Iluminando la evolución humana

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"Parecía merecer la pena probar hasta qué punto el principio de la evolución vertía luz en algunos de los problemas más complejos de la historia natural del hombre. La principal conclusión a la que se llega en este libro que el hombre desciende de alguna forma de organización inferior…" (Charles Darwin: 'El origen del hombre', 1871). Con motivo del 150 aniversario de «El origen del hombre y la selección en relación al sexo», obra en la que Darwin aborda de manera explícita el origen natural de nuestra especie, se presentan una serie de perspectivas actuales sobre la evolución humana desde la psicología, la lingüística, la genómica, la anatomía, la paleontología, la arqueología o la etología. Se ofrece, además, el contexto histórico e ideológico de la que se suele considerar la segunda gran obra de Darwin después de 'El origen de las especies'.

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El primer contacto de Darwin con el trabajo esclavo se produjo al recalar el Beagle en el puerto brasileño de Salvador de Bahía, a principios de 1832. En el norte de Brasil, Darwin observó de primera mano en qué consistía el maltrato sobre el que tanto había oído hablar en su familia o en los círculos abolicionistas que frecuentaba. Constató sobre el terreno que la repugnancia estaba más que justificada. Igualmente le escandalizó la defensa que el capitán de la nave, Robert FitzRoy, hizo de la institución (Barlow, 1958: 74). No todos los británicos tenían las mismas opiniones sobre la esclavitud. Poco después, en Río de Janeiro pudo apreciar una vez más las aberraciones que la propiedad de personas conllevaba. En una visita a una hacienda observó cómo mujeres y niños de una treintena de familias eran separados de maridos y padres para ser vendidos sin piedad en el mercado local (Darwin, 1839: 27). La forma de narrarlo delata la sincera aversión que el naturalista experimentaba por una institución perfectamente conocida y debatida por los británicos. El otro lugar en el que el naturalista observó el funcionamiento de una sociedad con esclavos fue en Cape Colony, pero allí, ya de vuelta, no pudo dedicarle el tiempo suficiente para confirmar o matizar lo que había visto antes. Se impone una conclusión: desde el Voyage of the Beagle hasta los fragmentos autobiográficos de senectud –aquellos que fueron manipulados por su esposa e hijos por motivos sociales y religiosos–, la aversión hacia la esclavitud se mantuvo inalterable. Es necesario tomarlo en cuenta para entender la obra de madurez.

La cuestión del trabajo servil persiguió al naturalista durante toda su vida. Cuando ya había publicado The Origin of Species en 1859, dos sucesos de dimensión muy distinta movilizaron de nuevo a la sociedad británica en torno a la esclavitud y las inevitables secuelas de la abolición. El primero fue la guerra civil norteamericana, conflicto que tenía en su centro la vigencia del trabajo servil. El coste humano del conflicto fue de seiscientos mil muertos. Por razones históricas, migratorias y económicas, los británicos no podían observar la guerra como un hecho lejano y ajeno. El segundo suceso era doméstico de cabo a rabo, un conflicto que reflejaba con exactitud las contradicciones del imperio victoriano. Nos referimos a los hechos de Morant Bay, una masacre de antiguos esclavos hambrientos al norte de Jamaica perpetrada por las autoridades de la isla. La dureza de la represión fue enorme: 439 sublevados fueron ejecutados, 600 hombres y mujeres azotados y 1000 casas fueron quemadas sin contemplaciones. Para dejar bien claro en qué consistían la ley y el orden, el gobernador Eyre decidió actuar contra George William Gordon, el defensor más conocido de los emancipados en la asamblea jamaicana, con quien había sostenido un largo conflicto por el que se conoce como «Tramway Scandal». El encarcelamiento no pareció suficiente al gobernador, por lo que Eyre aprovechó la coyuntura para mandarlo a la zona, donde, gracias al estado de sitio, pudo ajusticiarlo sin miramientos. Aquel personaje expeditivo ocupaba provisionalmente el cargo de gobernador como resultado de la ausencia de un candidato más cualificado. No es que Eyre no tuviese experiencia previa en la administración colonial. Al contrario: había sido «protector de aborígenes» en Australia, había ocupado un cargo militar de segundo orden en Nueva Zelanda y había sido «protector de trabajadores contratados» («indentured workers») indios en Trinidad (Hanford, 2008). Sin embargo, que el cargo y los hechos de Jamaica le superasen era de una evidencia tal que no eran necesarias grandes demostraciones.

Un abuso de poder de tal magnitud, incluyendo un asesinato legal de aquellas características, necesariamente debía levantar una gran polvareda en la metrópolis (Olivier, 1933; Semmel, 1962; Heuman, 1994). La repercusión y la división en los ambientes políticos e intelectuales fueron enormes. A la cabeza de los que apoyaron a las autoridades jamaicanas se situó Thomas Carlyle, excéntrico filósofo y escritor con quien Darwin se relacionaba de vez en cuando. En sus recuerdos autobiográficos mencionados antes, el naturalista se refiere al carácter inclasificable de aquel influyente polemista, de quien el naturalista afirma que «sus puntos de vista sobre la esclavitud son repulsivos» (Barlow, 1958: 113). La aversión que Carlyle sentía hacia los exesclavos era bien conocida desde la publicación en el Fraser’s Magazine del panfleto Occasional Discourse on the Negro Question (1849). Cuando se produjeron los hechos de Morant Bay volvió a publicar aquel panfleto de odio racial explícito con el título Shooting Niagara: and After? (1867). El filósofo y economista John Stuart Mill se situó a la cabeza de los que estaban en contra de Eyre y pedían que fuese procesado. En definitiva, las figuras más prominentes del mundo intelectual británico se enfrentaron como consecuencia de unos hechos solo en apariencia lejanos, movilizando firmas a favor y en contra del procesamiento del gobernador ya cesado. A pesar de la prudencia con la que Darwin siempre actuó en la cosa pública, firmó a favor de exigir responsabilidades, respaldando con esto al Jamaica Committee, encabezado por Mill (Desmond y Moore, 2009: 349-350). Firmaron el manifiesto personas tan cercanas al naturalista como el gran abolicionista Thomas Fowell Buxton el heredero más cualificado de Wilberforce , el naturalista T. H. Huxley, el cuáquero y político radical John Bright, el sociólogo Herbert Spencer y muchos otros. Resulta muy difícil imaginar que Darwin restase al margen de los que reclamaban justicia.

Cuando el gobernador cesado llegó a Southampton, las autoridades del lugar y personalidades varias le organizaron un fastuoso banquete de recepción. The Times publicó las aportaciones económicas individuales y las adhesiones al acto de homenaje que se había programado, un banquete con bouquet de clara nostalgia por los good old times de la esclavitud, de una nítida jerarquía racial cuando menos. Darwin se llevó una sorpresa mayúscula al comprobar que, entre los nombres de los que daban su apoyo a la iniciativa, figuraba uno de sus hijos, William Erasmus. El naturalista salvó la situación con tacto, pero con un muy alto coste personal.

Cuando la esclavitud parecía en retirada, la expansión de colonos británicos a British North America (Canadá), Nueva Zelanda y New South Wales (futura Australia) y Cape Colony (matriz de la futura Unión Surafricana), introdujo unos nuevos personajes en el cuadro de los conflictos morales con el que británicos y europeos observaban los territorios adquiridos alrededor del mundo. Al contrario que en el caso de la esclavitud, eran las tierras y no la mano de obra lo que interesaba en aquellos lugares a los colonos europeos. Ni siquiera se fijó un término aceptado para nombrar a aquellas poblaciones que iban a ser fatalmente desposeídas, desplazadas e incluso extinguidas. Los franceses optaron por hablar de «indigènes», los británicos «aborigines», otros prefirieron llamarlos «nativos», puras redundancias etimológicas en cualquiera de los casos. La Aborigines Protection Society fue la primera entidad humanitaria que se dispuso a defender a aquellas sociedades, frágiles por definición. Es innegable que el núcleo fundador de la nueva empresa filantrópica gente como Thomas Fowell Buxton y Thomas Hodgkin (redactor con su hermano del primer informe que se presentó al Parlamento sobre la cuestión en 1837)– no salió de la nada. La mayoría de ellos habían participado antes en las campañas abolicionistas. De este modo tomó forma un nuevo mapa clasificatorio de las sociedades humanas. Era la primera vez que una tentativa así resultaba finalmente viable. En momentos anteriores, el conocimiento era fragmentario, poco sistematizado y externo, pensado desde siglos atrás para contribuir a empresas misioneras diversas y, más tarde, durante los siglos XVIII y XIX, para justificar el dominio expansivo de los grandes países imperiales.

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