Me pongo de pie y acomodo mis manos alrededor de mi boca.
–¡Déjala tranquila, Jackson!
Sus ojos encuentran los míos y sé que fue un error. Ahora es un desafío. ¿Lo hará o no?
Planto mis manos en mis caderas e intento informarle por ósmosis que, si tiene algo de dignidad en su cuerpo, la dejará en paz.
Vuelve a reírse, es un sonido casi cruel. Luego, con un movimiento fluido, libera las piernas de Serena y usa sus manos para desprender las manos de la chica de su cuello. Ella sigue intentando envolver sus rodillas alrededor de él, Jackson la lanza tan lejos como puede hacia las olas.
El grito perfora mis oídos. Los amigos de Jackson festejan.
No es muy profundo, pero cuando aterriza de espaldas, el agua casi llega a su cuello. Se pone de pie como puede y sale disparada hacia la playa; su vestido está cubierto de arena y se pega a sus muslos.
–¡Infeliz! –chilla y empuja a Jackson en el estómago cuando pasa por al lado de él a toda velocidad.
Jackson apenas se mueve, solo se estira y limpia la mancha de arena que Serena dejó en su camisa.
–Ey, esto solo se lava en seco –su voz está cargada de diversión.
Serena se marcha enfadada, intenta separar la falda mojada de sus caderas. Cuando pasa junto a mí, veo lágrimas de cólera en sus ojos.
Aprieto los dientes cuando vuelvo a mirar a Jackson. Sus brazos están alzados victoriosamente. No muy lejos, con el agua a las rodillas, Ari lo observa con clara confusión.
–Ey –dice Sonia Calizo indignada, pero lo suficientemente fuerte para que casi toda la playa pueda oírla–, casi se ahogó cuando era niña.
–No se ahogaría, Dios –Jackson la mira con desdén–. Apenas hay medio metro de profundidad.
–¿No viste lo asustada que estaba? –interviene Ari. Me sorprende. No es típico de Ari confrontar a la gente, mucho menos a un total desconocido. Pero también tiene un fuerte sentido de justicia, así que tal vez, no debería sorprenderme en absoluto.
Como sea, Jackson la ignora, su rostro sigue alardeando, hay una ausencia total de arrepentimiento.
Exhalo y, mientras Jackson da un paso hacia la orilla, imagino que se tropieza y cae de frente a la arena. Imagino que sus prendas lindas y costosas se cubren de agua salada y porquerías.
Aprieto mis puños.
Jackson da otro paso y contengo la respiración, esperando.
No pasa nada. No se tropieza. No cae.
Mis hombros se desploman. Me siento tonta por creer, incluso por un segundo, que las coincidencias de las últimas veinticuatro horas podrían haber sido causadas por mí. ¿Cómo? ¿Una especie de castigo cósmico investido en mí por el universo?
Sí, seguro.
De todos modos, la decepción me cubre como una ola.
Como… como esa ola.
La risa de los amigos de Jackson también se detiene cuando la divisan. Una ola, una de las más grandes que haya visto, se erige detrás de Jackson y lo encuadra debajo de su corona espumosa.
Al ver la expresión de sus amigos, Jackson se da vuelta. Es demasiado tarde. La ola lo golpea y lo voltea. No se detiene allí. El agua avanza sobre la playa y moja las piernas de sus amigos y cubre sus toallas y sillas; se lleva sus latas de cerveza cuando retrocede.
La ola sigue avanzando derecho a mí.
Me quedo boquiabierta. Ni siquiera se me ocurrió moverme cuando observé la ola impactar contra Jackson. La espuma retrocede. Los últimos vestigios del poder de la ola comienzan a desacelerar; agua a toda velocidad se transforma en un paso lento.
Al final de la ola, espuma blanca se detiene a unos centímetros de mis pies y de la guitarra de Ari. Hace una pausa, parece vacilar por un breve momento antes de regresar al mar.
Sigo su curso con la mirada, estupefacta. Cuando levanto la cabeza, encuentro los ojos de Ari. Luce tan impactada como yo; tal vez todavía más. Porque lo más extraño no fue que el agua se me acercó tanto y, sin embargo, no me tocó. Lo más extraño fue que Ari estaba parada muy cerca de Jackson, pero la ola pasó por al lado de ella.
De hecho, a pesar de su enorme tamaño, la ola solo impactó contra Jackson y sus amigos.
10 
Mi cerebro necesita un minuto para procesar lo que acaba de suceder. Mi incredulidad se desmorona lentamente, desaparece y se reconstruye como algo casi verosímil.
Relajo mis manos y flexiono mis dedos, siento cada articulación. Mi palma está caliente. Mis nudillos se sienten agotados, como si hubieran estado tiesos por horas, en vez de unos pocos segundos.
A mi alrededor, la gente estalla en risas. Es hilarante observar a Jackson levantarse del agua. Está empapado de pies a cabeza. Sus prendas se pegan a él como una segunda piel cubierta de arena mojada. Un alga marina cuelga de su hombro. Su cabello está unido a sus cejas.
Su rostro es divertidísimo.
–¡Ah! –grita una chica–. ¡El karma duele!
Parpadeo y giro la cabeza. Es Serena. Sus prendas siguen húmedas, pero todo rastro de lágrimas desapareció. Está radiante. El color regresó a sus mejillas.
Karma.
Karma instantáneo .
–Oh, por Dios –susurro mientras algo empieza a tener sentido. O algo así. ¿Tiene sentido? ¿Puede ser real?
Analizo la evidencia.
El accidente de auto.
El jugo de tomate derramado.
El señor Chavez mordiéndose el labio.
La tienda de helado. Los turistas en la rambla. El empleado grosero en el puesto de patatas…
Y ahora esto. Una ola se materializó de la nada y solo derribó a Jackson y a los infelices de sus amigos, incluso en esta playa llena de gente.
Seguramente no puede ser una coincidencia. Todo no.
Pero si no fue una coincidencia, ¿qué fue?
La letra de John Lennon rebota en mi cabeza. La murmuro por lo bajo. El karma instantáneo te atrapará, te golpeará justo en la cabeza . Toco mi cabeza, donde todavía puedo sentir un pequeño bulto adolorido por mi caída. Repaso los eventos de la tarde de ayer. Vi a Quint con su amiga. Esos tipos molestaron a Ari mientras cantaba. Nuestra conversación sobre karma. Mi nombre en la lista del karaoke, aunque nadie admite haberme anotado. Canté la canción. Bailé. Quint me lanzó una mirada de asombro. Resbalé sobre la cerveza derramada. Me golpeé la cabeza…
Si no es una coincidencia, eso significa que, de alguna manera, por algún motivo… yo fui la responsable. He estado causando estas cosas. He… invocado karma instantáneo sobre la gente.
–¿Pru? ¿Estás bien?
Levanto la cabeza rápidamente y veo a Ari caminar hacia mí en la arena. Toma una toalla del respaldo de una de las sillas y la envuelve en su cintura. Sigue casi seca, aunque la arena se aferra a sus talones.
–Sí –respondo, mi estómago se revuelve–. Eso fue raro, ¿no?
–Muy raro –se ríe–. Pero demasiado perfecto. ¿Siempre es así?
–Casi siempre. Jackson siempre ha sido un bravucón. Es lindo verlo recibir lo que merece para variar. –Me inclino hacia ella y bajo el tono de voz–. Apuesto lo que quieras a que esa camisa le costó unos cientos de dólares. Intentará actuar relajado, pero créeme, esto lo está matando.
Ari se deja caer en la toalla y toma una soda de la pequeña nevera que trajimos. Abre la lata y alza el brazo hacia el agua como si estuviera brindando.
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