal caso, si mostraban oposición a Primo de Rivera sería para que el propio socialismo gobernase, pero esta intención no la iban a permitir el resto de los grupos políticos, y como organización no poseían fuerza suficiente;77 por ese motivo optaron por la neutralidad, no estimando así lo que proponía Indalecio Prieto, partidario de una acción beligerante contra la Dictadura.

La organización socialista no simpatizó con el régimen dictatorial, pero quería evitar una confrontación directa con Primo de Rivera y se adaptó a las circunstancias políticas. Además, opinaban en su seno que no existía ningún sistema de gobierno merecedor para cambiar de postura, como se expresó en el editorial de periódico El Socialista del 27 de septiembre de 1923:

Esa nuestra «actitud serena y expectante» no es, pues, simpatía, asentamiento ni esperanza.

Es que en política, y más en las presentes circunstancias, conviene perfilar las actitudes con trazos muy firmes para evitar que se esfumen los contornos. Y la que de momento han adoptado nuestras organizaciones tiende a impedir que se nos crea unidos por ningún vínculo a lo que acaba de huir. Pero eso no significa, ni mucho menos, uncimiento a lo que le reemplaza.

Persuadidos de que no nos es posible implantar en este instante los propios ideales, hay en nuestra generosidad y en nuestro instinto político impulso bastante para prestar nuestra fuerza —la única seriamente organizada de España— a una solución de profundo avance y de positivo progreso. Mas, ¿por dónde asoma? No lo vemos en los huecos del edificio viejo; pero tampoco en el andamiaje del nuevo tinglado, ni en los solares colindantes.

Sin que se deje vislumbrar, sería una locura insigne salir de esta actitud expectante.78

De ese modo, el socialismo expresó su imparcialidad. Mientras el régimen dictatorial no intentara restringir o anular la legislación conseguida en materia de trabajo, mantendrían una postura prudente. De reprobación moral, pero con la ausencia de cualquier acto que pudiera justificar una represión contra el socialismo.79 La neutralidad de los socialistas españoles hacia la Dictadura se desarrolló principalmente por la línea de actuación más moderada. Atrás quedaba la actitud antirrégimen mantenida desde la conjunción republicano-socialista; la estrategia de la organización obrera había evolucionado. En aquella etapa, sus dirigentes decidieron seguir una línea más alejada de Moscú, por tanto, menos revolucionaria, perteneciendo a la II Internacional Socialista. También se debía a la fragilidad del Partido; después de la escisión de un sector de sus militantes para fundar el Partido Comunista, los socialistas no poseían suficiente fuerza para establecer sus propios criterios ideológicos. Por el momento, tenían que adaptarse a las circunstancias políticas existentes.

Pablo Iglesias, como presidente del Partido Socialista, defendió y justificó la neutralidad adoptada al considerar ilógica una posición de enfrentamiento contra el Directorio Militar. A su juicio, el socialismo debía actuar en todos los sistemas de gobierno para desarrollarse como grupo político y, más adelante, alcanzar el triunfo electoral. Por este motivo había que centrarse en fortalecer la organización obrera; la nueva situación política era secundaria.80 Este mismo criterio lo señaló Largo Caballero, quien como secretario general de la UGT postuló por una conducta neutral hacia Primo de Rivera, porque lo perentorio era el crecimiento de la organización socialista, adaptándose a las circunstancias, para no retroceder en materia social y laboral.81

La disposición de neutralidad de la Ejecutiva socialista decepcionó notablemente a otros dirigentes como Indalecio Prieto, Teodomiro Menéndez o Fernando de los Ríos, que no entendieron la actitud pasiva de sus correligionarios hacia Primo de Rivera. Representaron una posición minoritaria y muy crítica hacia la decisión de la organización socialista y entendieron que debían unirse a fuerzas liberales y republicanas para luchar contra la Dictadura, lo que provocó dos posiciones enfrentadas en el seno del socialismo, que se acrecentaron y fueron irreconciliables cuando posteriormente intervinieron en el gobierno autoritario.

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