Resulta sorprendente, por otra parte, que el CEJA no se haya limitado a razonar sobre esta enseñanza capital de su sabiduría, sino que haya sentido la necesidad de expresarla en su mismo atuendo, al agregar a sus piezas de vestir masculinas un traje de mujer del cual hizo alarde.
Por lo que sigue de su discurso deduzco que se trata de una serie de metáforas de una filosofía personal para entender el mundo, elaboradas por un hombre solitario y capaz de reflexionar, la cual debía ser expresada también mediante cosas y hechos concretos. Por eso después de referirse a su vestido de mujer, extrajo de lo dicho la conclusión de que entender el mundo desde el par de opuestos complementarios, de lo paterno y lo materno, le confería un poder que lo constituye en dueño del mundo.
Se trata al parecer del antiguo mito del andrógino, aquel ser con forma humana que posee los dos géneros en sí mismo, lo que le entrega ese poder que no tiene ningún otro hombre, porque posee la clave del verdadero conocimiento. Es de suponer entonces por qué la primera parte de su discurso fue dirigida a mí, pues su intención era claramente la de oponer esa sabiduría dialéctica natural a la academia representada ahí por el “señor profesor”.
Lo dicho por el CEJA en su discurso, para un psiquiatra o psicólogo, corresponde a esa psicopatía que llaman esquizofrenia, en la que se pierde el sentido de realidad acerca del mundo y de uno mismo, se fracciona la actividad mental y se salta de un tema a otro sin solución de continuidad. Con todo, cuando él expuso esa primera parte, en la que dejó sentado los principios de su visión del mundo y de sí mismo, y aunque fuera el lenguaje de un loco, sentí una inclinación irresistible a reverenciarlo, pues por mi conocimiento del Libro de las Mutaciones de Confucio, esas palabras —que para un profano habrían sido solo los dichos disparatados de un psicópata— las pude leer en su verdadero sentido, y hasta sentí que él adquiría en ese momento una cierta superioridad sobre todos los que lo escuchábamos, la cual provenía de un hombre que parecía estar rescatando la clave primaria del conocimiento, siendo como él era realmente, un desgraciado reducido al último estado de la degradación humana, provocando en quien miraba —desde otro ámbito de la existencia— una especie de vergüenza, por ser un ejemplar acomodado en la sociedad burguesa y libre para filosofar al nivel de una cultura de elite. Por eso, mientras lo escuchaba proclamar sus verdades, me preguntaba: “¿Por qué me ha ocurrido hoy esto a mí?”. Y me alejé de ahí al fin en la seguridad de que el suceso pertenecía a la cadena de hechos significativos que en mi vida han adquirido el carácter de un referente obligado.
Esa primera parte del discurso del CEJA era la más enjundiosa y rica en simbolismo, aunque quedaba por resolver lo de la “cuerda floja y el lanzamiento de los cuchillos”, lo que después de mucho darle vuelta al asunto, resultó ser una metáfora poética de su andar rectilíneo por la ruta sin poder inclinarse a un lado ni al otro, porque en un caso le disparaban y en el otro le echaban los perros. Y en lo que se refiere al lanzamiento de los cuchillos entendimos, no sin esfuerzo, que también era una metáfora tras la cual él escondía la experiencia, no exenta de riesgo, de su proximidad a los vehículos que corren por la ruta a gran velocidad, pues él mismo nos dio la pista para interpretarlo así al decir, “yo los he visto a esos desgraciados con los dientes afuera, sangrando atrapados entre los fierros”.
La rúbrica final de su declaración de principios, esto es, “no moriré, me disolveré en el aire de estos valles”, constituye un acontecimiento de alto contenido poético, porque un profesional de la poesía puede escribir eso sobre un papel, pero dicho por el CEJA en esas circunstancias, por los espinos florecidos a los que se refirió como su “tesoro”, por el color dorado intenso de sus innumerables pequeñas flores, mientras su penetrante aroma impregnaba toda la atmósfera del valle, momentos como ese son instantes estelares en la historia de la conciencia humana y su secreta nostalgia del paraíso, aunque provengan de un ejemplar de esa especie malogrado en todos los aspectos de su ser.
Y hasta se me ocurre que dicho por un ser así, cuya estampa contrastaba tan fuertemente con la esplendorosa belleza del paisaje, eso mismo que involucra una contradicción acentúa la elevación del hecho, y cubre al CEJA de una cierta aura espiritual.
El paso de un tema a otro por bruscas interrupciones y cortes del discurso, algunos de los cuales he omitido en esta transcripción, llegó a su punto culminante cuando nos dijo: “todos los males del mundo proceden de la letra ‘E’”. Y como ejemplo de esa declaración mencionó los Ferrocarriles del Estado. Si en esa peregrina declaración se escondía algún simbolismo, el descubrirlo fue tarea para más tarde. En ese sentido, lo más probable que quisiera decirnos es que su aversión a esa letra se debe a que es la inicial de la palabra esquizofrenia. Y no es imposible que el CEJA, como hombre de un buen decir y cierta cultura básica, haya escuchado a algún médico u otra persona mencionar a esa enfermedad como el mal que él padece y que lo inhabilita para vivir como el común de los hombres, aunque a juzgar por el ejemplo de los Ferrocarriles del Estado, podría estar sugiriendo que para sus peregrinaciones rectilíneas por la Ruta 5, él siempre tenía que cruzar la línea férrea que separa el límite del poblado con la ruta pavimentada, y es probable que —en más de una ocasión— haya visto venírsele encima al tren de carga que suele pasar frente a Rungue, aldea donde ocupaba una pieza en una casa abandonada.
Cuando hizo esta declaración como el ejemplo de los FF.CC., le pregunté por qué asociaba la letra ‘E’ a los ferrocarriles, a lo que respondió preguntándome: "cuál es la sigla de los Ferrocarriles del Estado”. Le dije que esa sigla “FF.CC.” no contenía ninguna ‘E’. Él sonrió entonces invitándome a pronunciarla de nuevo. Lo hice, después de lo cual me hizo notar que al decir Efe-Efe-Ce-Ce, yo había pronunciado seis letras e…
Así, nuestra interpretación de su aversión por la quinta letra del alfabeto quedó entre esas dos posibilidades. Aunque en lo que respecta a la segunda interpretación, él pudo incurrir en una contradicción al afirmar que “yo creé los Ferrocarriles del Estado; también creé la fábrica de monedas y las fuerzas armadas… Pero me quedaron un poco mal hechas…”. Cabe observar que este último comentario, no exento de ironía, lo libera de toda responsabilidad y contradicción.
Porque parece claro que esa fina ironía de su parte lo dejó en evidencia también como un hombre que está consciente de ser quien es, y sabe engatusar a los curiosos que se le acercan. En ese sentido se entendía bien que, en esas palabras veladas, se burlaba del gobierno militar, con lo cual él esperaba tal vez congraciarse con sus interlocutores.
En una revisión a distancia de todo lo dicho por el CEJA en esa conversación, resulta coherente con lo anterior el hecho de que, acto seguido, se hubiese referido a la “fábrica de monedas”. A este respecto explicó que las monedas de cobre de cien pesos se fabrican cortándolas con una sierra de un chuzo de cobre. Digo que este tema es coherente con el anterior porque si quiso congraciarse con sus interlocutores, burlándose del régimen militar, ese acto fue la preparación para introducir astutamente en la conversación el tema del dinero, con la esperanza de que estos señores que se habían cruzado en su camino pagaran con un aporte en efectivo el privilegio de poder conversar con un iluminado.
La conversación terminó con dos graciosas salidas. La primera fue motivada por una demostración de habilidad musical que hizo uno de mis acompañantes, tocando una quena al estilo de la música andina. Cuando la música cesó, y al preguntarle qué le parecía el toque de mi amigo, él respondió “música típica de un país imaginario”.
Читать дальше