—De acuerdo, mi amor, lo haré por nosotros. —Besó con ternura su cuello antes de refugiarse en él—. No veo el momento de formar una familia a tu lado.
Konstantin acarició su espalda contestando a eso que jamás le daría.
Mientras Irina se alejaba por el largo pasillo que disponía la planta de Trasplantes, él esperó pacientemente para abandonar aquella sala donde habían hablado.
Al salir, tomó el pasillo de la derecha en dirección hacia las escaleras por donde había subido. Sin embargo, sus pasos, por el momento, no tomarían esa dirección, sino que lo llevarían a esa puerta que solo podía traspasar personal autorizado y que era vigilada por una cámara de seguridad en el techo.
Miró, desafiando al visor de la cámara, y esperó a que accionasen el botón de apertura que separaba la otra ala del hospital que pocos conocían y, mucho menos, transitaban.
Recorrió el sombrío corredor dejando a cada paso una serie de puertas blancas, de donde se filtraban unos sonidos irreconocibles que hacían eco al golpear con las paredes del pasillo por el que caminaba. Era una zona fría y solitaria, algo tenebrosa si la observaban ojos asustadizos.
Cuando vislumbró esa puerta donde un cartel ponía «despacho», la tensión empezó a aflorar. En ese despacho era donde se realizaban las transacciones y operaciones de mayor índole y donde se activaban los engranajes de aquella organización internacional.
Hablar con Ranjit nunca era fácil. Su jefe era de esos hombres en los que, tras su sonrisa, habitaba un ser pernicioso y pérfido al que era mejor no echarse de enemigo. Un auténtico profesional en dar lecciones cuando algo salía mal y un experto en saber dónde había que escarbar para hacer daño. Su alma no entendía de compasión ni remordimientos. Y Konstantin, en cierto modo, admiraba a ese hombre bien vestido y de pose distinguida que aprendió del verdadero fundador de aquella estructura universal con sedes por las principales capitales del mundo, una organización a la que solo podían acceder los que tuvieran un poder económico tan sustancial que pudiesen sufragar los gastos de lo que solo ellos podían conseguir.
Llamó a la puerta y esperó expectante a que Ranjit autorizara la entrada.
—Pasa…, pasa. —Escuchó que le decía—. Konstantin, siéntate y cuéntame qué es eso tan importante que tienes que decirme.
Konstantin obedeció y tomó asiento, aunque un escalofrío le cruzó la espalda al ver con qué quietud le habló su jefe. Eso no era nada usual en él. Ese gesto inexpresivo junto a esa habitación de paredes y mobiliario insulso le hacían sentirse como si estuviese en la consulta del médico.
—Jefe, no le traigo buenas noticias —anunció con cierta desazón.
Ranjit retiró la vista de la pantalla del portátil y recrudeció su mirada, clavándola en él sin disimular la desgana de tener que escucharlo.
—¡Dime!
—La policía se ha presentado en el hospital preguntando por Irina. —Ranjit cerró el portátil y lo escuchó con atención—. Dos agentes vinieron preguntando por mí y por el furgón que la obligué a alquilar para secuestrar a la mujer en el polígono.
Ranjit se atusó el pelo blanquecino como si un falso mechón necesitase ser recolocado, mientras, dejó salir su inquietud con una extensa inhalación.
—¿Qué les dijo ella?
—Que no me conocía y que alquiló el furgón para hacer una mudanza.
Ranjit analizó sus palabras con gesto indescifrable, dejando a un angustiado Konstantin atento a cada una de sus expresiones.
—¡Ay, Konstantin…, Konstantin! —repitió sin mirarlo—. Me decepcionas —espetó con tono turbador—. ¿Cuánto tiempo llevas en este negocio? Dos años, tres…, cuatro, quizá. ¿Qué descuido has cometido para que esto esté sucediendo?
—La cámara de seguridad de una empresa me grabó… —Ranjit lo mandó callar desplegando una de sus manos como haría un agente de tráfico.
—¿Cómo es posible que cometieras un descuido de principiante con los años que tienes de experiencia? —quiso saber, pero continúo con su sermón—: Esto me pone en cierta tesitura que me veo obligado a atajar de inmediato, y las opciones que considero no creo que te gusten demasiado.
Ranjit apretó los dientes y arrugó su nariz fingiendo un pesar que, en realidad, no sentía. Sus dientes chistaron como si su cerebro estuviera intentando encontrar alguna otra mejor opción para él.
Konstantin tragó saliva con disimulo y permaneció inerte esperando a que su jefe decidiera qué hacer con él. Aunque Ranjit pareciese un alma caritativa con todo ese teatrillo que estaba representando, Konstantin sabía que nada bueno traería. Aún recordaba cómo, después de ese astuto guiño, le clavó una pluma estilográfica en la palma de la mano a un chivato que habló más de la cuenta y se negaba a darle la información que necesitaba saber.
—Si hubiera alguna esperanza… —musitó como si pensara en alto.
—Si me hubiesen reconocido, ya estaría entre rejas —añadió en su defensa. Haría lo que fuera para mejorar su situación.
—Por fin algo bueno —frivolizó con su sonrisa—, la pena es que eso no me deja más tranquilo —añadió glacial, interpretando ese papel de indecisión—. No obstante, si la memoria no me falla, este es el primer error que cometes desde que llevas trabajando con nosotros, ¿no es así? —Konstantin asintió con la cabeza, aunque no mostró ni un ápice de esperanza por sus palabras. Con su jefe, esa palabra no existía—. Por los años que nos has sido fiel y por desempeñar un trabajo que pocos ejecutan como tú, te mereces una segunda oportunidad —sentenció al fin.
Por un momento, se relajó, aunque cuando recordó que todavía tenía malas noticias que darle, volvió a ponerse alerta.
—Se lo agradezco, jefe, pero aún hay más.
—Al final, harás que cambie de idea, Konstantin. —Trazó un gesto tan lúgubre que se planteó no continuar hablando.
—Es Dimitri.
—¿Qué estupidez ha cometido tu hermano esta vez? Sabes que está caminando por la cuerda floja, ¿verdad?
Konstantin asintió.
—Le ordené que recogiera uno de los cuerpos de la morgue del hospital y se lo llevara al padre Antonio, pero, por lo visto, don Antonio no contestó a su llamada y no le quedó otro remedio que deshacerse del cadáver.
—¿Qué hizo con él?
—Lo enterró a las afueras, en un vivero abandonado.
—¿Lo hizo solo? —preguntó con gesto perspicaz.
Ranjit sabía que, aunque corriera la misma sangre por sus venas, Dimitri jamás destacaría por su valentía ni por su determinación. Todo se le hacía demasiado grande.
—Ese es el problema, jefe. Un amigo de mi hermano lo ayudó a transportar y a enterrar el cadáver.
Ranjit evaluó el nuevo suceso y, sin que le temblara el pulso, y mucho menos la voz, dijo:
—Quiero que vigiles al amigo de tu hermano y si, por casualidad, habla más de la cuenta o sospechas que nos la está jugando, te deshaces de él. No quiero cabos sueltos. Además, ve a ese vivero y comprueba si tu hermano enterró bien el cuerpo.
—Sí, jefe, yo me encargo.
—En cuanto a lo de tu novia… Quiero que tomes las medidas necesarias para que no ponga en riesgo a la empresa. Mantén los ojos abiertos y no vuelvas a llamarme por una línea que no sea segura. ¿Entendido?
—Sí —afirmó.
—¿Alguna otra desafortunada noticia que tenga que saber? —preguntó severo.
«Otra mala noticia y no sería tan misericordioso», se dijo Ranjit.
—No, jefe.
—Entonces, hemos terminado, Konstantin. Vete y mantente lejos del hospital. Nada de riesgos innecesarios.
Se levantó de la silla de escay, tan rápido como si le escocieran las nalgas por estar sentado sobre brasas incandescentes, para cumplir con las órdenes recibidas.
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