—Tranquila, mi chica —la animó Toni al sentir bajo el brazo la tensión de su espalda.
Esas palabras de ánimo fueron suficientes para saber que no estaba sola, que su amigo estaría con ella cuando hablase con el inspector. No se veía capaz de quedarse con él a solas porque era posible que el fuego de la noche anterior se avivara y, como bien se había repetido durante toda la mañana, ellos dos no tenían futuro. Por eso, debía enfrentarse a Rodrigo, confesarle que todo había sido un error. Otro gran error que había cometido en la vida.
Sin embargo, viéndolo como lo estaba haciendo, desde la distancia, no pudo negar que el muy condenado estaba arrebatador apoyado en su coche con esa pose arrogante que, a medida que se acercaban, más fuerza iba adquiriendo.
Ese look casual le quedaba soberbio. La chaqueta marcaba sus bíceps y se ajustaba a los hombros como anillo al dedo. Y pensar que esos brazos, durante unos minutos, rodearon su cuerpo… «Ay, Diosito, ¡dame fuerzas!», suplicó.
Sí, por qué no reconocerlo. Se moría de ganas por volver a besar sus labios y sentir su imponente magnetismo sobre ella, esa fuerza torrencial que desencajaba sus instintos. «¿Se puede ser más guapo?», se preguntó queriendo liberar su cabello de ese moño desordenado. Daba igual lo que se pusiera ese hombre, para ella, era como la kryptonita para Superman. Solo con tenerlo cerca, perdía la fuerza.
—Hola, inspector —lo saludó Toni. Rodrigo, con un gesto de cabeza, le devolvió el saludo—. Nos dirigíamos a su oficina.
Chandani, acalorada y abrumada, se sentía como si se hubiese comido una pelota enmarañada de cables cargados de corriente que infligían descargas incesantes en su estómago. Los nervios iban a perforar su vientre. Aunque lo que más le estaba costando sobrellevar era la vergüenza de volver a verlo después de lo que había ocurrido entre ellos. La sangre corría por sus venas a una velocidad tan apabullante que no sería extraño que le apareciera un sarpullido.
—Hola —murmuró Chandani.
Pero él no contestó, tomó aire un par de veces y sintió una pequeña mejoría en su pecho. Las palpitaciones de su corazón se ralentizaron.
Rodrigo todavía no la había mirado, era como si se hubiese convertido en un fantasma al que no pudiese ver. En ningún momento se había dirigido a ella, parecía que esa necesidad de protegerla había desaparecido en las horas que habían estado separados.
«Seguro que está enfadado —se dijo para sus adentros—. O, lo mismo, ha recapacitado esta noche y, si es verdad que tiene novia, no quiere engañarla. Aunque… si esa Lucía es su novia…, ¡la que no quiere nada con él soy yo! No pienso destrozar una relación por mucho que me guste. Pero ¿no decías que no querías estar con él? Me estoy volviendo loca de remate». Su mente divagaba.
—Perfecto. Así me da tiempo a hacer unas cosas que tengo pendientes —escuchó que decía Toni.
Confundida, buscó los ojos de su amigo. «¿Hacer el qué?», le preguntó sin palabras. Tantas emociones juntas la habían llevado a no enterarse de lo que habían acordado esos dos.
Toni elevó las cejas y los párpados, consiguiendo con ello que la expresión de sus ojos fuera más redondeada.
—Entonces, luego te lleva el inspector a casa.
Chandani entreabrió los ojos y, desafiando a su amigo, añadió:
—No, prefiero que vengas tú a buscarme. No quiero causarle más molestias al inspector. —Inclinó la cabeza sutilmente para enfatizar adónde quería llegar con lo que le estaba diciendo.
Toni estaba entendiendo a la perfección esa conversación de morsas marinas que su amiga intentaba mantener con él.
«Pero ¡¿a qué estás jugando, pequeña?!», rumió Rodrigo, irritado.
—No es molestia. Luego te llevo yo a casa —añadió tan frío como fría fue la primera mirada que le acababa de echar a la joven. De nuevo, volvió a usar esa indiferencia irritante con ella.
Chandani se dispuso a replicar, pero el inspector volvió a posar sobre ella esos penetrantes ojos que, aunque estuviesen ocultos tras esas gafas de sol, la censuraron.
Estaba enfadado, tan molesto e irritado que se le estaba atravesando en la garganta todo lo que quería decirle, aunque no tuviera derecho porque no era nada suyo.
Sí, era un neurótico, un puto enfermo que tenía que controlar todo lo que le importaba, alguien que odiaba los imprevistos, las sorpresas… Pero él era así y no podía evitarlo. Era un saqueador de momentos y un controlador del tiempo ajeno. Por eso estaba furioso con ella, porque, si le hubiera dicho que quería volver a su casa, él la habría llevado encantado. Sin embargo, optó por lo fácil: huir, salir corriendo sin decir nada. La peor opción de todas. Para él, no había excusa para exponerse gratuitamente al peligro que podía estar sufriendo.
—Bueno, como veo que la cosa ya está decidida, me marcho. —Toni dejó un beso en la mejilla de su amiga—. Llámame si necesitas cualquier cosa —murmuró muy cerca de su oído para que Rodrigo no pudiese escucharlo.
Chandani asintió nerviosa. Otra vez volvía a estar a solas con él.
Toni extendió la mano hacia él.
—Cuídemela, inspector, que esta mujer es un tesoro. —Chandani volteó los ojos dejándolos en blanco. «Este chico no tiene remedio»—. Te veo luego, mi niña. —Le guiñó un ojo, cómplice.
Rodrigo tragó saliva y apretó la mandíbula. «¿Mi niña? ¿Cuídemela? ¿Qué hombre utiliza esas expresiones con una amiga?», pensó molesto. Él no usaba ese tipo de zalamerías con sus amigas ni cuando se acostaba con ellas. Llamar «mi niña» a una mujer era como decir «te quiero», algo que le creó ciertas sospechas sobre la relación que mantenían ellos dos.
Sin embargo, no tenía derecho a recriminarle nada de lo que tuviera con Toni porque, aunque se hubieran besado y estuvieran a punto de acabar en la cama, él no era nada para ella. Ni siquiera su amigo.
No obstante, esa mujer, con sus besos y esa huida repentina, había conseguido muchísimo más que ninguna otra. Y esa quemazón rabiosa por no estar en la primera posición en su vida no le estaba cayendo nada bien. Rodrigo era de los hombres que estaban acostumbrados a ser los que rompían los corazones y no al contrario. Pero, fuera como fuese, y ocurriera lo que ocurriese, necesitaba hablar con Chandani para aclarar lo que pasó entre ellos y, lo más importante, averiguar si había recordado algo nuevo de lo sucedido a la salida de esa asociación donde colaboraba. Necesitaba descubrir si lo que había vivido se trataba de un intento de secuestro.
En el momento de quedarse solos, Chandani era un manojo de nervios andante. No dijo nada, prefirió esperar a que Rodrigo tomara las riendas de la conversación. Aunque, si quería hablar, hablarían. ¿Para qué demorar más lo inevitable? O, mejor, ¿para qué perder el tiempo en algo que no los llevaría a ninguna parte? Por la integridad de ella y, sobre todo, por el bien de él, era mejor que se alejara de una mujer que sufría tantos desajustes emocionales como raíces tiene un árbol.
—Móntate en el coche —exigió el inspector fríamente.
Chandani lo miró impasible y se tragó el comentario de «vas a mandar a tu…».
—Pero ¿no se supone que trabajas aquí al lado? Podemos ir andando —dijo al fin.
Él y ella solos, en un habitáculo reducido sin capacidad de movimiento, cercanía absoluta a su cuerpo… Buff, demasiados contras para hacerle caso.
—No vamos a mi oficina —contestó lacónico. Ella arrugó el ceño—. Tampoco a mi casa.
Chandani, sin ganas de entrar en controversias, abrió la puerta del coche y se montó con hostilidad. Para ella, estar de nuevo a solas con él era como intentar cruzar a nado un río de lava hirviendo. No había manera de salir vivo de ahí.
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