—¡Serás cerdo! —increpó a gritos.
—No, soy sincero —contestó entre risas, agarrándola de la cintura y echándola a un lado para que pudiese incorporarse a coger aire—. Por cierto, tengo una sorpresa para ti —dijo cuando las risas cesaron.
—¿Para mí? —Se incorporó en la cama y se quedó sentada junto a su amigo.
Toni la miró de manera enigmática, algo que acrecentó aún más su curiosidad.
—Sí, para ti. Espera que vaya a mi cuarto a por ello.
Salió corriendo de la habitación de Chandani y, a los pocos minutos, volvió con una percha enfundada con una bolsa protectora.
—¡El disfraz! —adivinó efusiva.
—Va a quedarte de muerte, Dani. Es perfecto para ti. El color es divino, la tela, una maravilla, y la pedrería… —describió emocionado—. Me pasé toda la noche sin pegar ojo pensando en algo que fuera contigo y que consiguiera emocionarte para carnavales —argumentó a la carrera—. Sí…, sí, ya sé que no te gustan las aglomeraciones ni este tipo de fiestas, pero este disfraz va a conseguir que cambies de idea.
—¡Miedo me das cuando te emocionas de esta manera! —exclamó desconfiada, aunque, en el fondo, tenía ganas de saber qué había elegido su amigo para ella.
Toni bajó la cremallera de la funda con delicadeza y ella intuyó que lo que protegía ese envoltorio debía de ser una prenda de las caras. Su amigo, esta vez, había tirado de contactos.
—¿A que es perfecto, Dani?
No fue capaz de contestar, se llevó las manos a la boca y se quedó embobada deleitándose con ese elegante disfraz de bailarina de la danza del vientre.
—¡Es precioso, Toni! Pero ese disfraz tiene que costar una millonada —exageró levantándose de la cama. Fue directa a tocar el top azul eléctrico que parecía que la llamase.
—Sí, pero no te preocupes, que me lo han dejado. No me he gastado ni un duro.
La parte superior del disfraz, si es que se podía denominar así, era un top color azul añil que estaba confeccionado con una seda luminosa y cubierto con una doble tela de gasa en el mismo tono. En las copas del top, unas brillantes lentejuelas en tonos dorados acompañaban a una pedrería refinada y demasiado cara, aportando la cantidad de abalorios perfecta. Además, del centro del pecho colgaban unas hileras de gemas con diferentes formas en desiguales medidas.
Chandani acarició las cintas de pedrería un tanto embobada.
—¡Madre mía, es perfecto!
—Y todavía no has visto el pantalón. —Dejó la funda sobre la cama y lo sacó de la percha para que sus ojos confirmaran lo que acababa de decir.
La parte inferior eran unos pantalones bombachos de cintura baja del mismo color azul intenso. La pedrería, a juego con la parte superior, recorría la cinturilla y los laterales de los amplios pantalones.
—¿Y se puede saber quién ha sido el inconsciente que te ha prestado una prenda como esta? —preguntó acariciando la delicada gasa.
—Adivina —la retó Toni.
Chandani dejó de mirar la tela que acariciaban sus manos y, suspicaz, buscó los ojos de su amigo.
—¡No me digas que es de quien estoy pensando!
Toni asintió varias veces sin poder reprimir la ilusión.
—Va a venir para carnavales, Dani. ¡Charles viene a verme desde París!
Contagiada por la emoción, lo abrazó con fuerza y le dio un delicado beso en los labios.
—Cómo me alegro. Ya era hora de que ese hombre viniera a visitarte. Jamás encontrará a otro tío como tú.
Toni conoció a Charles cuando fue a estudiar diseño de moda a París. Era su profesor de patronaje y, como decía su amigo, el amor de su vida. Charles era algo mayor para él, pero eso no le importaba. Toni decía que el amor no entiende de edades, y no le quitaba razón, aunque debía reconocer que le hubiera gustado que la pareja de su amigo fuese algo más joven. No obstante, lo importante era que fuese feliz y, viéndolo cómo estaba, nadie podía negar que solo con nombrarlo se le iluminaba la cara.
Cuando Toni terminó la carrera de diseño en París, decidió que lo mejor era volver a España, él quería ejercer de diseñador en su país. Además, el clima en Francia lo deprimía y la poca alegría que se respiraba lo asfixiaba. Necesitaba el sol del Mediterráneo, la alegría de sus gentes y la fiesta española. Así que, sin más, aunque con todo el dolor de su corazón, volvió a su tierra intentando que esa relación perdurara luchando contra los envites de la distancia.
Chandani no lo conocía. En todos aquellos años, había ido a ver a su amigo en contadas ocasiones y eso no le gustaba lo más mínimo. Tema que debía evitar si no quería salir riñendo con él.
Para Toni, era natural que su novio no lo visitara con asiduidad, ya que, siendo uno de los diseñadores más punteros de todo París y un especialista en dar conferencias en las universidades de diseño, no tenía tiempo ni para respirar. De ahí que su amiga no lo conociera en persona y que solo lo hubiera visto en la fotografía que adornaba una de las baldas del mueble del salón, donde Toni y él posaban divertidos con unas gafas de la bandera inglesa en el mercado de Camden Town, en Londres. Prácticamente, todas las visitas que le hacía Charles a su amigo durante el año eran relámpago. Y las que realizaba en verano, si es que las había, siempre coincidían con que ella estaba de vacaciones con su madre en la costa.
Fuera como fuese, e intentando mantenerse al margen, lo apoyaba y, en el fondo, lo entendía. ¿No dicen que el amor todo lo puede? Pues esperaba que el de su amigo pudiera con esa distancia y con mucho más, porque le horrorizaba la idea de verlo sufrir.
Chandani volvió a poner la atención en la prenda prestada.
—¿Y si lo estropeo? —preguntó.
—Eso no ocurrirá —aseguró—. Pero, para que te quedes tranquila, Charles jamás me lo habría mandado si no fuera posible arreglarlo.
—Pues dale las gracias de mi parte.
La mañana transcurrió sin imprevistos. Su jefe no se dirigió a ella para preguntarle qué le había pasado y ella lo prefirió. Cuanto menos se cruzara con él, mejor que mejor.
Había sido un día extenuante, de esos que no dejaban de entrar llamada tras llamada con averías insufribles donde los clientes te insultaban y gritaban porque no dabas con la solución a sus problemas en el momento.
—Toni, ¿me dejas en el comedor? —le preguntó Chandani.
—¿No sería mejor que te fueras a casa y te relajases?
—Llevo toda la semana sin ir. Necesito hacer vida normal, seguir con mis rutinas.
—Está bien, te entiendo. Pero, si necesitas que te recoja cuando salgas, llámame.
—Sí, papá… —replicó con guasa.
Cuando Chandani se enteró de que iban a abrir un comedor social cerca de su trabajo, se presentó allí y, sin dudarlo, se involucró en el proyecto. El comienzo de la crisis —hacía ya seis años— estaba volviéndose un gran problema para muchas de las familias españolas de clase baja y media del país. Con la nueva ley sobre la reforma laboral que implantó el gobierno, los pequeños empresarios, ahogados por el incesante descenso de sus ventas y con el terror en sus cuerpos por tener que echar el cierre a sus negocios, se vieron obligados a acogerse al despido objetivo para beneficiarse de una gran reducción en las indemnizaciones. Sin embargo, las multinacionales usaron esta nueva ley para hacer despidos en masa, con la excusa de que sus márgenes de ganancias habían mermado o, simplemente, corrían peligro. ¿Cómo era posible que quienes tenían que preocuparse por el bienestar de su pueblo permitieran que eso sucediera? Todo un sinsentido. Un claro signo de la falta de sentido común de nuestros gobernantes.
Esto causó un índice de desempleados desbordante en toda España. Por este motivo, muchos individuos de corazones nobles y bondadosos se agruparon para ayudar a sus conciudadanos con iniciativas como esta, donde el único objetivo era intentar paliar la carga en sus casas y que encontraran el ánimo que les faltaba en otras personas que, en iguales condiciones, estaban viviendo esa mala racha.
Читать дальше