Precisamente sobre las ideas desarrollistas, Manrique Castro (1982) destaca el protagonismo que viene a ocupar el trabajo social como profesión que, interactuando con los equipos multidisciplinarios, aporta en el desarrollo comunitario como campo de intervención profesional. La creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) y del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, que incluye la Sección de Servicio Social como órgano anexo, lleva a una directa influencia de la OEA en la formación y práctica de trabajadores sociales latinoamericanos y a una preocupación por la formación profesional en el campo del desarrollo comunitario. De este modo, la comunidad como método de intervención y los métodos previos como caso y grupo quedaron en segundo plano ante la potencialidad que suponía el ejercicio del desarrollo comunitario, en donde, además de atender problemas individuales o de grupo, se vinculaban proyectos generales de desarrollo. De esta manera, el trabajo social pasó por una etapa de revalorización que lo impulsó hacia nuevas responsabilidades y a una situación más expectante dentro de las administraciones públicas que pasaban también por un proceso de modernización en aquel momento (Manrique Castro, 1982, pp. 137-138).
Adicional a lo anterior, Manrique Castro (1982) señala que este impacto sobre la profesión fue mayor cuando el desarrollo pasó de ser una propuesta para resolver los problemas de atraso a convertirse en práctica y directiva de acción política de diversos regímenes latinoamericanos, lo que impulsó una «humanización» del capitalismo en sus diferentes facetas. Debido a esto, los trabajadores sociales del continente procedieron a suscribir con su práctica el programa de desarrollismo, y crearon identidad, compromiso y reconocimiento social de la profesión. Ante estas condiciones, las universidades debieron responder a las exigencias de desarrollo, adecuando los planes de estudio, sus métodos de enseñanza y sus sistemas de prácticas a la reorientación que estaba tomando la profesión. Manrique Castro (1984), en su detallado recuento, refiere que se crea un consenso sobre el papel de los trabajadores sociales como agentes de cambio, lo que implica no solamente una transformación del individuo, sino también un cambio en las estructuras e instituciones sociales, las cuales se convirtieron en vocero de las necesidades de los individuos y de su derecho para promover un cambio.
En cuanto al marxismo, su apropiación en el trabajo social, como afirma Iamamoto (2018), pasa de la militancia a la profesión, en una relación que se deduce no era delimitada ni clara y que colocaba al profesional en un papel «revolucionario» que no le correspondía ejercer. Refiere la misma autora que lo anterior explica las primeras aproximaciones teóricas al marxismo por medio de «manuales de divulgación del “marxismo oficial”, autores descubiertos en la militancia política (Lenin, Trotsky, Mao, Guevara) cuyas producciones eran selectivamente apropiadas en una óptica utilitaria en función de exigencias practicas inmediatas» (p. 214).
La principal crítica al movimiento de reconceptualización fue su carácter partidario. Para Montaño (2006), una de las críticas a la reconceptualización radica en confundir la tarea profesional con la tarea político-partidaria. Hubo un acelerado proceso de politización que llevó a una desvalorización de la profesión, enfatiza Alayón (2004), «empujando a algunos sectores de colegas al rechazo y hasta abandono del trabajo social, optando por diversas formas de acción política directa» (p. 35). Como menciona este autor, el deseo del cambio estructural, al ser legítimo, transciende las funciones profesionales, y si bien desde la profesión podrían realizarse aportes que favorezcan la organización y movilización social de los sectores populares, no se puede optar por el trabajo social si se busca eliminar la explotación, transformar la sociedad capitalista dependiente o buscar la revolución.
Según Iamamoto (2018), las primeras aproximaciones a la teoría marxista en la profesión no apropian las categorías trabajo, teoría del valor, autovaloración por la explotación del trabajo, fruto del lucro; es decir, la crítica a la economía política. Este alejamiento conceptual y el extremo practicismo en el que se interpreta el marxismo podrían entenderse como el motivo por el cual algunos autores refieren el famoso «marxismo sin Marx».
Sin embargo, esta postura no es unánime. Otras referencias presentan un acercamiento significativo entre Marx y el trabajo social y los importantes aportes para el desarrollo teórico y práctico de la profesión. Incluso podría pensarse que la limitación teórica inicial fue superada y los avances profesionales están marcados por la apropiación de estas teorías:
En todo el proceso que se siguió a la creación del Centro Latinoamericano de Trabajo social (CELATS), la contribución del marxismo fue fundamental para los avances del trabajo social como profesión y área del conocimiento en el continente, aunque en una apropiación lenta. Comienza a ser profundizado más sistemáticamente, a partir de las publicaciones del CELATS, en particular la revista Acción Crítica, con larga distribución entre los profesionales de trabajo social en el continente; mas también a partir de la academia, las universidades, y en Brasil, en particular, con los cursos de posgrado. Su herencia es profunda en la transformación de la conciencia crítica y de una nueva cultura de los trabajadores sociales en América Latina. (Batista, 2016, p. 7)
Según Batista (2016), la teoría crítica marxista avanzó desde Althusser, Gramsci, Lukács, Lefebvre y el propio Marx. Por el interés de este documento, se destacan los aportes de Gramsci al trabajo social en relación con la concepción de hegemonía, intelectual, partido político, Estado ampliado, ideología y filosofía de la praxis. Simionatto (2011) señala que no se encuentra en Gramsci una discusión sobre las determinaciones económicas, punto central de la teoría marxista, sino que Gramsci aporta a la reflexión en el plano de lo estructural y superestructural:
Se puede afirmar que, en el ámbito del marxismo, Gramsci se presenta en ese periodo como uno de los referentes que le permite al trabajo social preguntarse sobre cuestiones relativas a las instancias estructurales y superestructurales, con reflexiones no solamente en la esfera económica, sino también política, ideológica y cultural. Entrarán en escena consideraciones relativas a las clases sociales, el Estado, la sociedad civil, el papel de las ideologías y de los intelectuales en el análisis y comprensión de la realidad social, posibilitando el desarrollo de una actitud más crítica e investigativa. (p. 25)
Definitivamente, en el marco del movimiento de reconceptualización, Gramsci se introduce como autor de referencia en la interpretación de la realidad latinoamericana y del papel del servicio social dentro de este contexto. Simionatto señala que «el proceso de reorganización del Estado, la necesidad de fortalecimiento de la sociedad civil y la dinámica misma de la realidad brasilera incentivaron a los profesionales a buscar nuevos referentes que posibilitaran recuperar la práctica y la formación profesional» (p. 170). Estas reflexiones se encuentran limitadas al escenario académico; sin embargo, desde allí se dan las propuestas investigativas que buscan superar los límites de la profesión. En el escenario del marxismo, las ideas gramscianas vienen a auspiciar esos nuevos análisis e interpretaciones de la realidad (2011).
Según Simionatto (2011), en Brasil se reconoce la obra de Marilda Iamamoto Legitimidad y crisis del servicio social como uno de los principales análisis basados en fuentes originales de Marx con algunas referencias a Gramsci, especialmente el tema de los intelectuales. En los años setenta, Gramsci era la base teórica de muchos trabajos académicos del servicio social. De este último aspecto se destaca el importante aporte en la comprensión del trabajador social como intelectual orgánico y su responsabilidad frente a las clases subalternas. Para Simionatto, no siempre estas interpretaciones teóricas sobre el intelectual orgánico fueron correctas, y se creó una visión mesiánica errónea de la profesión. En resumen, para el autor, lo que sí puede afirmarse es que desde la academia se expandieron las reflexiones que usaban como marco teórico las ideas gramscianas y, desde estas reflexiones, surgen los planteamientos del papel político en la práctica profesional.
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