Para ello existen dos polos metodológicos entre los que cada investigador puede trazar su propia estrategia: por un lado, el enfoque personal puede convertirse en biográfico: tomar uno o unos pocos individuos y reconstruir su trayectoria vital (frecuentemente usando también sus relatos de vida), con el objetivo último de conocer el papel de la nación en esa trayectoria (Núñez Seixas y Molina Aparicio, 2011; Forti, 2014; Molina Aparicio, 2015). Por otro lado, y con un espíritu más prosopográfico, el foco puede desplazarse hacia las narrativas en sí, perdiendo la profundidad y el dinamismo de la biografía, pero ganando la posibilidad de realizar muchas más observaciones y la capacidad de establecer tendencias. Este enfoque más estructural es el que asumimos en este trabajo.
La necesidad de explorar estas tendencias introduce el tercer problema hermenéutico, cuya naturaleza es más básica y común a toda metodología cualitativa: ¿cómo pueden producciones individuales dar cuenta de fenómenos colectivos y cómo las identidades nacionales interaccionan con otros elementos dentro de esas narrativas? Dado el número limitado de observaciones posibles incluso optando por un enfoque no biográfico, está claro que nuestros resultados serán siempre provisionales y falsables. Teóricamente, el número potencial de narrativas sería igual o mayor que el número de individuos de un universo. Como afirma Ferran Archilés (2013: 114):
Al final, en lo que es un ejercicio de imposibilidad histórica, si pudiéramos conocer la manera como todos los individuos de un espacio y tiempo concreto narraron y se narraron a sí mismos su identidad nacional tendríamos el perfil exacto de la nacionalización, y conoceríamos cómo funcionaron todas las experiencias disponibles. Pero, en realidad, tendríamos algo parecido a una cacofonía de voces. Algunas más potentes que otras, eso sí. Sería una suerte de mapa borgiano del territorio de la nación, excesivo e inútil. Con certeza, lo único que podremos llegar a trazar son algunos de los marcos en los cuales los sujetos pudieron experimentar los procesos de nacionalización, así como algunos de los lenguajes de nación, las narrativas que elaboraron para dotarlos de sentido.
Por su parte, los sesgos derivados de la interseccionalidad –en este caso, buscar la identidad nacional por encima de todo y como si fuera un ente autónomo o siempre predominante sobre otras formas de pertenencia– constituyen un problema básico al que normalmente se dedica menos atención que a la representatividad.
Evidentemente, aquí nos encontramos con el techo de la especialización: es comprensible que un estudioso de los fenómenos nacionales busque eso y no otra cosa. El problema viene cuando no se es sensible a las relaciones que los propios individuos establecen entre sus pertenencias, entre las cuales la nación no siempre es la dominante. Lo que en realidad es ambiguo se presenta como claramente nacional y las palabras se extraen de manera descontextualizada para hacer que digan lo que conviene al investigador. Igualmente, sabemos que la multiplicidad de identidades no es acumulativa sino interseccional. «To speak autobiographically as a black woman is not to speak as a “woman” and as a “black”. It is to speak as a black woman» (Smith y Watson, 2010: 41). Dejando aparte la manipulación política, un manejo deficiente de esto puede llevar a las situaciones mencionadas. El desafío para los nationalism scholars consiste, de este modo, en analizar su tema con la profundidad y los matices necesarios, pero sin diluirlo, y evitando la desnaturalización y la sobreinterpretación.
UN CORPUS DE RELATOS DE VIDA PARA LA ERA DE LAS REVOLUCIONES
Todos los sujetos de nuestro corpus pueden adscribirse, de alguna u otra manera, a uno de los cuatro procesos de construcción nacional considerados: el británico, el francés, el español y el portugués. Cada vez que aparece un nuevo autor en el cuerpo del texto, se incluye a pie de página información biográfica y de la(s) fuente(s) asociada(s), así como las marcas estadísticas correspondientes a los grupos en los que se le ha clasificado (véase la tabla 1). Como ya se ha indicado, sus narrativas fueron elaboradas entre los años ochenta del siglo XVIII y los años treinta del siglo XIX. Se han descartado muchas memorias publicadas a partir de los años cincuenta por los ya ancianos protagonistas de la revolución liberal. Por lo tanto, en términos de procesos de memoria, el contexto no deja de ser el de la propia era de las revoluciones.
Aparte de los manuscritos, sí nos hemos servido de ediciones y transcripciones posteriores. Los casos de clara manipulación, entendiendo esta como modificaciones sustanciales realizadas por otra persona diferente al autor original, han sido sacados del corpus. Por supuesto, en muchas narrativas la seguridad sobre una modificación a posteriori no es completa, en cuyo caso se ofrecen las oportunas indicaciones.
En la práctica, no todos los sujetos son productores de narrativas escritas. Las diferencias de alfabetización, acceso a la movilidad y a los medios de comunicación, discriminación de género o clase social se han manifestado en la búsqueda de fuentes y se reflejan en las frecuencias del corpus. La representación directa de los individuos «mudos» es imposible. Respecto al resto, que va constituyendo la mayoría de la sociedad según nos acercamos al presente, la limitación en las observaciones posibles mantiene el problema.
De esta forma y en el espíritu del fragmento citado de Archilés, un corpus de narrativas nunca podrá ser completamente representativo, como no lo es ningún método de análisis social. No obstante, podemos paliar esto en la composición de una muestra que asegure la diversidad sin caer en nuevos sesgos de observación y que tienda a la distribución normal.
Teniendo en cuenta lo señalado anteriormente sobre la naturaleza y las complicaciones de otras fuentes, el hacer explícitos los criterios de composición responde más a la necesaria información que debe tener el lector sobre los posibles sesgos que a cualquier pretensión de desarrollar un tratamiento cuantitativo. En la tabla 1 puede verse un resumen de la composición de nuestro corpus, organizado por casos y después según las cuatro categorías de control fundamentales que hemos empleado.
Tabla 1.
Estructura del corpus (frecuencias absolutas y porcentajes)
Dada nuestra defensa de una perspectiva fenomenológica de la nacionalización, tendría poco sentido incluir un criterio de «intensidad de nacionalización» (dejando aparte la imposibilidad de formalizar eso). Sí nos siguen pareciendo relevantes, de acuerdo con nuestra finalidad y con lo que la historiografía ha venido tradicionalmente manejando, la pertenencia a las élites, la experiencia militar, la variable de género y la diversidad cultural territorializada.
No obstante, estos criterios tampoco son incuestionables. Pertenecer a las «élites» o a los «grupos gobernantes», conceptos que los modernistas más clásicos (Gellner, 2008; Hobsbawm, 1991) consideran el motor de los procesos de construcción nacional, es más contextual y variable de lo que parece. Un párroco de un pequeño pueblo, un recaudador de impuestos o el comandante de una guarnición fronteriza podrían considerarse «élites» («minoría selecta o rectora» según la Real Academia Española) en el marco de las poblaciones locales en las que están radicados. Sin embargo, nadie los consideraría tales en el marco del clero, la hacienda o el ejército, respectivamente. Un literato, un músico o un pintor pueden formar parte de la élite intelectual y a la vez vivir en unas condiciones materiales miserables. Los procesos de ascenso y descenso social que un individuo puede experimentar a lo largo de su vida también introducen un factor de complicación, incluso en una etapa previa a la sociedad de masas como es la era de las revoluciones.
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