Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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—Pero mira que te gusta el marujeo… Anda, dejemos el tema, que tengo que irme a trabajar.

—Se me olvidaba decirte que estás en casa con unas fiebres africanas.

—¿Qué?

Su amigo se había vuelto loco de remate.

—Sí, le he dicho al orangután que estabas en cama muy malita —dijo a la carrera quitándole importancia al asunto—. No te encontraba…, quiero decir, no sabía si iba a encontrarte, así que me tomé el atrevimiento de mentir al jefe. —Sonrió pícaro.

—Un día, me tienes que contar cómo lo haces.

—¿El qué?

—Ser tan perfecto —lo piropeó.

—Anda, zalamera, vete a casa y descansa. —Chandani asintió—. Y si no vas a llamar al inspector, pásame el número. Lo mismo le gustan las emociones fuertes.

—En eso, cojeas.

—Algún fallo debía tener —bromeó y le guiñó un ojo.

CAPÍTULO 3

—Inspector, tiene una llamada del comisario Morales.

—Pásemela a la oficina, agente García —pidió Rodrigo mientras estudiaba el dosier que le había entregado la agente Tamayo—. Buenos días, comisario Morales. Usted dirá.

—Rodrigo, me ha llamado la secretaria del juez Alcázar, quiere que en una hora nos presentemos en su despacho.

—¿Qué es lo que quiere? ¿Le ha dicho algo? Es muy raro que tenga tanta prisa en hablar con nosotros, ¿no le parece?

—Solo me ha dicho que no estaba autorizada a dar esa información, así que te espero en la puerta de los juzgados.

—Está bien, jefe, voy para allá —se despidió Rodrigo.

Rodrigo se quedó pensativo unos minutos. «¿Qué querrá el magistrado?». Debía ser importante, porque cuando ellos querían reunirse con algún juez, casi había que pedir audiencia.

Cerró el dosier, olvidando por dónde se había quedado, descolgó el teléfono de su despacho y marcó el número interno que comunicaba directamente con la mesa del agente Sierra.

—Sierra, cuando puedas, ven a mi despacho, por favor.

A Rodrigo no le dio tiempo a colgar el auricular en la base del teléfono cuando su amigo llamó a la puerta y, sin esperar respuesta, entró.

—Usted dirá, jefe —saludó llevándose la palma de la mano a la frente y clavando el talón al suelo.

Rodrigo no recordaba cuándo fue la última vez que vio a su amigo entrar en su despacho sin hacer la estupidez esa del saludo militar.

—Anda, payasito, descansa —le pidió Rodrigo sin poder reprimir una media sonrisa. «Este amigo mío cumplirá con su palabra, aunque le corten los brazos», pensó divertido.

David sonrió socarrón, elevando una de sus rubias cejas un par de centímetros de su lugar de origen.

—Te prometí hace dos años que si el puesto de inspector era tuyo, me verías todos los días saludarte así. Es lo que tienen las apuestas entre borrachos. —Hizo un sonido hueco con su lengua—. Así el próximo día dudas menos de tus aptitudes, camarada. —Tomó asiento.

—Ahora mismo me estoy arrepintiendo de haberme emborrachado a tu lado y de haber largado más de la cuenta —bromeó Rodrigo.

David levantó los hombros y puso un gesto que sin duda decía: «¡Ah! ¡Se siente!».

—Y bien, ¿qué necesita mi queridísimo jefe?

Rodrigo negó con un movimiento de cabeza fingiendo una resignación que no sentía.

—¿Sabemos algo de los sospechosos? ¿Ha habido algún cambio?

—Por el momento, todo sigue igual. Tamayo y yo estábamos a punto de hacerle una visita a Irina Petrov. Según los compañeros, no sale del hospital. Parece que echa más horas que el rey.

El gesto en su superior le hizo saber que debía dejar las bromas de lado.

—Enseñadle una foto de Konstantin. —David asintió—. Me ha llamado el comisario. El juez Alcázar quiere que nos reunamos en su despacho en una hora, así que imagino que pasaré prácticamente toda la mañana fuera. Si ocurre algo relevante que no pueda esperar, me llamas.

—Por supuesto, jefe.

Rodrigo, junto al comisario Morales, escuchaba con atención el relato que el magistrado les estaba explicando sobre un caso que estaba juzgando y el cual se le estaba complicando porque uno de los acusados tenía información con la que poder negociar su condena. Básicamente, la trama estaba clara: políticos corruptos les adjudicaban edificios oficiales a importantes empresas promotoras para realizar grandes eventos en fechas señaladas, sin necesidad de pasar por un concurso público. Como era de esperar, esos políticos no lo hacían por amor al arte, sino por adquirir suculentas tajadas económicas que hinchaban sus cuentas bancarias. Aunque ahí no quedaba la cosa. Esos distinguidos empresarios, de manera encubierta, reaparecían en aquellas fiestas comercializando con cocaína. Otro gran negocio ilegítimo que les acarreaba más ganancias si cabía.

Hasta ahí la cosa estaba clara, aunque Rodrigo y el comisario Morales no lograban hilar los casos que ellos estaban investigando con el que les hablaba el juez Alcázar con tanto ímpetu.

—Perdone, señor Alcázar —lo interrumpió el comisario—. Ese acusado al que se refiere, ¿qué tipo de información puede tener sobre el caso que lleva el inspector Torres? Con esto quiero decir que no encuentro ningún punto de unión entre un caso de tráfico de drogas con el de las desapariciones.

—Este hombre dice que tiene información de uno de los desaparecidos —concretó con amargo rictus.

Rodrigo tensó la mandíbula por la noticia, aunque esperó paciente a ver adónde llegaba la conversación que estaba manteniendo su superior.

—¡Eso es estupendo! —añadió el comisario demasiado entusiasta. Algo que molestó aún más al juez.

—No se haga ilusiones, comisario. Esto parece más una artimaña de un suspicaz abogado que quiere demorar el proceso y marcarse un par de puntos con su cliente a costa de mejorar su condena que una feliz realidad —auguró—. Pondría la mano en el fuego a que nos hace perder el tiempo. Estos abogaduchos se las saben todas.

—¿Cuándo será la reunión? —preguntó un inalterable Rodrigo.

—Será en dos días, aquí mismo, en mi despacho. Aunque tengo que decirles que no sé si aceptaremos ese acuerdo, señores. Este hombre está pidiendo demasiado y dudo de que la información que nos facilite tenga tanto valor como para que aceptemos sus exigencias. —El juez Alcázar puso una expresión tan recelosa que Rodrigo miró a su jefe pidiéndole permiso para que le dejara hablar, aunque el comisario lo censuró de manera sutil, abriendo los ojos deliberadamente sin que su señoría lo viera.

—¿Y si no es así y tiene pruebas? Entiendo sus dudas, magistrado, pero el caso Bóxer es un caso complicado. Con esto no quiero decir que sea más importante que el proceso que está usted juzgando —aclaró el comisario Morales—, pero esta organización tiene todo muy bien atado y el inspector Torres está intentando desmantelarla, sin embargo, tiene muy pocos hilos de donde tirar. Cada vez que encuentra una pista fiable y cree que el hilo esta tenso, se rompe y tiene que volver a buscar el ovillo —comparó con acierto.

La franqueza que usó el comisario obligó al juez Alcázar a levantarse de su butacón ergonómico y colocarse tras él a modo de barrera, claro gesto de no querer seguir hablando.

Rodrigo podría haber aprovechado el momento para argumentar lo que él mejor que nadie sabía del caso en cuestión, pero prefirió dejar que esos dos gallos de pelea se explayasen en discutir ciertos detalles importantes que, en realidad, ninguno de los dos conocía de primera mano. Solo él y sus agentes sabían cómo se movían aquellos desalmados.

—Señor Alcázar, tengo al fiscal del caso Panteón esperando fuera. Dice que es muy importante y que no se marchará hasta que no hable con usted —informó su secretaria.

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