Pero los procesos históricos son siempre más complejos; y en el caso de Cataluña y sus eventuales «relaciones» –activas o pasivas– con la Italia fascista lo fueron de modo especial. Había buenas razones para ello: la colonia italiana en Cataluña era de las más numerosas y mejor organizadas de España, y era allí donde se concentraba la mayor parte de los intereses económicos italianos en la península. Por el tejido de unas relaciones históricas de largo recorrido, por proximidad geográfica y por la importancia de la posición geoestratégica de un territorio vital en el Mediterráneo occidental y en las comunicaciones entre Francia y España o entre el país galo y sus colonias africanas, lo que sucedía en Cataluña no podía resultar indiferente a la diplomacia italiana. Muchos fueron, en fin, los que desde Cataluña o desde Italia pensaron que por su modernidad económica, social y cultural, era en Cataluña, y no en Madrid, donde podría surgir un genuino movimiento fascista que recogiera todo lo que en el fenómeno había precisamente de eso, de modernidad.
No es de extrañar, por lo tanto, que todas estas dimensiones ocuparan un lugar central en los informes y las reflexiones de la diplomacia italiana, preocupada, como es lógico, por sus intereses económicos o las dinámicas de su colonia en Cataluña. Pero preocupada también, y mucho, por todas las posibles implicaciones en el plano de las relaciones internacionales de la dinámica que conduciría a la aprobación del Estatuto de 1932 y aun después. Y tampoco ajena, desde luego, a cuanto se vislumbraba de eventual filofascismo en algunos sectores de Esquerra Republicana de Catalunya. Consecuentemente, Cataluña se convirtió en un foco privilegiado de atención de la diplomacia italiana, tanto como de su acción cultural y propagandística, sin que faltara algún contacto directo con Dencàs o sin que dejase de especularse acerca de los eventuales aspectos positivos para la política exterior italiana de una Cataluña independiente.
De todo esto sabíamos algo, pero muy poco. La dificultad del acceso a las fuentes había impedido profundizar en el conocimiento de estos aspectos en otras investigaciones, las cuales, centradas en Cataluña o no, habían trabajado aspectos temática o cronológicamente parciales, sin hacer del conjunto de las relaciones entre Cataluña y la Italia fascista el objeto de estudio. Y no hace falta decir, por cuanto llevamos apuntado, que ésta era una importante laguna en nuestra historiografía.
Pues bien, el libro que el lector tiene en sus manos cubre, de modo excelente, este vacío historiográfico. Su autor, plenamente consciente desde el principio de la importancia del objeto de estudio, ha llevado a cabo una encomiable tarea investigadora que le ha permitido acceder a unas fuentes fundamentales y hasta ahora inéditas, sea en los archivos italianos o en otros no menos importantes, aunque algo inesperados. Y lo ha hecho, además, desde una perspectiva metodológica impecable; aquella que parte del supuesto de que el problema debe abordarse en todas sus dimensiones e interacciones. En el de las percepciones y en el de las relaciones, en sus aspectos internacionales y en los de la política interior, en los ideológicos y en los culturales.
De este modo, nada queda por explorar a partir de una problematización siempre pertinente. ¿quiénes eran y cómo se organizaban los fascistas italianos en Barcelona? ¿Cuáles eran sus relaciones con el resto de sus connacionales, la sociedad catalana y sus propias autoridades? ¿En qué consistían los intereses económicos italianos y qué tipo de atención merecieron de la acción diplomática exterior italiana?
Se trata de preguntas básicas resueltas más que satisfactoriamente en el texto que forman, además, el punto de partida para adentrarse en lo que constituye el núcleo del trabajo, que no es otro que el seguimiento del modo en que los diplomáticos italianos siguieron la evolución política de aquella España que transitaba de la dictadura a la democracia republicana y, dentro de ella, del problema del encaje de Cataluña en España, tanto desde la perspectiva de la política interior como de sus repercusiones internacionales.
Vale la pena decir que a partir de aquí el estudio adquiere desarrollos apasionantes. Sobre todo a la hora de profundizar en el conocimiento de las sucesivas especulaciones –porque, como el autor indica, se trataba de eso, de especulaciones no siempre bien fundadas– sobre las relaciones entre Cataluña e Italia que al hilo de los acontecimientos fueron formulando los diplomáticos italianos. También, y por supuesto, sobre los análisis y las percepciones sobre las formaciones nacionalistas catalanas; y, desde luego, con esa aportación fundamental que constituye la entrevista entre Dencàs y el vicecónsul italiano. Fue éste, como el autor indica, el punto álgido de una dinámica que seguiría en lo sucesivo, hasta la Guerra Civil y durante ella, otros derroteros también aquí perfectamente analizados.
Estamos, en suma, ante un trabajo que tiene la virtud de responder, y de forma excelente, a una necesidad historiográfica, embarcando a un tiempo al lector en un viaje por senderos a veces insospechados, pero siempre perfectamente trazados.
Ismael Saz
Universitat de València
INTRODUCCIÓN
EL PORQUÉ DE LA INVESTIGACIÓN
En 1986, el historiador Ismael Saz publicaba una obra básica para el conocimiento de las relaciones entre la II República Española y la Italia de Mussolini. Después de analizar la documentación de la Embajada italiana en Madrid, Saz hacía la siguiente reflexión:
Poco sabemos de las actividades que en el mencionado sentido pudo acometer el Consulado italiano de Barcelona. Pero parece fuera de duda que las instituciones italianas que en la ciudad condal se establecieron (escuelas, Fascio, Casa de Italia) fueron, en comparación con las del resto de España, las de mejor funcionamiento y mayor prestigio. (...) Una investigación más en profundidad sobre las actividades italianas en Barcelona sería tanto más necesaria cuanto todo parece indicar que éstas fueron todo menos inexistentes o irrelevantes. [1]
Años después, otro historiador tan conocido como Stanley G. Payne reclamaba lo mismo al preguntarse por la existencia o no de un fascismo catalán. [2]También de manera insistente ha reclamado tal investigación, después de intentarlo años antes, Enric Ucelay-Da Cal, en un esfuerzo que se encuentra repartido por sus innumerables artículos.
Por lo tanto, esta investigación que presento ahora al lector surge de una demanda insistente de diferentes historiadores que durante los últimos veinte años han creído necesario saber qué hacían, cómo observaban y qué contactos establecieron los fascistas italianos en Barcelona y Cataluña. Y lo creen porque si es cierto que ya abundan las obras referentes a las relaciones entre España e Italia desde mediados de los años veinte del siglo pasado hasta la II Guerra Mundial, también lo es el abandono sistemático al que ha sido sometido el papel del Consulado italiano en Barcelona. [3]Hasta el momento, todos los estudios han circunscrito sus investigaciones a escarbar entre la documentación de la Embajada italiana en Madrid, situando en la capital española, «con buena lógica estatalista», todo aquello que de importante se pudiera cocer en las relaciones políticas, en las intrigas subversivas o en las observaciones sobre la realidad hispánica que tejerían los diplomáticos y observadores italianos destacados en ella. [4]
Sin ninguna duda, es cierto que la capitalidad estatal sitúa en Madrid el mayor peso, por lo menos en la vida oficial e institucional, de las relaciones entre estados. Al mismo tiempo, no es menos cierto que los principales partidos políticos, intelectuales y movimientos de mayor difusión del conjunto del territorio español estaban en la capital. Pero mirando a la realidad presente y pasada de la historia de España, el historiador sagaz e interesado por conocer
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