Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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—¿Puedo? —susurró ella asomando la cabeza por la puerta de la cocina.

—Por supuesto, siéntete como en tu casa —sugirió, llenando la taza de agua y llevándola al microondas.

—Prefiero estar acompañada, no dejo de darle vueltas a lo que me ha pasado. Creo que voy a volverme loca…, estoy confundida, ¿sabes?

—Después de un episodio como el que acabas de sufrir, es normal que te sientas así. —Volvió a sonreír, obligando a que Chandani tuviera que tachar esos ojos de irresistibles.

—Gracias, Rodrigo. No sé cómo habría terminado todo si no hubieses aparecido.

Él no contestó, simplemente, atendió al pitido del microondas y le tendió la taza con la infusión. Al cogerla, acarició los dedos del inspector involuntariamente, un impulso que les sirvió para que sus miradas se encontrasen.

El tiempo se detuvo como si el habitáculo en el que se encontraban hubiera pasado a estar en otra dimensión cargada de magnetismo. Cada centímetro de piel reaccionaba al otro y no hacía falta decir nada para que ambos supieran que había una fuerte atracción.

El cuerpo de Chandani dinamitó por dentro, provocando que un calor abrasador ruborizara sus mejillas, y se quedó desarmada ante él. Sus piernas, como si hubiese aumentado tres mil veces su peso, se estremecieron y la desafiaron a caer de bruces allí mismo. Dio un paso hacia atrás para alejarse de esa sensual y desbordante energía, pero sus rodillas cedieron sin que pudiese evitarlo.

Rodrigo, igual de impactado que ella, reaccionó a tiempo y la detuvo antes de que tocara el suelo. La cogió en brazos sin que le resultara un esfuerzo, aunque una intensa sacudida lo alcanzó de lleno, como si hubiese sido golpeado por la atracción de un fuerte imán que lo acercaba hacia ella. Además, la respiración acelerada sobre su cuello lo estaba volviendo loco. Estaba aturdido, no sabía qué estaba pasando entre ambos, pero esa era la segunda vez que advertía aquel magnetismo que enloquecía sus instintos.

Su entrepierna había crecido considerablemente y sentirla tan liviana y frágil entre sus brazos acrecentaba aún más esa sensación. Rodrigo aguantó la respiración para controlar sus deseos, pero ella acarició su piel con la delicada brisa de su respiración. El hombre tomó una fuerte bocanada de aire para aplacar las ganas que sentía de llevarla a la cama y hacerle el amor hasta que le suplicase que se detuviera.

Quería verla tocar el séptimo cielo entre sus brazos, erizar su piel hasta que le doliera, escuchar sus gemidos convirtiéndose en la melodía más exquisita y estimulante que los acompañara mientras la embestía como un animal. La deseaba para él en ese mismo instante, en ese lugar… Un escozor recorrió las palmas de sus manos al no poder dar rienda suelta a sus impulsos. Necesitaba tocarla, sentir la calidez de su piel. «¡Joder, Rodrigo, para! No es el momento ni el lugar», se obligó a reaccionar ocultando su frustración al comprimir la mandíbula.

Sin querer ahuyentar a las musas que los tenían embrujados, la llevó en brazos al salón y la tumbó en el sofá. No quería romper el encantamiento que se había gestado entre ellos, aunque el calentón de su entrepierna bramó aumentando un par de centímetros. Si no se refrescaba en el baño, nada podría evitar que le hiciera el amor esa noche.

—No me sueltes, quédate conmigo, Rodrigo —suplicó Chandani, apresando la camisa entre sus manos.

«Me lo pones difícil, pequeña», pensó volviendo a tomar aire para infligir resignación a su enloquecido miembro. El inspector asintió, tomó asiento con ella en su regazo y le quitó la taza de entre las manos para que estuviese más cómoda.

«Pero ¡por qué le había pedido eso! ¿Es que se había vuelto loca?», se recriminó confundida, pero siendo incapaz de separarse de su lado. Parecía que ese irrefrenable apetito no se saciaba solo con tenerlo cerca. Su cuerpo le pedía más, pero ella no estaba dispuesta a volver a caer en malos hábitos. El tiempo de acostarse con todo hombre que se cruzaba en su camino se acabó hace años. Aun así, no pudo evitar erizarse entera teniéndolo cerca.

—Gracias —susurró contemplando el precioso cuello que le servía de refugio y que la animaba a caer en las redes de la locura.

Rodrigo buscó sus ojos.

—No tienes que darme las gracias, yo jamás permitiré que te hagan daño —añadió con voz entrecortada. Buscó sus labios reprimiendo el impulso. Deseaba devorar aquella boca en ese instante.

Hipnotizada, buscó sus labios de igual modo. No podía resistirse, no podía luchar contra algo que era más grande que ella, que se movía a una velocidad apabullante y que, en cada acercamiento, se le hacía más irresistible. Así que, dejándose llevar como tantas veces había hecho, se tiró de cabeza a devorarlos. Suaves y jugosos, le proporcionaron una sensación indescriptible, regalándole besos placenteros e insaciables.

La lengua de Rodrigo pidió permiso con elegancia y Chandani la aceptó con deseo, invadiendo su interior y enroscándose en ella.

Las respiraciones agitadas tomaron las riendas, y los gemidos que traspasaban sus gargantas, rogaban que se dejaran llevar por el deseo y el placer que los dos estaban sintiendo.

Lo que estaba haciendo era una locura, pero bendita locura que la estaba llevando a un nuevo mundo de sensaciones.

Rodrigo se sintió explotar. Estaba en un punto donde poco debía hacer para dejarse ir. Estaba sobrexcitado, demasiado eufórico por un simple beso. Sin embargo, lo prohibido, a veces, se convierte en lo más estimulante y haber deseado a esa mujer le estaba pasando factura.

Los gemidos en Chandani le pedían más, le suplicaban que se alimentara de cada recoveco de su cuerpo, que saciara ese palpitar que, con sus movimientos, le pedía más acción.

—Para, Dani…, nena, para… —pidió con una entereza que no supo de dónde había conseguido sacar mientras intentaba saciar el ansia que lo dominaba.

Chandani no escuchaba, estaba perdida en ese camino del placer donde los sentidos enloquecen por el sabor de los besos y por la fragancia que desprenden los cuerpos al estar excitados. Se había vuelto egoísta y exigente, no podía detenerse, quería seguir descubriendo qué se sentía cuando el placer atravesaba como un rayo el cuerpo y nublaba los sentidos. Era la primera vez que se sentía así, que experimentaba una cosa igual, y no estaba dispuesta a perder la oportunidad de descubrir cómo terminaba todo.

—Así no, pequeña —murmuró Rodrigo en su boca, dejando de acompañar el baile de sus labios.

Esas palabras la paralizaron de inmediato, dejándola confundida y perturbada en los brazos de quien la estaba rechazando.

—Perdona, Rodrigo…, me he dejado llevar por el momento —se justificó azorada.

La vergüenza le provocó deseos de escapar de allí.

—No… ¡No te muevas! —La atrajo hacia sí para que no se levantara—. No hay nada que perdonar, Dani. Sería un estúpido si no quisiera hacer el amor contigo. Eres como un manjar irresistible. —Sonrió contemplando esos labios que estaban enrojecidos por los besos—. Pero creo que no es el mejor momento. Has sufrido un intento de secuestro, estás confundida…, tú misma acabas de decírmelo. Encantado, te haría el amor aquí mismo, pero necesito que estés segura de que quieres acostarte conmigo. No quiero que hagas algo de lo que mañana puedas arrepentirte. ¿Me entiendes?

Chandani asintió con un tímido gesto de cabeza, aunque no tenía muy claro a qué estaba dando su aceptación. Deseando que la tierra la tragase, solo podía sentir vergüenza, rechazo y el bochorno más colosal.

—No quiero que pienses que te estoy rechazando, pequeña. Todo lo contrario, quiero hacer las cosas bien por una vez. Hace demasiado tiempo que no presto atención a estos detalles…, quiero que contigo sea diferente. —Le acarició la mejilla para fortalecer el poder de su palabra.

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