1 ...7 8 9 11 12 13 ...16 Una vez que el proceso ha comenzado, es el estudio de su supervivencia, reproducción y/o expansión a un nivel microhistórico y «desde abajo» lo que nos permite entender cómo funciona realmente. Si esto es posible, deberá pasar necesariamente por el pilar fenomenológico básico y común a la identidad, la experiencia y la memoria. Como ya hemos mencionado, los tres elementos operan conjuntamente a través de narrativas, elaboradas por los individuos desde el presente y dirigidas a ellos mismos y a aquellos con los que interaccionan, sea este contacto real o potencial (véase King, 2000).
LOS RELATOS DE VIDA COMO FUENTES
La narración, especialmente en su forma más estructurada de relato, es la forma por la que podemos acceder a la identidad de los individuos de una manera empírica. Por supuesto, no todos los sujetos producen «narrativas» ajustadas a cánones literarios. Muchos relatos personales no tienen estructura coherente, utilizan registros lingüísticos no estandarizados y en algunos casos no superan la mera acumulación de anécdotas o comentarios; sin embargo, aun así, resultan útiles como fuentes para el historiador de las identidades.
En la actualidad disponemos de metodologías cualitativas basadas en cómo hablan y qué dicen las personas cuando cuentan o escriben sobre sus vidas o sobre el mundo que han vivido (Plummer, 2001; Bertaux, 2010; Pujadas Muñoz, 1992). 13Como alternativa, las inferencias indirectas pueden ser válidas en algunos contextos (Van Ginderachter y Beyen, 2012: 10). Apelar al inconsciente o derogar lo que el sujeto dice porque «está mintiendo» o «en realidad quiere decir otra cosa» puede no ser siempre incorrecto, pero desde luego nos puede conducir a un peligroso vórtice de especulación o capciosidad.
Es cierto que algunas tradiciones de la teoría literaria no son precisamente optimistas acerca de la calificación de las narrativas personales como fuentes para la investigación histórica. La «muerte del autor» y la noción de «discurso independiente», sintonizadas con el deconstructivismo, posestructuralismo y posmodernismo, contrastan con la ingenuidad neopositivista de algunos historiadores al lidiar con estos relatos. 14Ciertamente, los historiadores de las identidades –y, en realidad, los de todo lo demás– deberían dedicarse a otro asunto si aceptan que no existe ninguna conexión entre los seres humanos y sus producciones escritas.
Contrariamente a esto, hay todo un espectro de trabajos (Marcus, 1994; Eakin, 2008; Maftei, 2013; Maynes, Pierce y Laslett, 2008; Durán López, 2002; Smith y Watson, 2010: 38-42; Rich, 2014) que, incluso criticando el «pacto autobiográfico» de Lejeune, defensor del carácter íntimo y verdadero de la auténtica autobiografía, aceptan y promueven la utilización de estas fuentes para el estudio de las identidades y sus contextos. La escritura autobiográfica es siempre la de un «yo desdoblado» que genera una «experiencia narrativa equívoca», en la que el lector no accede a quien la escribió, sino a lo evocado desde su propio «yo». Sin embargo, esto no impide que haya marcas de intencionalidad y performatividad que permanezcan, ni tampoco que la desconexión entre el contexto y el acto lingüístico sea total (Pozuelo Yvancos, 2006; cf. también el monográfico de Loureiro, 1991).
Visto en perspectiva, la utilización de historias de vida, escritas u orales, para el estudio de las naciones y el nacionalismo no es una idea nueva, especialmente cuando la nación –y sobre todo el nacionalismo– aparece en un contexto más amplio. Es el caso de la escuela sociológica polaca de Florian Znaniecki, autor, junto al estadounidense William Thomas, de The Polish Peasant in Europe and America . Esta obra, publicada entre 1918 y 1920, fue pionera en el estudio de la identidad de los migrantes a través de, entre otras cosas, su correspondencia.
En el ámbito de los estudios sobre nacionalismo ha habido algunas utilizaciones en combinación con otras fuentes y alguna incursión esporádica específica, 15pero la concretización en estudios monográficos ha venido más bien del campo de los estudios literarios. 16La mayoría de estas obras privilegian el siglo XX, se mantienen en un único contexto político, estudian un número reducido de relatos (normalmente no más de diez) y se interesan más por cómo la preocupación nacional moldea las producciones literarias –gran parte de sus sujetos son literatos e intelectuales– que por la nación en sí. En este sentido, se verá que difieren de nuestra propuesta, pero a la vez la enmarcan en un sendero que, si bien poco recorrido, ya ha sido parcialmente desbrozado.
La conceptualización de estas fuentes sigue siendo problemática. La mayoría de los trabajos citados tienden a centrarse en la «autobiografía», que normalmente definen como un género literario cuya mayor particularidad es su naturaleza híbrida entre realidad y ficción. «Memoria(s)» también se ha utilizado para escritos autobiográficos que cubren una parte específica de la vida del autor.
El más amplio de todos los términos es el de egodocumento, que ha sido definido como «a source or “document” –understood in the widest sense– providing an account of, or revealing privileged information about, the “self” who produced it» (Fulbrook y Rublak, 2010: 263). Dejando aparte la discusión sobre qué significa «información privilegiada», este concepto incluiría correspondencia, testamentos, peticiones personales a las autoridades o declaraciones judiciales.
En este trabajo utilizaremos los términos «relatos de vida», «relatos personales» o «narrativas personales» para referirnos a los egodocumentos más extensos, estructurados y elaborados (autobiografías, diarios, memorias y libros de viaje). Dejamos fuera la correspondencia, que permite una mejor reconstrucción diacrónica para un solo individuo, pero corre un mayor peligro de fragmentación y permite ofrecer menos sujetos observados para el mismo tiempo de trabajo.
A pesar de su diversidad, las narrativas personales presentan dos elementos comunes: primero, son narraciones, lo cual implica la existencia de personajes, argumento(s), tiempo(s) y espacio(s); segundo, en algún momento, en algún lugar, hubo uno o más sujetos que las elaboraron y que se presentan en una relación de identidad con el narrador, que es usualmente uno de los personajes principales. Estos dos elementos están presentes en las principales limitaciones hermenéutico-epistémicas de estos relatos: las relativas a la veracidad y autenticidad, así como la unidad, continuidad y consistencia. Posteriormente trataremos las cuestiones de representatividad e interseccionalidad.
En primer lugar, la preocupación clásica es la identificación autor-narrador. Desde luego, no se pueden descartar nombres falsos o inventados. Tampoco narraciones de eventos que nunca ocurrieron o alteraciones de cualquier elemento de la narración, de acuerdo con distintos intereses o motivaciones (o, más bien, aquello que se percibe como tales). Sin embargo, por mucho que esto ocurra, el resultado no deja de ser un producto cultural real. Los historiadores de los fenómenos nacionales pueden no necesitar esta «veracidad» entendida como «correspondencia» entre autor real, nominal y narrador, entre el mundo representado y el mundo vivido, entre lo que el autor «quería escribir» y lo que el investigador encuentra en su texto editado o manuscrito. Si fuera posible controlar la cuestión de las modificaciones a posteriori no identificables, se podría decir que, para lo que aquí buscamos, la propia representación de la realidad es ya una posición auténtica en el mundo representado, una huella de ese «filtro codificador» que nos interesa y que pone de manifiesto que las narrativas personales nunca son actos puramente individuales (Malena, 2012; Maynes, Pierce y Laslett, 2008). 17En este sentido, la preocupación por la separación existente entre lo que los sujetos piensan y sienten, por un lado, y lo que dicen o escriben, por otro, no supone realmente una destrucción de las potencialidades de las fuentes, sino más bien lo contrario.
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