Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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Le vino a la mente sus ojos y ese olor picante, pero a su vez cálido, que deseaba volver a sentir sobre ella. Esos brazos fuertes y definidos que la habían hecho temblar solo con un abrazo.

Cerró los ojos, agotada de pensar, y soltó un suspiro al recordar lo que le había hecho sentir.

—Chandani, ¿estás bien? —volvió a preguntar Rodrigo preocupado.

Ella alzó los párpados lentamente y giro la cabeza, sin levantarla del reposacabezas, para volver a ver a aquel hombre que le había robado el aliento.

Sus miedos se habían esfumado, dejándole el cuerpo cansado, pero en estado de alerta por la presencia de ese hombre que, sin dudas, avivaba sus instintos más primitivos.

Sus ojos la miraban traspasando sus barreras y aportaban una intensidad que le imponía, pero ni un ápice de temor. Estaba muerta de curiosidad de saber por qué le había calado tan hondo que se podía decir que la dominaba lujuriosamente.

«¿Por qué esos ojos me hacen sentir así? ¿Qué tiene que me acelera el corazón y me hace sentir mujer?», se preguntó confundida, sin poder dejar de escrutar su rostro en busca de respuestas.

Bajó la mirada a su mandíbula y una sequedad en su boca la obligó a tragar saliva para que sus papilas gustativas volvieran a restablecer la humedad en la lengua. Su mentón era cuadrado, fuerte, robusto… y con una incipiente barba negruzca que le aportaba un aire de chico malo que estaba descontrolándole las hormonas. Esa sensación le hizo desviar la atención a su boca. Labios gruesos y proporcionados, tan perfilados en el arco de cupido que se detuvo sobre ellos más tiempo de la cuenta.

Imaginó su tacto, su sabor, su deseo… y el vello se le erizó de pies a cabeza. «¿Eres tú?», se preguntó movida por una lujuria tan imparable que desordenó su lado sensato.

Descarada, siguió con su exhaustivo análisis. Dos mechones de cabello acariciaban su rostro y ella, celosa, los colocó tras su oreja. El contacto la hizo arder, desear que la tocara, que la comiera a besos.

Rodrigo respondió a su gesto con una sonrisa en los ojos. «¿Qué está pasando?». Le había analizado la cara como si fuera un escáner en busca de anomalías y esa delicadeza con que le recolocó el pelo le provocó deseos de besarla.

—¿Qué ha ocurrido, Chandani? —repitió para dejar de pensar en lo que le gustaría hacer. Sin embargo, sonó como si estuviera preguntando por lo que estaba sucediendo entre los dos. Ella no contestó—. Háblame. —Suplicó con la mirada.

—Estoy bien —contestó azorada, dejando de mirarlo y volviendo a centrar la atención en sus manos—. Pero sácame de aquí, por favor.

Rodrigo arrancó el coche y dejó las preguntas para más tarde, ya tendría tiempo de averiguar lo ocurrido. Lo único que podía hacer, por el momento, era llevarla a su casa e intentar que todo volviera a la normalidad.

El trayecto fue en silencio, aunque plagado de miradas furtivas que Rodrigo no pudo reprimir. Chandani seguía ausente, absorta en la imagen de las calles que pasaban de manera fugaz por la ventana. No obstante, su rostro estaba relajado, con esa tonalidad tostada que le hacía saber al inspector que estaba volviendo a ser la misma de siempre.

Rodrigo aparcó el coche en su plaza de garaje y, raudo, rodeó el vehículo para ayudarla a bajar. Aferrado a ella, se dirigieron al ascensor. No pudo evitar estrecharla entre sus brazos al notarla tan desvalida y ausente, y en esa postura se mantuvieron hasta que llegaron al tercer piso, donde estaba su hogar.

Una sensación reconfortante volvió a recorrer el cuerpo de Chandani, así que lo abrazó con necesidad y volvió a perderse entre esos brazos y su aroma.

Rodrigo se sentía cómodo ceñido a ella, protegiéndola, pero ¿por qué? ¿Qué tenía aquella muchacha para provocar eso en él? Las puertas del ascensor se abrieron y la cogió de la mano, sintiendo en su pecho un molesto abandono.

La casa de Rodrigo estaba impoluta, el orden que mostraba el salón revelaba que era meticuloso y ordenado. Pero lo que la impresionó fue el tamaño de la televisión plana colgada en la pared, demasiado grande para las dimensiones de la sala. El cheslón, de tres plazas en color café a juego con el mobiliario, hacía la estancia elegante y señorial.

Rodrigo tiró la chaqueta en el sofá y le ofreció asiento.

—Aquí estás segura. Cuéntame qué ha pasado, Chandani.

—Creo que han intentado secuestrarme —le reveló al fin.

El inspector se quedó descolocado y sorprendido de igual modo. Jamás imaginó que eso fuera lo que había ocasionado que estuviera corriendo despavorida por las calles de Madrid a esa hora de la noche.

—¿Dónde ha sido? —preguntó de inmediato.

—A la salida de la asociación donde soy voluntaria —contestó revolviéndose nerviosa al recordar lo sucedido.

—Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado, cualquier detalle puede ser importante.

—Un todoterreno negro me seguía mientras hablaba con mi madre. Empecé a correr y me escondí en un jardín, entre los setos —especificó sin poder controlar la angustia que empezaba a dominarla—. Un hombre me estaba buscando, pero no me encontró —añadió como si fuera una niña orgullosa de haber ganado una partida al escondite. Sin embargo, las lágrimas comenzaron a empañar sus ojos aguamarina.

—¿Cómo era? —Quiso saber—. ¿Era alto, bajo, moreno, delgado…? —preguntó siguiendo sus impulsos.

—No lo sé…, era de noche y… —Las lágrimas volvieron a acariciar sus mejillas—. Era un hombre de mediana edad…, pero de cabello canoso. —Fue lo único que pudo mencionar antes de romper en llanto.

Rodrigo maldijo en silencio, aunque, al ver el estado en que se encontraba la joven, se avergonzó por su falta de sutileza. «Serás estúpido».

—Tranquila, pequeña. No pasa nada…, todo está bien. Ya no puede hacerte daño, aquí estás a salvo. —La consoló estrechándola con cariño en su pecho—. Esta noche, vas a quedarte en mi casa, ¿entendido? Mañana, iremos juntos a comisaría y denunciaremos lo que ha ocurrido. Seguro que cuando descanses, serás capaz de recordar más detalles.

—No puedo, Rodrigo, mañana tengo que trabajar. Además, no creo que sea buena idea que me quede en tu casa. —Se incorporó para liberarse de sus brazos.

Ella y él solos en una casa no podían estar. De ahí, nada bueno saldría.

—Nada de eso, tú te quedas aquí —sentenció—. Con lo que acabas de contarme, no me quedaría tranquilo si te fueras a tu casa. Si, como dices, han intentado secuestrarte, es posible que sepan dónde vives y podrían estar esperándote allí. Estás más segura aquí.

Chandani no se había planteado esa posibilidad. Escucharla en boca de Rodrigo le hizo entrar en pánico, aunque fue capaz de serenarse. Con él, estaba a salvo. No había razón para preocuparse.

—Está bien, pero tengo que llamar a Toni. Él está en casa…, pueden hacerle algo.

—Entonces llámalo y dile que pase la noche fuera, así correrá menos riesgos. Yo, mientras, voy a la cocina a preparar algo para que te relajes.

Chandani llamó a Toni y de manera escueta le contó lo sucedido. No entró en detalles, simplemente, le dijo que tenía que pasar la noche fuera porque no era seguro estar en casa. Se quedó tranquila al saber que su amigo estaba con unos compañeros del gimnasio y pasar la noche con ellos no suponía mayor problema.

Rodrigo, en la cocina, estaba empezando a perder los nervios porque no daba con la maldita infusión que quería preparar. Sabía que andaba cerca, pero, al no ser hombre que le gustasen esos brebajes naturales, no recordaba dónde los guardaba. Aunque, para ser sinceros, esa no era la verdadera causa que lo tenía intranquilo. Todo lo que le había sucedido a Chandani le olía mal, ese era el verdadero motivo por el que tenía el ánimo encrespado. Abrió el pequeño armario que había encima de la campana extractora y allí ubicó la caja de las infusiones.

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