Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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Sin más que hacer allí, se montó en su coche y se marchó.

Mientras bajaba por el aparcamiento del edificio de la Policía Judicial, el inspector Torres no dejó de pensar en esa mujer y en lo que su amigo había insinuado. Ya le hubiera gustado a él pasar la noche con tal preciosa muchacha. Ese tal Toni le caía bien. Le gustaba su forma de pensar.

«¿Volveré a verla?», se preguntó. Algo en él le decía que le gustaría volver a coincidir con ella. Le despertaba un sentimiento extraño al que no le sabía poner nombre. Sin embargo, su cuerpo parecía que sí tenía claro cómo identificar esa desazón que sentía. Protección y deseo.

Al final, iba a llevar razón su hermana Lucía en que quería controlar el mundo y proteger a todos.

El veneno de esa diosa lo hizo divagar en el recuerdo de ser fiel a una sola mujer, lo que se siente cuando se ama de verdad. «¿Cuántos años hacía de eso?». Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba solo. Ya no recordaba cómo se detiene el mundo cuando esa compañera a la que adoras te acompaña cada día. Llevaba tanto tiempo centrado en su trabajo y desahogándose con Arantxa que había olvidado lo que se siente al amar a alguien.

Esa mujer le había gustado. No podía negar lo evidente porque, si no, estaría engañándose como un verraco y él no era de esos hombres que tienen ese tipo de hábitos, requisito que tuvo que aprender cuando decidió hacerse policía.

La verdad solo tiene un camino y ese camino a Rodrigo le hubiera gustado recorrerlo mientras la iba conociendo, por decirlo delicadamente, claro está. Porque lo cierto era que le hubiera encantado llevársela a la cama. Esa hermosa carita tendría que estar increíble con las mejillas encendidas por el éxtasis más sublime. Esa manera de morderse el labio… «Puf…», suspiró. Su miembro viril se activó con aquellos pensamientos y su «amiga», la que siempre estaba dispuesta, le hizo saber con una ligera molestia que si seguía creciendo de esa manera, sería mejor que la liberase del encierro de algodón y fibra. «Estás fatal, Rodrigo», se dijo recolocándose el paquete.

Sacó el teléfono móvil de la chaqueta de cuero y le escribió un wasap a Arantxa. Eso lo arreglaría él en un santiamén.

Sentados en la cafetería, Chandani le narraba a su amigo Toni todo lo que le había sucedido el día anterior. Como no era de extrañar, su amiga fue marchitándose como si fuese una flor de temporada con cada relato que le iba ilustrando.

A Toni no le asombraba nada de lo que pudiera contarle, ya que siempre le ocurrían los sucesos más inverosímiles posibles. Él sabía que mucha culpa la tenía ese carácter suyo, tan fuerte e impulsivo, que provocaba que se viera envuelta en aquellas tesituras. No obstante, tampoco podía decirle cómo veía las cosas, porque sería como tirarle un cubo de agua helada a la cara y no se lo merecía. Bastante tenía con sus fantasmas del pasado.

Era una pena que no pudiese hacer nada para ayudarla. Todo lo que le ocurría solo podía detenerlo ella misma. Necesitaba aprender a controlar su ira y no hacer montañas de arena donde solo había una pequeña duna. Toni pensaba que el destino no dejaría de regalarle esas desagradables situaciones hasta que no aprendiera de ellas. Para él, todo en la vida traía una enseñanza y, en el caso de su amiga, tenía que ser una muy grande.

Eso lo entristecía, porque sabía que era una mujer excepcional, con un alma pura, repleta de solidaridad por los demás y con un sentido de la lealtad subdesarrollado. Pocas serían las personas que tendrían la suerte de contar con una amiga como ella, aunque en alguna ocasión se hubiera visto obligado a lidiar con ese monstruo implacable que la transformaba en alguien muy diferente. Pero… ¿quién en su lugar no actuaría así con lo que le tocó vivir en su niñez? Muy mendruga tendría que ser la persona que no entendiese sus tormentos. Quitando esa tara, su amiga valía mucho.

—Sí…, sí… —afirmó con retintín—, me parece a mí que tú lo has hecho adrede —expresó con una sonrisa para animarla—. ¿No me digas que no te has fijado en lo buenorro que está ese hombre? Porque ya lo querría yo para mí.

—Toni, ¡déjate de tonterías! Lo que te estoy contando es muy serio —lo increpó molesta—, he insultado y pegado a un hombre. Si no llega a ser porque es policía y supo detenerme, podría haberle hecho daño o, peor aún, me podían haber dado la paliza del siglo. —Un gesto de preocupación trasformó su expresión—. Yo no sé qué me creo…

—¿Wonder Woman? —bromeó con la pregunta.

Chandani arrugó el ceño.

—Tengo que hablar con mi terapeuta. Esto no puede volver a ocurrir, me prometí que no volvería a caer tan bajo —concluyó angustiada.

—Exageras.

—Qué fácil ves tú las cosas. Cómo se nota que no has tenido que pasar la noche en el calabozo como un delincuente.

—¡Vamos a ver una cosa, bonita! —le dijo cansado de tanto afán por autodestruirse—. Como sigas con eso de que eres una mala pécora que no mereces ni el aire que respiras, solo vas a conseguir sentirte como una mierda.

—¿Y cómo te crees que me siento?

—Eso me queda claro —respondió poniendo los ojos en blanco. «Pero ¿cómo se puede ser tan cabezota?», se dijo—. La cuestión es sacar algo bueno de lo ocurrido, no seguir machacándote. Sé que has metido la pata, pero ya está… ¿Quién no la ha metido alguna vez? —preguntó a la nada. Aunque ella no pareció entenderlo.

—Parece que yo le estoy cogiendo el gusto a hacerlo —murmuró entristecida. Como siempre, su amigo tenía razón. Flagelándose, no conseguiría nada.

—¡Ya está! Deja las cosas como están. Ese hombre se ha portado como todo un caballero, ha sido comprensivo, te ha ayudado y no va a denunciarte —añadió mirándola muy serio—. Piensa que has tenido suerte.

Chandani agitó la taza de café que tenía entre las manos como si, con ese gesto, pudiese prever el futuro. Su amigo llevaba razón, no podía coger el camino fácil. Recriminándose sus errores, no conseguiría nada, solo sentirse peor consigo misma. Debía ser inteligente y analizar la situación con cautela.

—¿Tú también vas a regañarme? Mira que ya he tenido suficiente —gruñó molesta.

Ya era hora de que Chandani actuara. Parecía que había vuelto su amiga de siempre.

—Esa es mi chica…, carácter en estado puro. —Le guiñó un ojo. Sonriendo, la joven dejó que la silla cargara con el peso de su espalda—. Bueno, y ahora que hemos dejado atrás toda esa polémica de que he sido mala, pégame, dame fuerte —bromeó Toni agitando la mano al aire como quien azota una alfombra—, ¿qué pasa con ese hombretón? Porque espero que te hayas dado cuenta de cómo te miraba ese chicarrón del norte. Menudas miraditas te ha echado el inspector.

Chandani no pudo hacer otra cosa que soltar una escandalosa risotada. Su amigo no tenía remedio.

—¿Qué mirada ni qué ocho cuartos?

—¿Le has dado tu número? Mira que hombres como él son difíciles de encontrar —añadió con un ramalazo de esos que le gustaba interpretar cuando se juntaba con sus amigas «las locas de Chueca».

—Sí, claro. Le he dado el mío, el tuyo, el de mi madre y el de mi terapeuta, no vaya a ser que no me localice —dijo con sorna—. Pero ¿tú te crees que un hombre como él tiene tiempo de fijarse en una loca de psiquiátrico?

—Ay, amiga…, qué poco sabes de hombres —añadió en un suspiro—. Si fueras un callo malayo que tiene una verruga en la punta de la nariz y un ojo que vigila al otro, lo entendería, pero resulta que estás muy buena, mi niña. Ese detalle no se le ha podido escapar a este hombre. —Elevó una ceja al mismo tiempo que la comisura de su boca.

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