Chandani no sabía muy bien qué decir o qué hacer. «¿Qué se dice cuando te alejan en un momento como este?», pensó apabullada.
Rodrigo, impaciente por la falta de respuestas, no hacía más que elucubrar qué se estaba fraguando en la mente de su acompañante. Aquel silencio incómodo le empezó a preocupar. «¿Qué está pasando en esa complicada cabeza?».
—Dani, dime algo…, por favor. —Acarició su barbilla elevándola para que sus miradas volvieran a encontrarse—. Dime qué piensas.
Volvió a quedarse prendado de esos ojos verdes, aunque mucho más comedido que cuando la lujuria les nubló el juicio. La incertidumbre de haber hecho lo correcto o, por el contrario, haber metido la pata hasta el fondo, lo llevó a buscar su boca, besándola con delicadeza. Tras esos besos, había sinceras intenciones, nada de un polvo como los que echaba con Arantxa. Chandani era diferente.
—No quiero que te avergüences de nada si es lo que esa cabecita te está repitiendo —le susurró entre sus labios—. Eres preciosa… Por favor, Dani, dime que me entiendes y no sientes que te estoy rechazando.
Ella, al sentir sus labios, volvió en sí y acalló a sus fantasmas.
—Te entiendo, Rodrigo, sé que no me rechazas —contestó como una autómata para calmarlo más que por propia convicción.
—Me gustas mucho, Dani. —Rozó sus labios tan despacio y delicadamente que parecía que estuviese haciéndolo con una sedosa pluma.
Chandani no encontraba las palabras precisas para justificar sus actos ante él, para disculparse por haberlo abordado de ese modo, aunque ella tenía claro que su comportamiento fue debido al desorden que estaban experimentando sus terminaciones nerviosas. Se lanzaba a explorar lo que estaba sintiendo o podía ser que perdiera la oportunidad de vivirlo de nuevo. Sin embargo, aquello no podía decírselo a Rodrigo. Ese era su secreto, uno tan humillante que moriría con ella el día que abandonara ese mundo.
La culpa la golpeó como cuando recibes un bofetón inesperado porque, al no confesarle la verdadera razón por la que había actuado de aquel modo, le daba a entender que era una mujer fogosa, sexualmente activa y experimentada, muy lejos de la realidad. Sus problemas psicológicos, sus miedos, su insatisfacción al estar con los hombres, todo eso era su realidad, su verdad.
Uno de sus trastornos floreció como las secuelas que la llevaban a sentirse culpable. Se sentía mezquina y vil, una maldita mentirosa y demente que lo engañaba sin escrúpulos y que, a su vez, no entendía por qué debía darle explicaciones si jamás se las dio a ningún otro hombre. Eran sus problemas, sus traumas, su vida… Sin embargo, con él era diferente, le debía mucho porque, desde el primer día que lo conoció, se había portado con ella como un caballero. A Rodrigo no podía situarlo en esa misma lista de hombres porque era el único que le había removido algo por dentro y, sencillamente por eso, debía situarlo donde correspondía. No merecía menos. Con él, debía sincerarse, aunque se guardara para ella ciertos detalles que no tenía por qué conocer. Lo que había entre ellos no tenía futuro, y nadie mejor que ella lo sabía. Estaba rota, lastimada por dentro, aunque no se viera. Porque, por mucho que su cuerpo hubiera reaccionado a sus besos, no quería decir que, cuando no hubiera vuelta atrás, no le diera asco sentir sus manos sobre la piel.
—Rodrigo, creo que… —comenzó a decir Chandani, aunque una llamada en el teléfono del inspector la interrumpió.
—Tengo que contestar. —Tras un fugaz beso a modo de disculpa, ella se levantó aturdida de entre sus brazos.
Rodrigo le regaló una sonrisa de sus ojos y un guiño antes de contestar.
—Inspector jefe Torres, dígame.
—¡Tú no tienes vergüenza! —estalló su hermana tras la línea sin tiempo a que dijera nada—. Estamos papá y yo esperándote como si fueras el mismísimo rey y lo que eres es un auténtico egoísta que piensa que todo el mundo tiene que besar el suelo que pisas. ¿Qué te habría costado hacerme una simple llamada? Te habría tapado ante papá…, pero, claro, tú no ves la desilusión en sus ojos porque su hijo prefiere estar en cualquier otro lugar antes que pasar un rato a su lado.
Se escabulló hasta la cocina, enfadado con su hermana, para poder hablar sin ser observado.
—Lucía, si me dejaras explicarme.
—Tus excusas ya las conocemos, Rodrigo. Siempre son las mismas… Pero, vamos, déjame averiguar. —Un sonido de sus cuerdas vocales se alargó como si estuviera pensando—. Trabajo, ha sido eso, ¿verdad? ¿A que no me equivoco? —dijo con saña.
Rodrigo no negó las palabras de su hermana.
—No sé qué decir, Lucía, sé que llevas razón…, pero mi trabajo es complicado y surgen imprevistos que no puedo desatender.
—Claro…, pero a nosotros sí puedes desatendernos porque sabes que siempre estaremos cuando nos necesites. Pues ¡¿sabes lo que te digo?! —añadió indignada por las palabras de su hermano—. Que lo mismo estás equivocado y no nos tienes cuando nos necesites.
—No digas eso, sabes que siempre me acuerdo de vosotros.
—Pues con tus acciones das a entender otra cosa, Rodrigo.
Cuando su hermana se enfadaba, era de armas tomar. No sabía a quién había salido la pequeña de la familia.
—Lucía, te prometo que mañana voy a cenar con vosotros. —Un silencio incómodo se formó tras la línea telefónica—. Lucía, ¿estás ahí? —preguntó sabiendo que no había colgado. Era una acción muy típica en su hermana cuando se enfadaba. Necesitaba unos segundos para pensar.
—Claro que estoy aquí, tonto.
—Hoy se me ha complicado el trabajo justo cuando salía hacia casa, pero mañana, sin falta, voy.
—Está bien, está bien… —repitió resignada—. Pero, por favor, ven a ver a papá. Esta semana lo veo muy desanimado.
—De acuerdo, tengo que dejarte.
—Sabes que te quiero, ¿verdad? Aunque a veces no te lo merezcas y me den ganas de darte una paliza —frivolizó.
—Yo también te quiero, empalagosa —bromeó Rodrigo ocultando con esa expresión lo importante que era para él su familia—. Mañana nos vemos, Lucía.
Chandani se recostó en el sillón sin que desapareciera esa confusión en su cabeza. Había sido un día agotador que, por fin, tocaba a su fin y, estando sola, se había dado cuenta de lo necesitada que estaba de un descanso físico y mental. «Demasiadas emociones juntas», se dijo cerrando los ojos y disfrutando del silencio de la casa.
—Yo también te quiero… —Escuchó decir a Rodrigo.
Abrió los ojos impactada, afinó el oído y se mantuvo tan inmóvil como una muñeca de trapo.
—Mañana nos vemos, Lucía. —Volvió a escucharlo decir.
«¡Lucía! ¿Quién era esa mujer? ¿Su novia, tal vez?», quiso saber. Aunque, al contemplar esa posibilidad, sintió cómo las mariposas que revoloteaban en su estómago fueron cayendo fulminadas por esa probabilidad.
Escuchó unos pasos que se dirigían al salón y Chandani, aguantando esa sacudida de celos, cerró los ojos con rapidez y fingió haber caído plácidamente dormida en ese lapso en el que había atendido la llamada. Lo de ser sincera con él ya no le parecía tan buena idea.
Lo que menos esperaba Rodrigo cuando entró al salón era encontrar a Chandani dormida y aún más hermosa que cuando la había tenido entre sus brazos. Su rostro estaba relajado y tranquilo, aunque una pequeña arruga entre sus cejas dejaba ver la cantidad de emociones que había sufrido durante el día. Aun así, sus rasgos orientales lucían en todo su esplendor, siendo la feminidad el punto más exótico que resaltaba sus facciones.
La contempló en silencio. Era una ninfa, una diosa hindú que, sin esfuerzo, conseguiría de él todo lo que quisiera si le dejaran ver cada noche esa bella imagen a su lado.
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