Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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—No se preocupe, entendemos que sus obligaciones están por encima de todo —expresó Arantxa comprensiva—. Agente Sierra y agente Tamayo —se presentaron—. Veníamos a hablar con usted respecto a un furgón que alquiló el día quince de febrero en la empresa Car-rent.

—Ustedes dirán. ¿Qué quieren saber? —preguntó tranquila.

—En primer lugar…, ¿por qué necesitaba usted un furgón de tan grandes dimensiones?

—Una pregunta fácil. —Sonrió a los agentes—. Me he mudado no hace mucho a una nueva casa. Los muebles pequeños los pude transportar en mi coche, pero, para llevar el resto, necesitaba un vehículo más grande. Por eso, alquilé el furgón.

Arantxa, ante la respuesta de Irina, no le quedó más remedio que asentir y aceptar sus explicaciones, aunque todavía tenía cosas que preguntar.

—¿Conoce a este hombre? —Arantxa le tendió una fotografía de Konstantin.

La enfermera cogió la fotografía y, sin prestar demasiada atención a la imagen, contestó:

—No, señora.

—¿Está segura? —insistió el agente Sierra—. Mírelo bien, señorita, es importante.

Irina volvió a mirar la fotografía más detenidamente, aunque no sirvió de mucho porque volvió a negar con la cabeza.

—No, agente, lo siento. ¿Algún problema con él?

—Si no hubiese ningún problema con este hombre, no se lo mostraría —retomó la palabra Arantxa—. Creemos que está implicado en el secuestro de una mujer.

—¿Y qué tengo que ver yo en eso? Yo no conozco a esa persona.

«Primera mentira», pensó Arantxa.

—Mucho, Irina. —Pensó en tutearla con intención de instaurar confianza en la sospechosa—. El furgón que alquilaste el día quince de febrero aparece ese mismo día en una grabación de una cámara de seguridad. Este hombre estaba secuestrando a una mujer.

La expresión de Irina cambió. La noticia que estaba recibiendo por parte de la agente la había dejado helada. «¿Para eso la quería?», se preguntó intranquila. Aunque se recompuso en décimas de segundo intentando simular que no pasaba nada. No obstante, dudó que su gesto hubiera pasado desapercibido para los policías.

—Agentes, la verdad es que, aunque yo alquilé la furgoneta, no fui quien hizo la mudanza. Vamos, que si me ponen varios furgones delante, no sabría decirles cuál es. Yo solo me encargué de alquilarla.

Los agentes se miraron sin entender a qué se refería la sospechosa.

—Explíquese, señora Petrov —ordenó David.

Una sonrisa nerviosa se escapó de los labios de Irina.

—Como les he dicho antes, el tamaño de los muebles me obligó a alquilar ese furgón, pero, como podrán entender, yo sola tampoco podía cargar con ellos, así que, después de intentar convencer a unos amigos para que me ayudasen sin tener mucho éxito, una compañera de trabajo me dijo que, en plaza Elíptica, a la altura del restaurante Yakarta, hay hombres dispuestos a hacer cualquier trabajo con tal de ganarse unos euros. Sin más, fui para allá y pregunté si a alguno de los presentes le interesaba el trabajo por un módico precio. Unos hombres se ofrecieron. Les di la dirección donde tenían que ir a por los muebles y me encargué de llevarlos a la empresa de alquiler para que recogieran el furgón. Yo me vine al trabajo.

El agente Sierra y Arantxa se comunicaron cruzando un par de miradas.

Explicación a la carrera, tono de voz sutilmente elevado, gesticulación en exceso, pupilas dilatadas… Mentiras de manual. Además, también había mentido en que no conocía a Konstantin.

—¿Ninguno de los hombres que la ayudaron con la mudanza se parecía al de la fotografía que le acabamos de enseñar? —insistió Tamayo para ver de nuevo su reacción.

—Si le soy sincera, no los recuerdo muy bien, aunque sí puedo asegurarle que no tenían el pelo rapado como ese —dijo señalando la foto que tenía David en sus manos.

—Una última pregunta, señorita Petrov. Hay algo que no entiendo. ¿Usted dejó a esos hombres en su casa solos, sin que nadie los vigilara? ¿No tenía miedo de que le robasen? —volvió a preguntar Arantxa.

—Agente, yo no he dicho que los dejara solos —corrigió Irina con astucia—. ¿Cómo cree usted que sería capaz de dejarlos solos sin conocerlos? —Fingió sorpresa, como si Arantxa se hubiese vuelto loca—. Una vecina se encargó de estar atenta a ellos, es una mujer mayor que está jubilada y a la que quiero mucho. Como buenas vecinas, nos ayudamos y, cuando le pedí ese favor, me ayudó encantada.

—Muy bien, señorita Petrov, no la molestamos más —continuó la agente Tamayo.

—No es molestia. Si necesitan cualquier otra cosa, ya saben dónde encontrarme. —Les tendió la mano para despedirse.

—Señorita Petrov, tome una tarjeta nuestra. Si recuerda cualquier cosa, no dude en ponerse en contacto con nosotros. —Se la entregó David.

—Si recuerdo algo, los llamaré. Vayan tranquilos.

David y Arantxa abandonaron el hospital irritados. Esa mujer les había mentido y debían averiguar el motivo. Probablemente, no estaba tan rehabilitada como pensaron después de haber cumplido condena en España. Por lo cual, debían contrastar su coartada y toda la información que les había facilitado. Así que lo primero que harían sería hacer una visita a esa anciana que se prestó a ayudar a la rusa.

—¿Hay alguien en casa? —preguntó Toni cerrando la puerta tras de sí.

—¡Estoy en mi cuarto! —gritó Chandani desde el fondo.

Fue directo a la habitación de su amiga y entró en el cuarto con esa sonrisa que pocas cosas podían hacer que se esfumara.

Chandani se incorporó de la cama y recibió a su amigo sentada con las piernas cruzadas.

Toni se percató al instante de que tenía mejor aspecto. Los surcos negruzcos bajo sus ojos habían desaparecido y esa poca luminosidad de su piel ya no la encontró por ninguna parte de su rostro.

—¿Cómo está mi chica? ¿Más tranquila? —preguntó y sentó a su lado.

—Sí, ya estoy mejor. La ducha y las horas de sueño me han despejado las ideas. —Se anudó el pelo en un alto moño desordenado—. ¿Sabes una cosa, Toni? He estado pensando y llevas razón, voy a olvidar lo que ocurrió ayer. Ya se ha arreglado todo y no quiero preocupar a mi madre.

—Cariño, yo siempre llevo razón. Parece mentira que, con los años que hace que nos conocemos, todavía lo dudes. —Le dio un manotazo en la pierna y puso un gesto ocurrente para hacerse el interesante y robarle una sonrisa a su amiga, la cual puso los ojos en blanco ante tan arrogante comentario.

—Con esto, no quiero decir que lleves razón en todo. No te emociones, loquita.

—Te equivocas —contratacó Toni—, también llevo razón en que al inspector le gustas. ¿Lo has llamado?

—Haré como si esa pregunta no la hubiese escuchado porque eres como un disco rayado. —Suspiró agotada.

—Vale, dejaré el tema del inspector para cuando estés más tranquila. Pero solo por esta vez —añadió atrayéndola hacia él.

Chandani se dejó mimar.

—¿Ha dicho algo el primate de nuestro jefe?

—Nada, a ese lo tengo dominado —bromeó Toni.

Chandani, efusiva, se tiró encima de él, quedando a horcajadas.

—¡Qué haría yo sin ti! —exclamó a escasos centímetros de su boca.

—Nada —contestó con una falsa soberbia—. Compartes piso con un encantador, hermoso e inteligentísimo hombre, así que te rogaría que no te enamorases de mí; aunque sé que es algo difícil de pedir, ya que soy un irresistible adonis que no puede ocultar sus encantos —bromeó—. La pena es que me gustan más los pitos que el chupete a un bebé.

Chandani lo escuchaba con atención desmedida mientras esbozaba un gesto de tristeza fingida al no poder ser la candidata que disfrutase de esas cualidades tan espectaculares de las que estaba presumiendo.

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