–Bueno –Janine la golpea suavemente con el codo–, tal vez ahora captará la indirecta.
Echo un vistazo y veo a Jude caminando cerca. Apenas puedo ver su expresión cuando gira para dirigirse a nuestro lugar en la playa y no logro notar si las escuchó o no. No puedo distinguir si la oscuridad en su rostro es vergüenza, dolor… o solo la sombra del sol hundiéndose en el horizonte.
En realidad, no importa. Lo dijo con maldad. Toda esa conversación parece tener un origen cruel; un diálogo innecesario destinado a burlarse de Jude por ningún otro motivo que incrementar el ego ya inflado de Maya Livingstone.
Y que sea desagradable con Jude , de todas las personas. Jude paciente y considerado, querido por todos. Quien no tiene enemigos. Quien puede intervenir en cualquier conversación, sentarse en cualquier mesa e ir a cualquier fiesta.
Y sí, tal vez juega a Calabozos y Dragones los fines de semana y lee libros con dragones en las portadas y estaba legítimamente emocionado por ir a su primera feria renacentista el verano pasado. Hasta vistió una túnica y, en mi opinión, también lucía como un caballero en ella. Pero odio pensar lo que Maya o sus amigos dirían si alguna vez vieran las fotos.
Fulmino con la mirada la cabeza de Maya. ¿Cómo se atreve a herirlo de esa manera? Mi puño se tensa.
Esta vez, lo siento. Una descarga eléctrica en la base de mi estómago apenas perceptible. Como la sensación que sientes cuando das una vuelta mortal debajo del agua, pero más sutil.
Salvo que, otra vez, nada sucede.
Espero. Y espero.
El sol desaparece y pinta el cielo de tonos violeta. Aparecen las primeras estrellas y empiezan a parpadear y brillar. Los acantilados se encienden con los destellos naranjas de la fogata.
Maya se sienta derecha y se estira para tomar el suéter largo que está al lado de su toalla. Observo cómo pasa los brazos por las mangas. Siento amargura y algo más que un poco de molestia. Hacia ella. Hacia mí. Hacia el universo.
Suspiro y abandono al fin la seguridad de mi refugio. Fue suficiente. No heredé un poder mágico para restaurar el equilibrio del universo. Para castigar a los malvados y los indignos.
Es hora se seguir adelante.
Jude y Ari están en nuestras mantas compartidas. Ari toca su guitarra y un puñado de personas se han detenido para escucharla, algunos se dejaron caer en la arena y formaron un pequeño semicírculo a su alrededor. Jude está mirando a las olas, su postura es taciturna. No necesito ver su rostro para saber que está desanimado. Después de todo, debe haber escuchado a Maya.
Me enfado otra vez.
Empiezo a caminar hacia ellos cuando escucho un sonido de sorpresa y horror.
–¡No! No, no, no. No puede ser.
Giro despacio. Maya está en sus manos y rodillas, cavando frenéticamente en la arena.
–¿Qué? –pregunta Katie y retrocede mientras Maya da vuelta la esquina de su toalla–. ¿Qué sucede?
–Mi arete –dice Maya–. ¡Perdí un arete! ¡Deja de mirar y ayúdame a buscar!
Sus amigas todavía lucen un poco asombradas, pero no discuten. Las tres examinan la arena. Cada tanto Maya se detiene y toca su oreja, luego toca su suéter y revisa su cabello. Rápidamente es obvio que su búsqueda es en vano.
Una sonrisa aparece en mis labios y creo que entendí algo. Karma al instante .
Tal vez tenga que ser en el momento. Un castigo inmediato por un mal causado. No le sucedió nada a Quint porque nuestra pelea fue hace horas.
Pero Maya estaba siendo cruel ahora .
Luce dolorida, está casi al borde las lágrimas cuando termina su búsqueda, pero no siento ni un poquito de pena. De seguro su arete era elegante y costoso. Puedo ver el par colgando de su otra oreja. Es una joya con forma de gota con una piedra en el centro que creo que podría ser un diamante. Tal vez le pertenecen a su mamá y estará furiosa por la pérdida. O tal vez es un recuerdo para celebrar uno de los tantos logros de Maya como “Estudiante de la semana”, “¡Doné sangre!” o algo así. No me importa. Hirió a mi hermano y merece pagar el precio.
Giro en mis talones y camino hacia mis amigos. Hay un nuevo rebote en mis pasos. Mis dedos están cosquilleando como si este inesperado poder cósmico estuviera arremolinándose en mis venas.
Estoy tan distraída que casi no noto el balón de vóley avanzando hacia mí. Mi instinto se activa y me inclino hacia abajo con un grito.
Una figura emerge en mi periferia, golpea el balón y lo lanza hacia la red.
Levanto la mirada, parpadeo, mis brazos siguen cubriendo mi cabeza para protegerla. Quint aprieta los labios y sus ojos dan vueltas. Es claro que está haciendo todo lo que puede para no reírse de mí.
–¿Qué pensaste que era? ¿Un tiburón?
Dejo caer mis brazos. Intento recuperar mi dignidad de la mejor manera que conozco, es decir, con desdén evidente.
–Estaba distraía –digo fulminándolo con la mirada–. Me sorprendió.
Quint suelta una risita.
–Nos falta un jugador. Supongo que no estarás interesada.
Me río a carcajadas. Si tengo un don natural para algún deporte, todavía no lo he descubierto. Definitivamente nada de lo que nos hacen jugar en la clase de Gimnasia.
–Ni siquiera un poquito. Pero, gracias por… eso.
–¿Rescatarte? –dice lo suficientemente fuerte para que alguien cerca pueda oír. Luce casi en júbilo–. ¿Podrías decir eso otra vez? Más fuerte esta vez –Se inclina hacia mí y envuelve su oreja con su mano.
Mi mirada asesina se intensifica.
–Vamos –me alienta–, creo que las palabras exactas que buscas son: “Gracias por salvar mi vida, Quint. ¡Eres el mejor!”.
Resoplo. Luego, se me ocurre una idea y sonrío dando un paso hacia él. Debe notar algo preocupante en mi rostro porque retrocede un paso en el acto. Su expresión de diversión cambia a desconfianza.
–Te agradeceré después de que accedas a rehacer el proyecto de Biología conmigo.
Gruñe.
–¡Vamos, Quint! –grita una chica detrás de él–. Sigues jugando, ¿no?
–Sí, sí –dice y agita una mano para desestimarla. Le echo un vistazo a la chica. Me está observando con los labios arrugados hacia un costado.
No te preocupes, quiero decirle, es todo tuyo .
Quint empieza a caminar hacia la red, alza un dedo y me señala directamente.
–La respuesta sigue siendo no –dice–. Pero aprecio tu persistencia.
Se voltea y trota de vuelta hacia el juego.
–Ey, Prudence –grita una voz.
Necesito un minuto para darme cuenta de que es Ezra Kent; está del otro lado de la red esperando a que siga el juego. Una vez que captó mi atención, señala con su mentón a algo detrás de mí.
–¿Quién es la chica sexi con la guitarra?
Parpadeo y miro a mi alrededor. Por un momento, me olvido de qué estoy haciendo o a dónde estaba yendo. Luego veo a Ari sentada con las piernas cruzadas y la guitarra acomodada en su regazo, pero no está tocando. Está hablando con algunas personas de la escuela; una chica que sé que está en la banda de jazz y un par de estudiantes de último año con los que nunca hablé. Jude también está allí, pero está sentado ligeramente apartado del grupo, sigue cabizbajo. Sus pies descalzos están enterrados en la arena.
Giro en mi lugar y le lanzo una mirada de advertencia a Ezra.
–Alguien fuera de tu liga.
–Me gusta un desafío.
Frota sus manos de manera exagerada.
–Y le gusta la gente con integridad, así que no pierdas tiempo. –Esbozo una sonrisa empalagosa.
–Ay, Dios. –Se ríe a carcajadas–. Te extrañaré este verano.
–Serás el único –murmuro y pongo los ojos en blanco. Estoy por marcharme cuando se me ocurre algo. Vacilo, giro justo cuando Quint está a punto de sacar.
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