Gastón Soublette - Marginales y marginados

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"El texto que ofrezco a continuación es autobiográfico, pero no es como lo sería un relato completo de los hechos de mi vida ordenados cronológicamente. Es una secuencia de fragmentos de mi experiencia del vivir, escogidos especialmente porque son un reflejo del mundo de los marginales, ya sea que estos hayan vivido su experiencia como un desastre o como un logro exitoso. Las reflexiones que acompañan la narración le dan al texto el carácter de un ensayo, de ahí el subtítulo de esta obra". Gastón Soublette.

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La segunda salida —y última— fue darnos a conocer su nombre en respuesta a una pregunta mía. Pero no se limitó a darnos a conocer solo su nombre de pila, sino que nos recitó su doble nombre personal y su doble apellido familiar: “Me llamo Carlos Ernesto Jorquera Aceituno, C-E-J-A para servirlos”, a lo que luego agregó, “podría ser nombre de carabinero, ¿no les parece?”.

Antes de que se retirara me adelanté a preguntarle si necesitaba “sencillo”, al mismo tiempo que le pasaba un puñado de monedas de cobre de cien pesos de esas que, según él, se fabrican cortándolas con sierra una por una, de un chuzo largo de cobre. Él recibió el dinero como distraídamente y sin mirar cuántas monedas eran, y explicó que necesitaba comprar un poco de té y azúcar (aunque entiendo que de su alimentación diaria algunas personas de Rungue, como la señora Trivelli, lo ayudaban). Así resguardó hábilmente su dignidad de marginal extremo, evitando pedir limosna como hacen otros menos iluminados que él.

Entiendo que para la mayor parte de las personas no es posible tomar en serio los dichos de un hombre reducido a la extrema miseria, y menos aún imaginar que sus reflexiones sobre la vida y el conocimiento pudieran contener alguna verdad trascendente. La verdad es que contra ese prejuicio se alza toda la sabiduría tradicional del mundo, pues en las tradiciones orales de todos los pueblos está presente un refrán ultra conocido que dice, “los niños y los locos dicen las verdades”, aunque estas verdades del refrán citado por lo general no son muy transcendentes, dándole a este dicho, sin embargo, toda la magnitud posible de su significado. De esto puede resultar, al fin, que la sabiduría del loco se eleve hasta los orígenes remotos de nuestra memoria genética, como ha sido el caso de nuestro CEJA, sobre todo en lo que se refiere a su androginia autoatribuida y alardeada.

En la película Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman, hay un pasaje extraño en el cual entra en escena un ser andrógino llamado Ismael, que vive encerrado en un aposento especial de la casa de un comerciante judío. Su hermano Aron introduce al protagonista de la película, el niño Alexander Ekdahl, a la habitación de este Ismael para que viva con él una misteriosa experiencia de identidad. Ismael le pide a Alexander que escriba su nombre en un papel, y el niño lo hace en la seguridad absoluta de haber escrito Alexander Ekdahl, pero cuando Ismael le dice que relea lo escrito, Alexander, para su gran sorpresa, descubre que ha escrito Ismael Retzinsky.

Enseguida el andrógino Ismael le explica a Alexander que, pese a que ambos son seres diferentes, en una parte de sí mismos ambos son la misma persona. Después le pide que se ponga en una postura especial con el objeto de leer por intuición los pensamientos e imágenes de su mente, entre los cuales Ismael descubre la preocupación principal del muchacho, esto es, la figura imponente y aborrecida de su padrastro —el obispo luterano Edward Vergérus—, a quien Alexander, mediante el poder mental de la androginia de Ismael, logra dar muerte a distancia, provocando un incendio en su casa.

En esa larga secuencia de su película, Bergman expone en imágenes proyectadas la doctrina del andrógino según las teorías de la psicología analítica. El poder humano supremo surge de la unión equilibrada y completa del principio creativo paterno y del principio receptivo materno. Todos los grandes maestros espirituales del mundo deben su poder invisible a su androginia psíquica, la que ha sido simbolizada de diversas maneras, según las diferentes culturas, pero cuyo diseño remite siempre a la conciliación de los opuestos de una polaridad (unicornio, flor de lis, estrella de David).

En lo que se refiere a la androginia autoimpuesta del CEJA, eso resulta coherente con lo que dijo en seguida sobre su poder, al punto de proclamarse dueño de todo lo que podía verse en el entorno natural y creador de instituciones e industrias.

En el mismo orden, debemos interpretar su descalificación total de la inteligencia humana en el sentido de ser incapaz de alcanzar la verdad, la cual reside solamente en la dialéctica universal de lo creativo paterno y lo receptivo materno.

Debo decir que por mis experiencias con la extrema miseria vividas en mi fugaz relación con el troglodita del botadero de Valparaíso y con el CEJA, llegué a la conclusión de que en situaciones límites, del desastre de una vida humana, se actualiza la verdad contenida en el refrán popular chileno, que dice “los extremos se tocan”. Tal es el eco folclórico de un axioma de la sabiduría china, que dice “cuando una cosa adquiere cualidades o características extremas, se transforma en su contrario”.

En el caso del CEJA, la esquizofrenia aguda que padecía —unida a su cultura básica y a su capacidad de expresarse, manifestada en un buen decir— posibilitaba que su inconsciente arcaico liberara un contenido igualmente arcaico —pero no menos verdadero— de la sabiduría fundamental de todos los pueblos que antes vivieron insertos en el orden natural.

Cabe observar también que el CEJA algo debió saber de la cultura ilustrada para descalificarla tan radicalmente. La presencia del “señor profesor”, como antes se dijo, era la ocasión ideal para barrer con ella, y sugerir que nada aporta al mundo.

Dos de los que enfrentamos al CEJA llegamos después a la conclusión de que no es por un simple azar que él se cruzó en nuestro camino. Nuestras deducciones al respecto avanzaron demoliendo prejuicios, sobre todo los concernientes al concepto que teníamos de nosotros mismos. Y dedujimos que el encuentro ocurrió a la manera de un hecho sincronístico, de modo que la presencia del CEJA pasó a ser una proyección de nuestra interioridad en el acontecer objetivo, en el entendido de que los fenómenos sincronísticos son posibles porque el acontecer objetivo, en algún sentido, es un correlato analógico del acontecer interior del sujeto.

Pese a la apariencia de exageración que esta afirmación puede tener, el hecho es que para quien mira el suceso en el contexto de su propia existencia, que bien conoce, al menos en los hechos, nuestra incompatibilidad con el modelo de civilización vigente —en cuya estructura vivimos insertos todos—, es absoluta. Y, aunque mantengamos una apariencia de normalidad organizando nuestra vida y adaptándola a ese modelo, lo hacemos sobre la base de un desacuerdo fundamental que es nuestro mar de fondo, por el cual nuestra relación con el mundo —motivada por la obligación de cumplir con nuestro amargo compromiso— nos obliga a actuar siempre a contrapelo, hasta el extremo de que, por largos períodos del tiempo vivido, el mismo desvalimiento del CEJA nos domina irremediablemente, aunque seamos académicos, profesores “eméritos” y autores de una veintena de libros. Porque, aún en esas condiciones ventajosas de la vida burguesa, nuestro espejo interior nos refleja cobijándonos en una cueva abierta en el basural de Montedónico, o vestidos de harapos y poliomielíticos de ambas piernas, penando en la ruta pavimentada, expulsados del paraíso.

Otro aspecto sincronístico de mi encuentro con el CEJA se relaciona con mis estudios y trabajos académicos de esa época. Por esos tiempos dictaba un curso de filosofía, cuya materia era precisamente el famoso Libro de las Mutaciones de Confucio, tratado de dialéctica natural de lo creativo y lo receptivo. Y en más de una ocasión había yo explicado a mis alumnos que el hombre psíquicamente íntegro es aquel que tiene bien equilibrado el espectro completo de las virtudes paternas y las maternas, y por eso sus impulsos proyectivos sobre las cosas y las personas se compensa bien con la receptividad de que es capaz frente a los hechos que le toca vivir y las personas con que interactúa.

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