—Cuanto menos sepas, mejor. No quiero verte involucrada en esto. Por eso te dije que contaras eso a la policía si iban a verte.
—Pero, mi amor… —sollozó.
—Solo quiero que estés tranquila y, si por casualidad vuelven, les repitas lo mismo. No cambies la versión en nada. Mantente firme.
—Sí —gimoteó—. Tienes que abandonar este tipo de vida. Podemos ser felices sin necesidad de estar envueltos en tanta mierda.
Konstantin se sabía de memoria ese maldito discurso. Cuando tenía ocasión, Irina no dudaba en repetírselo. Era como un puto disco rayado.
Ella quería que saliera de ese mundo complejo en el que él se movía como pez en el agua. Su vida era esa: los trapicheos, las amenazas, los ajustes de cuentas…, esos trabajos que poca gente quería hacer o, mejor, que pocos se atrevían a hacer. Y, en eso, él era el mejor.
—Quiero que te relajes —le propuso. Aunque, para Irina, fue una orden en toda regla—. Esta tarde voy a ir a verte al hospital, me contarás todo lo que te han dicho y no volveremos a hablar de este asunto.
—Está bien, como tú digas —añadió entristecida.
A esas alturas, no sabía cómo seguía guardando la esperanza de que él cambiara de vida.
—Luego te veo.
Konstantin colgó y maldijo por tener que llamar a su jefe para informarle de lo que había sucedido. Si por él fuera, no lo molestaría y se encargaría de solucionarlo todo, como había hecho en otras ocasiones. Para eso estaba él, para hacer el trabajo sucio y liberar a su jefe de la morralla. Sin embargo, aquella vez era diferente. Lo que le había contado Irina era algo prioritario, algo que debía tratar directamente con Ranjit porque era él quien estaba en contacto directo con los de arriba. Si la cosa se complicaba, sería quien tendría que hablar con esos tipos que tiraban de talonario sin importarles los ceros que tuvieran que escribir.
Conocía a Ranjit lo suficiente como para saber que no le gustaría escuchar lo que tenía que decirle, aunque también sabía que su descuido se quedaría en una insignificante anécdota cuando le contase la que había liado su hermano. Ese sí que había metido la pata hasta el fondo. De nuevo, tenía que salir en su defensa como si fuera un puñetero superhéroe.
—Hola, jefe. Necesito hablar con usted. ¿Podría venir esta tarde al hospital?
—Tengo clientes a los que atender, Konstantin. Tendrá que ser mañana.
—Es importante, jefe. De lo contrario, no lo molestaría —insistió.
—Está bien, a las siete donde siempre. —Ranjit cortó la comunicación sin despedirse.
Lo primero que haría antes de hablar con su jefe sería ir a ver a Irina. Debía calmarla, hacerle entender que no pasaba nada, que no tenía de qué preocuparse porque, si no, cabía la posibilidad de que cayera en la tentación de contarle la verdad a los agentes si volvían a visitarla. Además, no quería que se viera involucrada en el secuestro de esa mujer y, mucho menos, en sus delicados negocios. Si eso llegara a suceder, Irina descubriría el verdadero motivo por el que estaba trabajando en el hospital y, con toda probabilidad, la organización se vería expuesta. Si eso ocurriera, sería un verdadero problema. Todo se iría al traste y las consecuencias serían desastrosas.
En ese momento, se daba cuenta de adónde lo habían llevado la pena y el egoísmo, cuáles eran las consecuencias de ser débil ante los problemas de los demás. Porque, si él no hubiese sentido lástima por Irina y no le hubiese permitido cargar con sus delitos, ahora no se vería en esa tesitura. Por ayudarla, tuvo que pedir un favor a Ranjit y, aunque su jefe se ofreció gustoso, sabía que tendría un gran coste el aceptar sus servicios. Porque, como él siempre decía, «los favores se pagan con favores» y, en este caso, sería atender a esos enfermos especiales que ordenara Ranjit. Así que, sin que Irina fuera consciente, era un eslabón primordial dentro de la organización.
Cuando terminó su jornada laboral, Chandani esperó a Toni en la recepción. No quería salir sola a la calle por miedo a que ese hombre que intentó atacarla estuviera allí fuera, agazapado, esperando la oportunidad para llevársela a la fuerza.
Recelosa, ojeó la calle tras los cristales de la puerta principal mientras intentaba ocultarse tras el marco de hierro. Parecía que todo estaba tranquilo fuera, aunque ni siquiera se fiaba de lo que veían sus ojos. Esa avenida era amplia y disponía de demasiados rincones donde camuflarse sin que ella pudiese verlo.
—¿Qué mira mi chica preferida? —preguntó Toni tras ella, provocando que se sobresaltara—. ¿Has visto al coco o ya se ha ido? —bromeó con una sonrisa.
—Toni, me has asustado. —Frunció el ceño por la impresión.
—No era mi intención. —La atrajo hacia él con cariño.
Lo que menos quería era que su amiga se enfadase con él después de la discusión que habían tenido aquella misma mañana.
—Perdona, estoy un poco susceptible —añadió abatida—. Después de lo de ayer, me siento como si ese hombre estuviese controlándome desde todas partes.
Toni separó a Chandani de su pecho, pero no retiró el brazo que la rodeaba con cariño.
—No pasa nada, mi niña. Si ese hombre se atreve a acercarse a ti, probará los zarpazos de una gata que defiende a su cachorro. —Hizo un gesto cómico de felino con las manos, mientras un bufido se escapaba de entre sus dientes.
Chandani estalló en una carcajada.
—Vamos, gatita. —Abrió la puerta dejándole paso a su amigo.
—¿Adónde? ¿A ver al inspector? —susurró volviendo a poseerlo ese hombre divertido, pero singular, que ocultaba su inclinación sexual en público—. Tiene que estar loquito por volver a verte —rumió en su oreja como si le estuviera dando las coordenadas de un tesoro escondido.
Ya en la calle, Chandani sintió cómo sus previsores sentidos se disparaban al verse rodeada de todos sus compañeros que, igual que ella, acababan de salir de trabajar.
Inquieta, buscó entre la multitud al hombre de cabello plateado y al todoterreno negro que se le había grabado en la mente al rojo vivo. Su cauteloso instinto le repetía que debía estar preparada por si volvía a encontrarse con aquel tipo que se lo hizo pasar tan mal la noche anterior. Unos resquicios de ansiedad permanecieron latentes en su interior, aunque no hubiese nadie sospechoso esperándola.
—¡Mira qué sorpresa, Dani! —exclamó divertido—. Parece que tu hombre no ha podido aguantar la espera.
Chandani esquivó a un par de compañeros que caminaban delante de ellos y, sin más, allí apareció Rodrigo apoyado sobre su coche con unas gafas de aviador que encajaban a la perfección con esas facciones que la habían vuelto loca hacía menos de veinticuatro horas.
La joven aminoró la marcha y Toni tuvo que tirar de ella ligeramente para animarla a que continuase.
Aunque Rodrigo ocultase sus ojos tras los cristales oscuros, Chandani sentía esa imponente mirada sobre ella. No sabía si estaba enfadado porque hubiera salido corriendo de su casa sin avisarlo, pero, lo que sí percibía desde la distancia que los separaba era que la mecha imaginaria que los unía había sido encendida y corría a toda velocidad hacia ella, amenazándola con hacer que explotase. Su estómago se contrajo por los nervios y una extraña sensación de felicidad erizó su piel, acompañada de un estimulante escalofrío.
Apartó la mirada de él para darse un respiro. Necesitaba unos minutos para procesar que estaba allí, frente a ella. En cambio, su caprichoso cerebro proyectó el recuerdo de sus besos, de su aroma, del tacto de su pelo… Su estómago se sacudió violento y su boca salivó, hambrienta, al rememorarlo. De nuevo, sentía que se descontrolaba estando cerca de él.
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