Davinia Váfer - La niña del barrio rojo

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Chandani Villamayor, natural de la
India y adoptada por su psiquiatra con seis años, ha logrado forjar un temperamento fuerte, terco e independiente, aunque no ha conseguido espantar a los fantasmas del pasado ni superar los traumas que le tocó vivir en el barrio de Kalighat, cuando solo era una niña. Rodrigo Torres, el inspector-jefe del departamento de la UDEV, se encuentra en un callejón sin salida en la investigación de unas desapariciones en la capital. Sin embargo, una llamada inesperada del juez Alcázar aportando nuevas pesquisas vuelve a reactivar su obsesión por el caso y, lo que menos espera, es que la mujer con la que ha chocado su automóvil se convierta en la víctima a la que tendrá que proteger. Pero ¿por qué es tan importante esa mujer? ¿Qué tiene que ver con los casos que está investigando? Y, sobre todo, ¿qué oculta de su infancia que la lleva a tener un temperamento explosivo cuando los acontecimientos la superan? Secretos, celos, misterio, amor, intriga, traición… acompañarán cada una de las páginas de esta novela. ¿Quieres descubrirlas? Te reto a que lo hagas en la primera parte de la
bilogía Kalighat.

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Se secó el rostro con las manos y se obligó a respirar para serenarse. No sabía cuánto tiempo la tendrían allí encerrada o cuándo decidirían liberarla, si es que lo hacían, porque si los acontecimientos seguían su cauce natural, ese hombre la habría denunciado por agresión, algo que hubiera hecho ella si estuviera en su lugar.

Ponerse en lo peor solo consiguió que las lágrimas volvieran a agolparse en sus ojos y que su cuerpo se estremeciera por la vergüenza, aunque con pericia y, sobre todo, con determinación, consiguió mantenerlas al borde del precipicio.

Para empezar, debía disculparse con los agentes y, después, y lo más importante, disculparse con aquel hombre al que había golpeado cruelmente. Quizá, si veían que estaba arrepentida, la cosa se quedaba en una mala experiencia que olvidar y de la cual tendría mucho que aprender. Sí, eso haría, debía tratar el tema como la mujer adulta que era, aunque su comportamiento en un primer momento hubiera parecido el de una loca de psiquiátrico.

Ya más tranquila, aunque con los ánimos por el suelo, se levantó de ese rincón donde mantuvo su guerra interna y se dirigió hacia el incómodo banco que hacía las veces de cama.

Le dolía tanto la cabeza que parecía que un ogro estuviera aporreándola con un tronco. Le dolía todo el cuerpo por la tensión acumulada en sus músculos en forma de agujetas. Necesitaba dejar de pensar y de sentir, así que, recostándose e intentando dejar la mente en blanco, el sueño la venció.

Una sucesión de golpes huecos y rítmicos la despertaron de un sobresalto.

«¿Dónde estoy?», se preguntó creyendo que todo lo sucedido había sido parte de una de esas pesadillas que tan asiduamente sufría. «¡El accidente!». La dura realidad la golpeó de lleno en la cara como el airbag que explotó en el rostro de ese hombre al que agredió.

—Buenos días, señorita —la saludó un hombre que iba sin uniformar y el cual la miraba con gesto arduo e inflexible que denotaba los serios problemas en los que se había metido. Chandani frotó sus ojos para desperezarse y, antes de poder responder al saludo, el agente volvió a hablar—: Veo que ya está más tranquila, incluso, podría atreverme a decir que parece una mujer normal —ironizó.

Ella se retrajo avergonzada, ocultando su rostro tras esa cascada de cabello largo y negro que la caracterizaba, no obstante, se atrevió a saludar al agente.

—Buenos días —susurró.

Sentir el intenso escrutinio y esas frías palabras la intimidaron. Hacer lo correcto iba a costarle más de lo que en un primer momento imaginó.

La tensión entre ellos dos podía cortarse con cuchillo. Estaba juzgándola y ella no podía hacer otra cosa que entender la situación. Esa era la primera consecuencia. Tragó saliva para intentar controlarse, pero, de sus traidores ojos, comenzaron a brotar las lágrimas que demostraban su arrepentimiento. «A tomar por saco mi estrategia de mujer adulta», pensó resignada.

—¿Se da cuenta del problema en el que está metida, señorita Villamayor? Ayer agredió a un hombre.

Chandani sorbió por la nariz su pena y se tragó la vergüenza con amargura. Si quería que todo acabara lo más rápido posible, tenía que empezar a hablar.

Limpió sus mejillas con pulso tembloroso.

—Discúlpeme, agente. Sé que lleva razón, me he comportado como una salvaje —añadió, mirando las manos que golpearon sin tregua a aquel hombre y que, en ese momento, temblaban como las patitas de un perrillo asustadizo—. Me ha denunciado, ¿verdad? Afrontaré las consecuencias. Merezco todo lo que me ocurra, este comportamiento no tiene perdón.

Era la primera vez que Rodrigo podía contemplar cómo era esa muchacha porque, en la soledad de su casa, intentando rememorar lo ocurrido, no lograba ponerle cara. Solo consiguió recordar el perfil tan perfecto y proporcionado cuando la vio montada en el coche patrulla. El resto de las imágenes venían a él movidas y desfiguradas, como si hubieran sucedido subido en una montaña rusa.

El arrepentimiento marchitaba su hermoso rostro, pero, aun así, era preciosa. «¿Cómo una mujer con esa dulzura puede sacar la fiereza de un león?», se preguntó sin poder quitarle los ojos de encima. Era bonita la condenada.

Mujer de rasgos exóticos y de piel tostada. Con tupidas pestañas que resaltaban y embellecían sus ojos almendrados, de un color verde intenso que no era capaz de definir exactamente debido a las lágrimas. De nariz fina y ligeramente levantada, labios gruesos que enloquecerían a cualquier hombre y un cabello, tan negro, brillante y sedoso que parecía que estuviese seduciéndolo para que la tocase.

Un sollozo, que a Rodrigo le pareció proveniente de un ángel celestial, le hizo volver a esa celda de aislamiento donde Ramiro la encerró para que no estuviera en contacto con el resto de detenidos.

—Bueno…, bueno…, señorita, deje de llorar. Seguro que podemos hacer algo para que todo se quede en un malentendido.

Chandani asintió y volvió a ocultar su rostro bajo el pelo, cosa que a él le incomodó.

—Si se ve preparada, podemos subir a comisaría y arreglar esto, ¿le parece?

—Sí, agente. Necesito disculparme con sus compañeros y con ese hombre. ¿Usted podría ponerme en contacto con él? —preguntó nerviosa—. Estoy tan avergonzada por lo que hice…, necesito disculparme —insistió.

—Señorita Villamayor, ya lo está haciendo.

La sorpresa embelleció aún más los ojos de Chandani. Con vergüenza y pasmo, puso toda su atención en él por primera vez. Ese hombre de mirada comprensiva la observaba como si estuviera pasando un rato divertido a su costa.

—¡Fue a usted! —exclamó estupefacta—. ¡A usted fue al que golpeé! —reiteró.

A Rodrigo lo enterneció, arrancándole una sonrisa, ver el rostro enrojecido por la humillación de aquella muchacha.

—Y entiendo que es policía, ¿no es así?

El inspector asintió embelesado.

Peor suerte no podía correr, no solo le había pegado a una persona, sino que había golpeado a un policía. Ya nada ni nadie la salvaría.

—Perdóneme —rogó a su víctima—, me dejé llevar por la rabia… Perdóneme, por favor. —Un brillo, como el que desprende la luna sobre el océano, se reflejó en sus ojos entristecidos. Las lágrimas brotaron de sus párpados sin esfuerzo. Jamás se había sentido tan abochornada como en ese momento.

—Está bien, señorita. Aceptaré sus disculpas si deja de llorar de una vez.

Chandani, con un tenaz regateo, burló el llanto ahogando el disgusto en lo más profundo de su estómago.

Ver esa carita tan hermosa que luchaba con todas sus fuerzas por dejar de llorar y complacerlo le pareció lo más enternecedor que había visto nunca.

—¡Hagamos una cosa! Vamos a empezar de nuevo, ¿le parece?

La joven se mordió el labio inferior, dubitativa, y controló el movimiento nervioso de sus manos, asintiendo con ojos agradecidos.

Rodrigo no pudo evitar que su mirada se dirigiese a esos labios carnosos que, como si fuesen un dulce irresistible, lo llamaban de una manera desconcertante.

«Necesitas inmediatamente una dosis de sexo, Rodrigo», se dijo, saliendo del embelesamiento al que esa mujer lo estaba sometiendo sin que moviera un dedo.

—Me llamo Rodrigo Torres y usted es…

Sin tiempo a terminar la frase, ella extendió el brazo y ambos dijeron al unísono: «Chandani Villamayor».

Los dos rieron relajados. Parecía que la tensión con la que se habían conocido por fin quedaba atrás.

Rodrigo pudo analizar ese rostro que, sin penurias, parecía el de una ninfa del paraíso capacitada para quitar el juicio de los hombres. Todo en ella era digno de alabar.

Receptivo, tragó saliva para que bajara el incómodo calentón que amenazaba con achicharrar su miembro, invitando a Chandani a que saliera de la fría y lúgubre celda, la cual, al subir al piso de arriba, se sintió como si pisara por primera vez la comisaría. No recordaba nada de la sala, ni siquiera ese amplio mostrador donde todo detenido tenía que depositar sus pertenencias, algo que, con toda seguridad, había tenido que hacer.

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