En el caso de Darwin, la cuestión no se soluciona solo reconociendo, como ya he tratado de explicar, que el argumento del diseño lo conocía bien por sus estudios en Cambridge, tan definidos en la época por la corriente de la teología natural, el reverendo William Paley y los influyentes Bridgewater Treatises . 2 Darwin no conocía, sin más, el argumento del diseño, como quien conoce al enemigo para vencerlo. Realmente, Darwin negoció con el argumento del diseño. Es esa negociación la que le permitió encontrar un mecanismo alternativo a la acción diseñadora de Dios, y no un rechazo a priori de nada. Ciertas observaciones, sobre todo durante el viaje del Beagle, y las cavilaciones subsecuentes son las que al fin le convencieron de la insuficiencia del argumento clásico del diseño. Pero el caso es que partes importantes de este se mantuvieron en el nuevo esquema explicativo, sobre todo como construcción retórica.
Hemos visto que el argumento del diseño era teleológico o, dicho más llanamente, finalista. El diseño debe obedecer a un propósito, una intención, una finalidad. Y esa finalidad está prescrita, una vez el finalismo griego se asocia al cristianismo, por la acción providente de la divinidad creadora. Esto es un aspecto clave, naturalmente, en el argumentario de la teología natural que Darwin tan bien conocía y que tanto admiraba cuando era estudiante. Como este mismo Darwin, un poco más mayor, encontró que el argumento del diseño basado en la acción directora del Creador no era explicativo, ni de la diversidad de las especies ni de sus adaptaciones, hay quien automáticamente dedujo que Darwin había suprimido la teleología o finalismo de la biología. Un ejemplo nos lo da el teólogo estadounidense Charles Hodge. Corría 1874 cuando, después de cerca de doscientas páginas de argumentos, concluía que la contundente pregunta que daba título a su libro, What is Darwinism? , merecía una respuesta más contundente aún: «It is Atheism». Hodge, que ni mucho menos era un literalista y que sabía mucha filosofía, era suficientemente sutil como para decir que la evolución y la selección natural eran elementos constituyentes, pero no distintivos, del darwinismo. Lo que, según Hodge, distinguía el darwinismo era que la selección natural actuaba sin diseño, conducida por causas no inteligentes. Explícitamente, decía que «Darwin rechaza toda teleología, o doctrina de las causas finales. Él niega el diseño en cualquiera de los organismos del mundo vegetal o animal» (citado en Livingstone, 1984). En realidad, las cosas eran un poco más complicadas.
Darwin, es cierto, estaba impugnando la idea del diseño providente en 1859 y también después. Pero como muy bien se manifiesta en el memorable intercambio epistolar con Asa Gray de 1860-1861, tampoco era capaz de pensar que el mundo era resultado del azar, que es en principio la alternativa que nos parece más lógica desde las condiciones de nuestra época . También, de forma igualmente explícita, declaraba a Gray que no tenía ninguna intención «to write atheistically» (citado en Browne, 2002: 176). Seguramente, Hodge encontró que la consecuencia de rechazar el diseño era abrazar el ateísmo, pero esa no era la intención de Darwin. ¿Por qué hay que insistir en esto? Porque si nos acercamos a la biografía de Darwin desde las consecuencias actuales de su contribución –que para muchos evolucionistas es la misma que para un antidarwinista como Hodge, el ateísmo (Stamos, 2008)– no entendemos al personaje.
Por otra parte, existe la tentación de pensar que el abandono del argumento del diseño conlleva la renuncia a toda explicación teleológica, como sostenía Hodge. Justamente cuando se producía el intercambio de cartas que hemos mencionado, Darwin estaba reuniendo materiales para su libro On the Various Contrivances by which British and Foreign Orchids are Fertilised by Insects, and on the Good Effects of Intercrossing , popularmente conocido como La fecundación de las orquídeas , la primera edición de 1862 y la segunda de 1877. El libro fue concebido para ofrecer pruebas sobre la acción de la selección natural en la interacción entre especies (las orquídeas son fecundadas por insectos, y con un grado muy alto de especificidad), y se pueden encontrar muchos argumentos de este estilo:
El labelo se ha convertido en un largo nectario para atraer de este modo a los lepidópteros, y en seguida daremos razones para conjeturar que el néctar está así almacenado con el propósito de ser succionado solo lentamente […] para dar tiempo a que se endurezca y se seque la materia viscosa del lado inferior de la silla [del disco viscoso] (Darwin, 1877 b : 23). 3
Esos «para» ( in order to ) y «con el propósito» ( purposely ) suenan inevitablemente a argumentación finalista o teleológica. Darwin no abandonó ese tipo de argumento. Lo que dejó de lado es el tipo de teleología providente que incorporaba el argumento del diseño. A diferencia de la física, que no deja margen a cuestiones que piden explicaciones dependientes de eventos futuros (por ejemplo, decir que el propósito de los procesos energéticos que definen el Sol y su distancia a la Tierra es ofrecer unas condiciones adecuadas para la vida), la biología sí puede emplear un discurso teleológico cuando quiere averiguar, digamos, las funciones de las estructuras florales de las orquídeas. Hodge podía pensar que no era posible ninguna otra teleología que la del diseño divino; para él, y para los más influyentes antidarwinistas, esto era en realidad, y no la evolución ni la selección natural, la principal causa del rechazo al contenido de Origin y de las obras que le siguieron. Sin embargo, el postulado de Darwin de un mecanismo de modificación lenta y continuada, ajustada contingentemente a unas presiones selectivas ejercidas por un medio cambiante, y que opera sobre una variabilidad que se genera de manera espontánea, y no de manera deliberada, tiene como propósito lograr la supervivencia, y esto es una verdadera causa final (Lennox, 1993). Hay quien desearía eliminar la teleología de las argumentaciones biológicas, y quizá estaría bien. No hay que olvidar, sin embargo, que las negociaciones conceptuales implican también negociaciones terminológicas. El lenguaje en general, y las palabras en particular, tienen historias tan interesantes como las de las personas que las emplean. Y el lenguaje de la ciencia no escapa tampoco de las contingencias históricas. Como ha argumentado Michael Ruse (2000), en el caso de las expresiones teleológicas estas implican además metáforas muy poderosas. Las metáforas son recursos retóricos, expresiones para hacerse entender, pero que además se atan a la propia estructura teórica de la ciencia, por lo que retirarlas puede tener consecuencias graves en las propias teorías. ¿Se ha parado el buen lector a pensar el poder de la metáfora en la expresión «selección natural»? ¿Hay selección, en todo caso, sin cierta finalidad?
CONCLUSIÓN
La potentísima y metafórica selección natural proyectó a Darwin a un lugar particular en la historia no solo de la ciencia, sino de la cultura universal. Pero hubo complejas negociaciones, consigo mismo, con su entorno y con las ideas y los usos del lenguaje vigentes, a fin de que el concepto cuajara. Y esto, por el peso histórico y cultural inmenso que el diseño providencial tenía. La estrategia no pasó por una voladura general, como de manera poco matizada se suele decir. Darwin, después de haber establecido públicamente el concepto en 1859, no lo dejó fijado en ese punto. Justamente en la obra que conmemoramos en 2021, la obra que dedicó a lo que suele considerarse el aspecto más controvertido de su programa, la evolución humana, Darwin (1871) manifestaba cómo quizá había confiado demasiado en el potencial de la selección natural, cómo después había optado por limitar su alcance y cómo, en el momento de escribir The Descent of Man , daba vueltas y más vueltas a la presencia de estructuras orgánicas que no parecían de utilidad. ¿Cómo hacer aceptable un mecanismo alternativo al diseño cuando no era capaz de explicar un aspecto que este mismo diseño no contaba? Darwin salió airoso gracias, entre otras cosas, a su perspicaz análisis de las homologías. Pero la piedra de toque era el antiguo argumento del diseño, en ningún caso la fijeza de las especies.
Читать дальше