Molesta, le frunció el ceño y rasgó la tostada con violencia. «¡Este va a enterarse!», se juró abandonando la cocina y encerrándose en su cuarto. Aunque, antes de entrar, dio un portazo para que su amigo supiera en el lío que se acababa de meter por hablar más de la cuenta.
—Dani, tu hombre estaba preocupadísimo. —Abrió la puerta del cuarto sin llamar.
—Tu educación, ¿dónde la has dejado, Toni? —soltó furiosa dejando ver su enfado en cómo se abrochaba los botones del pantalón vaquero.
—Ya veo que la noche que has pasado junto al inspector no ha sido todo lo gratificante que esperabas —añadió tan natural—. Pero dale tiempo, que a este lo tienes bajo tu ala de aquí a un par de días.
—No digas tonterías, Toni, sabes que estoy enfadada contigo. Deja a Rodrigo en paz.
—Claro…, ya entiendo. Estás enfadada porque he intentado darle tu número de teléfono, pero resulta que ya lo tenía, así que un punto para mí —frivolizó.
Ese gesto en su amigo hizo que ella se enfureciera aún más.
—La cuestión no es si lo tiene o no lo tiene, sino quién te ha dado derecho para darle mi teléfono y mi dirección. Me haces pensar que se lo darías a cualquiera.
—Venga, Chandani… ¡No sean ingenua! Ese hombre es policía y, desde que te pusiste como una fiera con él y te llevaron a comisaría, sabe hasta tu número de pie. Además, el inspector no es cualquiera. —Alzó los dedos al aire y un gesto de abrir comillas enfatizó sus palabras.
«Dos puntos más para mi amigo», confesó indignada.
—Si se lo he dado, es porque te quiero, so tonta.
—A ver, so loca —imitó ese apelativo, pero de manera ácida—. Venga…, ilumíname con esa explicación. —Cruzó los brazos sobre el pecho, sentándose en la cama.
—Tú estás más ciega que Mariano, el que vende los cupones de la ONCE en el bar de abajo. ¿De verdad que no lo ves? —El desconcierto le hizo rotar sus ojos, dejándolos en blanco—. Déjalo, Dani, porque cuando te pones cabezota, es mejor dejar las cosas como están.
—Qué tonterías dices, Toni. Claro que entiendo dónde quieres llegar, pero no pienso dejar que me embauques con tus historias de cuentos de hadas. La vida no funciona así.
—Dani, al inspector le gustas —dijo sin más—. Cuando he hablado con él y me ha contado lo que te pasó anoche, se le notaba preocupado por ti. ¿Por qué te fuiste sin despedirte? ¿Por qué saliste de madrugada sin ni siquiera dejarle una nota para que no se preocupara?
—No caí —improvisó.
—No te creo, a mí siempre me dejas una nota cuando te marchas o me llamas cuando has llegado a casa. A ti no te gusta dejar a nadie preocupado. ¿Por qué al inspector sí? No te entiendo —preguntó.
—Es complicado, Toni. —Se dejó caer en la cama para dejar de sentir sobre ella el peso de las palabras de su amigo.
—No es complicado. —La cogió del brazo para evitar que se alejara—. Solo es que estás asustada porque esto que está pasando te ha pillado con el culo al aire. Ese inspector te hace tilín, ¿verdad? —Le sonrió con cariño—. Aunque no me extraña, ¿a quién no le gustaría tener la oportunidad de pasar un ratejo con ese machote? Puf…, me deshago solo de pensarlo. —Puso la mano en su frente e hizo como si se fuera a desmayar al más puro estilo de Broadway.
Chandani sonrió débilmente ante tal melodrama.
—Estoy confundida, Toni. Ayer nos besamos.
—¡Pero, chocho! —marujeó—. ¡¿Cómo se te ocurre enfadarte conmigo después de lo que acabas de confesarme?! Ahora sí que no entiendo nada. O yo vivo en otro planeta o eres tú la que se empeña en no querer salir de esa cajita de cartón donde te escondes.
—Fue todo tan distinto… Me da miedo solo de pensarlo. Jamás he sentido nada igual. —Se abrazó a sí misma para encontrar consuelo—. No podía parar de besarlo…, quería más… Fue… —Chandani enmudeció al recordar todo lo que los besos de Rodrigo despertaron en ella.
—¡La hostia! —concluyó él con una sonrisa pícara—. ¡Bienvenida al mundo de los calentones, el erotismo y los benditos orgasmos! Cuando los pruebes, no vas a querer dejar de tenerlos. Ay, amiga… cómo me alegra que, de una vez por todas, hayas encontrado a tu príncipe azul.
Chandani forzó una sonrisa.
—O la rana encantada —espetó afligida—. Fue todo tan extraño, tan diferente a como lo conozco.
—Eso no es extraño, Dani. Lo extraño es no sentir nada. Esto es lo que sucede cuando alguien te gusta. Tú no lo reconoces porque nunca lo habías experimentado, pero lo normal es perder la cabeza y pasar un momento divertido. Todo eso es normal, princesa. —Agarró sus manos para tranquilizarla.
El rostro de Chandani era un verdadero poema, la confusión y la incertidumbre se dejaban ver como sus hermosos ojos. A Toni le pareció enternecedor. De repente, su amiga se había convertido en una adolescente asustadiza, de esas que están a punto de dar su primer beso.
—No tengas miedo. Eso es lo más hermoso que puede ocurrirte. Es lo que has estado buscando durante meses cuando te acostabas con esos hombres. ¿No lo entiendes? Has dado un nuevo paso en tu recuperación. Acabas de dar una patada en el culo a esos fantasmas que no te dejan vivir —declaró entusiasmado.
—Me siento perdida, Toni. —Se escondió tras sus manos. Quería llorar, reír… Ni ella se entendía.
—Deja que el inspector te encuentre. —Retiró las manos de su cara—. Déjale que te guíe, que te enseñe a disfrutar el momento. ¿Qué mejor que un policía para que te defienda de esos fantasmas? —bromeó sin olvidar la picardía que se dibujó al levantar su ceja derecha—. Anda que no has tenido suerte, amiga. Ya querría yo uno así para mí.
Toni estaba intentando quitarle hierro al asunto. Esa era una de las cualidades que más le gustaba a Chandani de su amigo. Sabía cómo robarle una sonrisa, aunque las cosas estuvieran muy negras. Rezumaba positivismo.
—No le he contado mis problemas… Cuando se entere, va a salir corriendo.
—No creo, ese hombre no tiene pinta de salir huyendo cuando las cosas se ponen difíciles. —Guiñó un ojo—. De todas maneras, vamos a comprobarlo pronto porque me ha dicho que tienes que pasar por su despacho para que le cuentes todos los detalles que recuerdes de lo que pasó ayer. —Se levantó de la cama y fue hacia la puerta—. Termina de vestirte y en el coche me lo cuentas todo, porque lo que te pasa a ti no le pasa a nadie, guapa. Menos mal que terminaste el día saboreando los labios de ese machote, que si no… —Sonrió.
—¡Anda, inspector! ¿Todavía por aquí? Pensaba que tenía que reunirse hoy con el comisario y el juez Alcázar —se sorprendió David al ver a su amigo en el despacho.
—Sí, ahora mismo iba a salir para los juzgados, pero primero he querido pasarme por la oficina para hablar contigo y con Arantxa. ¿Qué ha pasado con Irina Petrov? ¿Os ha dicho algo interesante?
—La información no ha sido de gran ayuda. Le enseñamos una fotografía de Konstantin y, según ella, no lo ha visto en su vida. Miente como una cosaca. —Se dejó caer en su silla.
Esta vez era Rodrigo quien estaba frente a su humilde escritorio.
—También nos explicó lo del alquiler del furgón. Dice que lo alquiló para hacer una mudanza, pero que, como ella no podía con algunos muebles, contrató a dos hombres de los que piden trabajo en plaza Elíptica. Su vecina fue la encargada de vigilar a los hombres. Arantxa y yo fuimos a visitar a la mujer. Es una señora de unos setenta años que habla de ella como si fuera su hija. Nuestra conclusión es que dice la verdad sobre la mudanza, pero en algún punto de la ecuación tiene que aparecer Konstantin y no sabría decir dónde.
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