Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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La niña del barrio rojo: краткое содержание, описание и аннотация

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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Sacó el teléfono de su bolso y buscó el número en la agenda. Cuanto antes la llamara, antes aguantaría su reprimenda. Los túneles del metro serían sus aliados para acabar pronto con la temida conversación.

—Hola, mi niña. Estaba a punto de llamarte —dijo Daniela usando un tono de voz que le confirmó a Chandani que ya lo sabía todo.

—Hola, mamá. ¿Y eso?

—¡Cómo que «y eso»! ¿No tienes nada que contarme?

Se mordió nerviosa el labio inferior y puso un gesto de «por dónde empiezo».

—Hablas de lo del coche, ¿no es así?

—¿Cuándo pensabas decírmelo? Porque me da mucha pena saber que mi hija no me tiene confianza. No hay nada peor para una madre que enterarse por terceros de que su hija ha sufrido un accidente. No soy un ogro, ¿sabes?

—Ya lo sé, mamá…, perdona, pero no quería preocuparte… Estoy bien… Simplemente, ha sido un golpe de chapa.

—¿Y no crees que me preocuparé menos si lo escucho de tu boca que de la de una desconocida? Chandani, ¡por favor! ¡Piensa un poco! Porque con la excusa de no querer preocuparme, consigues que me preocupe aún más.

—Llevas razón, mamá, lo siento. Ya sé que no es excusa, pero he tenido mucho trabajo y se me pasó completamente.

—¿Y cómo fue? Porque no he podido explicarle nada a la señorita que me llamó. Quedé en que la llamaría cuando supiera cómo ocurrió todo.

Chandani le explicó por encima cuáles fueron las causas del accidente, omitiendo la parte donde se volvió loca de remate y fue encerrada en el calabozo. Si se enteraba de que había sufrido una nueva crisis de ira, la haría ir a ver a su terapeuta en ese mismo momento.

—Me dijo la señorita que el coche ha quedado siniestro total. Así que, hija, la cosa ha debido ser más grave de lo que intentas hacerme ver.

—El coche ya tenía unos años, mamá. Además, todo el golpe se lo llevó el frontal, era de esperar que me quedara sin él.

—Está bien, lo importante es que tú estés bien. —Suspiró—. Les diré que se encarguen de todo y que te ingresen el dinero de la indemnización en tu cuenta.

A Chandani todo le pareció estupendo. Si se encargaban de tramitar toda la documentación, sería una cosa menos que tendría que hacer ella, aunque eso la hizo caer en la cuenta de que tenía que buscar un coche nuevo porque no había nada peor que depender de la gente o del insufrible transporte público.

—Si quieres, podemos ir a ver coches este fin de semana —propuso Daniela como si estuviera leyendo la mente de su hija.

—Mamá, sabes que no aceptaré que me compres un coche. Ya lo hablamos cuando me compré el Polito y no he cambiado de parecer.

—Pero, hija…

—Por favor, mamá, tengamos la fiesta en paz.

Mientras escuchaba a su madre, sintió una presencia extraña tras ella. Era como si los ojos de alguien tuviesen la habilidad de clavarse en su espalda y dejar caer todo su peso.

Miró por instinto hacia atrás y lo único que encontró fue la acera vacía y escasamente iluminada, aunque le extrañó ver la tenue luz de las luces de un todoterreno oscuro que circulaba por la calzada a una velocidad demasiado reducida. Parecía que la estuviera siguiendo.

Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza al sentir tan malas vibraciones. Pensar que los ocupantes de ese coche la estaban observando la animó a acelerar el paso para salir de allí lo antes posible y llegar a una zona concurrida como era la boca del metro.

—Mamá…, mamá, ya hablaremos del tema en otro momento —cortó a Daniela, a la que había dejado de escuchar hacía ya un rato—. Ahora tengo que dejarte porque voy a meterme en el metro y allí no hay cobertura —mintió.

—Está bien, mi niña. Luego hablamos. Te quiero.

—Yo también te quiero —susurró intranquila.

Nerviosa, volvió a mirar hacia atrás, aunque esta vez puso toda su atención en ese coche que parecía que la estuviera vigilando.

Giró por la primera calle que pudo para comprobar si sus sospechas eran ciertas, y el coche hizo lo mismo. Cuando atravesó la fachada de un edificio que hacía chaflán, volvió a girarse para confirmar si ese conductor estaba interesado en saber adónde se dirigían sus pasos o si se había vuelto loca y era parte de una paranoia suya debido a las películas policiacas que veía con Toni. Sin embargo, el conductor giró en su dirección sin que el cuentakilómetros aumentara de velocidad.

La angustia se apoderó de su temperatura corporal. El tacto de su sedosa bufanda le parecía en aquel momento una lija de grano grueso.

Sin poder controlar sus piernas, que parecía que tuviesen iniciativa propia, aceleró aún más el paso.

Cuando quiso buscar de nuevo ese automóvil de alta gama, lo encontró a escasos metros de ella. Salió corriendo, pero con la astucia de quien se siente la víctima, volviendo tras sus pasos para ganar tiempo y pillar al conductor desprevenido. Solo pensaba en llegar al comedor social. Esa era su meta, su única voluntad. Si sus amigos aún seguían allí, podrían ayudarla.

Volvió a girarse para ver cuánta distancia había conseguido con tan picaresco acto, pero se encontró con unas luces incandescentes y a un hombre que se bajaba del coche y se dirigía hacia ella como si diera comienzo una maratón.

A lo lejos, vio las estridentes puertas de chapa en color azul pitufo del comedor social cerradas, por lo que la esperanza de que sus amigos estuviesen dentro se disipó de su mente y le comprimió el estómago.

Chandani respiraba con dificultad, sabía que no soportaría mucho tiempo la carrera que estaba llevando a cabo. Sintió temblar sus músculos y una presión molesta sobre las sienes por la lucha interna que mantenía su cerebro para encontrar un lugar donde ponerse a salvo.

La noche ya había llegado. No sabía en qué momento había visto cerrarse el cielo, pero parecía que se estuviera confabulando con ese individuo para ocultar sus actos delictivos. Las calles estaban huérfanas. Solo la oscuridad, el frío y el miedo eran lo que podía percibirse en el ambiente.

Buscó entre los edificios alguna luz en las ventanas, pero, siendo un polígono industrial donde la gran mayoría de edificaciones eran oficinas, tuvo que descartar la idea de encontrar refugio en el interior de alguno de ellos.

Tomó la siguiente calle a la derecha y vislumbró ante ella una zona ajardinada, era la entrada a un complejo de edificios moderno y acristalado. Antes de llegar a sus puertas, se encontró con un amplio jardín delimitado por grandes setos sin podar y árboles de gran envergadura decoraban aquella majestuosa obra arquitectónica. Saltó como pudo esa valla vegetal y se acurrucó en un minúsculo hueco que encontró dentro de unos arbustos.

Estaba asfixiada, su garganta gemía con cada inhalación con el único objetivo de saciar su ahogo. Aunque, cuando vio la silueta de ese hombre buscando minuciosamente entre los coches más próximos al jardín, tuvo que taparse la boca con las manos para que no la escuchase.

Su cuerpo temblaba descontrolado. Un estremecimiento le hizo cerrar los ojos con fuerza para intentar aplacar el torbellino de sensaciones que le estaba provocando náuseas.

«¿Por qué me sigue este hombre?», quiso saber. El miedo paralizaba sus músculos. Valiente, abrió los ojos despacio como si un sol cegador la retara a un pulso para ver quién miraba entre los setos antes.

Un hombre delgado, de edad media y con el cabello excesivamente cano para los años que debía tener, se adentró en la zona ajardinada y se puso a buscarla entre los arbustos. Estaba enfadado. La mandíbula comprimida y su gesto amenazante así lo demostraban.

Chandani analizó su indumentaria y se preguntó cómo un hombre con esa elegancia y exquisitez podía hacer el trabajo de un delincuente. Llevaba un traje de chaqueta en azul marino con una corbata en un rojo intenso que le aportaba un aire juvenil.

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